Regreso del director del director de Solo por hoy (2000) y El otro (2007), luego ocho años sin producciones. No es extraño en él si se toman los años transcurridos entre su primera y segunda película, pero sí luego de que en El otro hubiera dirigido nada menos que a Julio Chávez.

Ahora trae una película intimista y en blanco y negro, relacianado con su historia personal aunque no testimonial, y que cuenta una historia de mediados de los 60 sobre una mujer, Luisa (Erica Rivas), que tiene dos hijas y perdió a su marido y su hermano en un accidente automovilístico. Sobrelleva la situación con la ayuda de una de las abuelas (Susana Pampín), pero la depresión domina sus días. Hasta que en una noche de la clase media alta porteña a la que pertenece aparece Ernesto, un hombre decidido, al punto del avasallamiento, a conquistar su corazón.

Como ya sucedió en sus anteriores films, Rotter no apela a juicios ni sentencias, su cámara es un dechado de sugerencias continuas que amenazan con el estallido inmediato o la precipitación en lo anodino. Con un pulso por demás envidiable, la película establece sus andariveles y los transita en un autoritmo que también impone al espectador.

Impecable por donde se la mire desde lo que suele llamarse un punto de vista formal -nunca distanciado de la narración de lo que se cuenta y para qué-, Rotter parece enfocado en poder registrar la intrascendencia cotidiana en la que, en verdad, consiste la vida. El seguimiento no puntual pero sí puntilloso de aquel guardaespaldas compuesto por Chávez le ganó más de una polémica, surgida a partir del supuesto de que el film debería haber estado definido, al menos en su desenlace, por la acción. Sucede que la acción propuesta por Rotter pasa por otro lugar, un lugar que tampoco es, por ejemplo, el de la vitalidad que impone limpiar una casa, sino el de la serenidad que exige planchar puntillosamente una camisa según los cánones de los 60, como se ve en el film. Esa falta de intensidad para buscar el estímulo adrenalínico es como una marca de agua de sus películas. Y eso es estilo, más allá de lo que guste y a cuántos.

No es de multitudes, cierto. Es más bien de nicho. Pero a su manera libera al ojo de la tiranía de la atención al palo que lo deja exangüe para disfrutar de la parsimonia, por ejemplo, o de tantos otros matices que el film se encarga de acentuar, como si estableciera una lucha estoica contra el mundo de hoy.

Y seguramente tampoco hay tal intención en Rotter. La sensación es que sólo la guía la mera y poderosa pretensión de hacer la película que desea, sin desconocer influencias ni diálogos, sólo pidiendo la palabra para decir lo suyo sobre el asunto cinematográfico.

La luz incidente (Argentina-Francia-Uruguay, 2015). Guión y dirección: Ariel Rotter. Con: Erica Rivas, Marcelo Subiotto, Susana Pampín, Roberto Suárez y Elvira Onetto. Fotografía: Guillermo «Bill» Nieto. Edición: Eliane D. Katz. Dirección de arte: Ailín Chen. Sonido: Martín Litmanovich. Distribuidora: Distribution Company. 95 minutos.