El director y escritor británico Justin Webster lleva casi 20 años realizando documentales. Sostiene que eligió el formato de la serie de no ficción para relatar el caso Nisman porque es el más adecuado para una historia con tantas aristas. Una producción que llevó cuatro años de trabajo, en la que participa como productor el argentino Martín Rocca, y para la cual se entrevistaron a más de sesenta personas. La muerte del fiscal, dimensiones de su vida personal, la voladura de la AMIA, el rol de la inteligencia, y la denuncia en contra del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, son los temas centrales de la serie.

El 18 de enero de 2015 la madre de Alberto Nisman, Sara Garfunkel, lo encontró muerto en el baño de su departamento de Puerto Madero. Con el audio de su llamada a una ambulancia comienza el documental narrativo de seis capítulos de una hora. Programado por Netflix bajo el título de “Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía”, antes de verlo parece tratarse de una sátira policial de los ochenta. Sin embargo, el nombre marketinero busca la atención de quienes adscriben a diferentes hipótesis sobre el caso.

El documental tiene como potencialidad una importante producción periodística que consiguió entrevistas difíciles. Se puede ver el testimonio a cámara de la fiscal del caso, Viviana Fein; el exjefe de la AFI Oscar Parrilli; el espía, Jaime Stiusso; el empleado del fiscal y quien le proveyó el arma, Diego Lagomarsino; la exdiputada cercana al fiscal, Laura Alonso y el exjefe de gabinete y actual Presidente de la Nación, Alberto Fernández, además de periodistas y de informantes extranjeros. Asimismo, la construcción discursiva apela tanto a los clásicos testimonios, como a documentación escrita, escuchas telefónicas y fotografías periciales. Según el director se trata de una modalidad “show, not tell” (mostrar, no contar) donde no se apela a una voz en off que editorializa, aunque sabemos que la selección, el orden y la jerarquización de la información incide a determinadas lecturas. La producción accede a las causas y a material de archivo televisivo y judicial. La información va y viene en líneas de tiempo que grafican un orden del relato por momentos confuso. El afán narrativo desplaza de manera intermitente el tema central hacia la vida personal del fiscal Nisman y a los hechos acontecidos el 18 de julio de 1994 con la voladura de la AMIA, contada desde familiares de víctimas.

Recién aparecida la noticia de la muerte de Nisman, la construcción de la opinión pública desde los medios proponía posicionarse sobre si el fiscal se había suicidado o si se trataba de un homicidio. El documental retoma esta complejidad como motor de la tensión dramática. Se actualiza, de algún modo, aquella noticia que para su inagotable uso político supo presentarse como un película de intriga en capítulos en noticieros y programas de debate.

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A pesar de que el director sostiene que el ruido mediático alrededor del caso no es lo que más le interesaba contar, esta dimensión no solamente aparece en el relato sino que ocupó un rol central en la politización del caso en un año electoral. Utilizado por la oposición política y mediática para embestir contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, se desplegaron espectaculares marchas agraviantes y programas de televisión afirmando falsedades en contra de la por entonces presidenta. De hecho, el documental puntualiza en programas de reconocidos periodistas cuando se posicionaron difundiendo y distorsionando imágenes propias de la causa y escuchas ilegales.

Las series dan la ventaja de poder dedicarle más tiempo a una historia que una película, desde allí el documental puede reabrir el debate sobre un tema al que constantemente se recurre en la opinión pública. El caso Nisman es emblemático para la política, la justicia y el periodismo argentinos. Una fuente inagotable de fake news y manipulación mediática que puede reconstruirse en un documental en serie que además de mantener la atención de las audiencias organiza pistas para pensar y posicionarse.