El reciente anuncio de Disney de la apertura de su plataforma streaming para 2019 puso en la superficie lo que, tanto desde el mundo del negocio como desde la producción e incluso la academia, se considera el cambio más importante en lo que va del siglo en la forma de consumir, producir y distribuir contenido audiovisual de todo tipo.

Lo que varios analistas consideran una reacción tardía de Hollywood contra las plataformas streaming originarias de Sillicon Valley (similar a la que los sellos discográficos tuvieron en los ’90 con la aparición del mp3 y Napster) tiene números concretos: este año los ingresos de la industria del streaming llegarán a los 12 mil millones de dólares, una cifra superior a la que se proyecta para la alicaída producción de Hollywood, según informó la consultora PwC.

En ese sentido, el exdirector artístico de Telefe, Claudio Villarruel, sostiene que «hoy la delantera la tienen Hulu, Amazon y Netflix, que fueron muy inteligentes porque se pusieron a producir contenidos ya hace unos años». Y en parte, el CEO de Disney Robert Iger le da la razón: el «cambio estratégico en la distribución de contenido» comunicado fue precedido por el anuncio unos meses antes del retiro de todo su contenido en Netflix a partir de 2019. Netflix respondió comprando los derechos de Millarworld, sello de cómics de Mark Millar –entre otras, Kick Ass y Kingsman–, de menor relevancia del inagotable Marvel que posee Disney, pero igual muy importante. Es que Marvel y Star Wars son las principales cartas de Disney para frenar el predominio de Netflix.

En ese marco, el prestigioso Festival de Cine de Cannes anunció el inicio de una muestra equivalente para series en abril de 2018. Tal vez como nunca hoy el negocio audiovisual depende tanto del volumen de visualizaciones como de los premios que obtengan los productos. De ahí que plataformas y cadenas tradicionales –de televisión abierta y de cable– apuesten tanto por la calidad de producción como por un tipo de ficción denominada sci-fi high-concept (una trama y un desarrollo narrativo complejo y ambicioso, tipo Westworld o The Handmaid’s Tale), que les permita capturar los premios y así mover el «circuito» de reseñas, recomendaciones y finalmente visualizaciones que conviertan a la historia en cuestión en un fenómeno cultural al estilo Game of Thrones o Stranger Things. Son este tipo de series o películas las que impulsan a los espectadores a contratar un servicio u otro. No por nada Amazon acaba de comprar los derechos de El señor de los anillos en la cifra récord de 250 millones de dólares.

Sin embargo Villarruel no cree que en el futuro la competencia, como suele decirse, haga llegar la sangre al río. «Amazon y Netflix tienen un nivel de temáticas distintas de las que pueden tener Universal, Fox o Disney, que son más mainstream; no creo, por ejemplo, que Universal se lance a producir Ozark (serie que muchos consideran la nueva Breaking Bad). Habrá ruido en el próximo par de años, pero después va a haber una convivencia pacífica».

Pero no sólo de ficción vive el streaming. Por eso Netflix anunció la producción de reality shows, YouTube la contratación de youtubers y estrellas de la televisión para su programación en YouTube Red y los actores más famosos realizan alianzas sin intermediarios con las empresas streaming.

En este movimiento de la industria del entretenimiento que se parece al del movimiento de las placas tectónicas, resta saber qué hará el país con el mercado más apetecible del mundo: China. Allí nadie puede comercializar su plataforma, y recién este año Netflix pudo entrar a partir de un acuerdo con Baidu para emitir algunos de sus contenidos. Se espera estas les sumen dinero a unas finanzas que desde diversos medios se empezaron a poner en duda frente a lo que algunos consideran una alocada carrera por mantener su supremacía: inversión de 5000 millones de dólares en 2016, 6000 este año y 7000 en 2018, para llegar, según aseguró su CEO Sarandos, al ansiado «50-50 entre producción propia y de licencia en un par de años». «