Margarita y Pichuquito son dos seres entrañables unidos por el amor al tango y a la misma persona: Carlos, de quien se separaron hace varias décadas. A los tres los une un pasado glorioso: Carlos y Marga supieron ser una famosa pareja de bailarines y dos amantes apasionados. Y Pichuquito, el acompañante inseparable de ambos. En el presente, el triángulo amoroso se reencuentra para saldar viejas deudas y para vivir nuevas aventuras en un viaje hasta el pie de la cordillera de los Andes que, como frecuentemente son los viajes, es también un recorrido por el interior de sí mismos.

Hasta allí, nada demasiado original. Lo que le da el valor distintivo de acontecimiento cinematográfico a este estreno, la excepcionalidad de esta road movie –que recorre hermosos pasajes argentinos de Buenos Aires, Rosario y Mendoza– radica en los prestigiosos artistas que encarnan los personajes. Porque Carlos está interpretado Darío Grandinetti y Marga y Pichuquito por Mercedes Morán y Jorge Marrale, respectivamente. Empieza el baile, la ficción que une a estos históricos talentos bajo la dirección de Marina Seresesky, ya viene de ser premiada por el público como Mejor Película y Jorge Marrale, como Mejor interpretación masculina de Reparto en la 26° Edición del Festival de Málaga.

–¿Cuáles les parecen que son los temas principales de la película?

Mercedes Morán: Para mí habla sobre la amistad. Son tres personajes mayores para los cuales ese valor se conserva y que, a pesar del tiempo transcurrido, es importante para sus vidas terminar con los secretos que hay entre ellos. Es un acto que los llena de juventud. También funciona como un canto a la vida, a la amistad, al amor, al deseo, al no darse por vencido, al no descansar en el concepto de que todo tiempo pasado fue mejor y entonces lo que viene no importa.

Jorge Marrale: Es una película que tiene muchas aristas. Son tres personas que han tenido una vida muy activa y que aún conservan la energía y las ganas de volver a algo que hay que cumplir. Es importante tener objetivos en todo momento de la vida. Habla de un dinamismo. Hay una energía que les permite emprender ese viaje. La road movie es conducir a los personajes adonde quieren llegar, ese objetivo que cierra etapas sin importar las consecuencias. Es una película amorosa que habla del amor con sus distintas variables. Cada uno de los personajes manifiesta el amor desde sus necesidades y desde distintas maneras.

Foto: Edgardo Gómez

–Los dos hicieron hincapié en la edad de los personajes. ¿Qué plus aporta el hecho de que se trata de tres sexagenarios?

M.M.:–Me parece importantísimo. En tiempos en que la juventud está sobrevalorada, con el consecuente desprecio de la vejez y la negación de la muerte, la película habla sobre los sueños de la vejez y la muerte. Es una película sobre los deseos que hay que cumplir antes de morir, aunque en ello se te vaya la vida. Me gusta la manera en que la película se vincula con la idea de la muerte, sin ponerse solemne, triste, mal, oscura. Son personajes a los cuales les está revoloteando la muerte. A la gente que hemos pasado los sesenta años tenemos más tiempo por detrás que por delante, entonces es importante abordar la muerte de esa manera.

J.M.:–Es una película con un armonioso ritmo que habla del tiempo que no es del compás del dos por cuatro, sino que es el tiempo que tenemos para cumplir cosas y estar con las personas que queremos, que podemos acompañar y que dejamos que nos acompañen. Me parece bonito que tres personajes de edades avanzadas tengan esa actitud. En la vejez también hay lugar para los sueños y los deseos.

–¿Cómo construyeron los personajes? ¿Indagaron en el mundo de la milonga, del tango? ¿Se basaron en referentes reales?

M.M.:–Buscamos inspiración, estuvimos indagando un poco en ese universo, yo lo conocía menos, pero, para mí hubo personajes icónicos de cantantes actrices inspiradoras como Tita Merello, aunque el personaje no tiene nada de ella. En todo caso, es un universo que resulta siempre muy atractivo. Por otro lado, como actores tenemos la memoria de lo que es salir, trabajar en equipo, hacer giras, aunque para distintos públicos. Estos eran músicos, tangueros, bailarines de otra época, tienen un humor de otro tiempo. Un humor anacrónico, que ya no causa gracia, que hace ruido por todos lados. Pero acá no, porque está contextualizado y está justificado. Es una linda manera de entender lo que tanto nos cuesta en este momento y es el humor de otras épocas, que no se resuelve con la cancelación.

–A tu personaje se le suma el hecho de ser un personaje mayor y gay en un mundo muy machista como es del tango. ¿Cómo resolviste esas complejidades?

J.M.:–No es una cuestión gay. Es una cuestión de admiración y amor de Pichuquito por Carlos. Es algo que está, restringido, acogotado. Es un secreto que se mantiene en el tiempo. Durante todo el trayecto, Pichuquito va diciendo cosas que manifiestan ese afecto inconmensurable.

M.M.:–Es lindo que Pichuquito y Marga sean cómplices y no rivales cuando el objeto del amor es el mismo. Se alían, se ayudan, colaboran a que eso sea expresado. Sobre todo, es importante esa complicidad en una época donde estas cosas serían mucho más difíciles y en un ambiente en que esas pasiones eran más prohibidas.  

Marrale, Morán y Grandinetti.

–Es una película sobre el exilio y sobre volver, como dice el tango. ¿Cómo les parece que están trabajados esos temas?

M.M.:–De una manera muy sensible y excepcional. En ese sentido, creo que aporta muchísimo la mirada de una directora argentina que se fue a vivir a España hace muchos años. Esa distancia aporta una melancolía dulce.

J.M.:-Volver a un país es volver a paisajes, a los viejos sitios donde se amó la vida, pero sobre todo es volver a los afectos. Cuando te reencontrás con gente que fue importante, te volvés a encontrar con ellos y es como si te hubieras separado ayer. Hace poco me encontré con un compañero de la secundaria que no veía hacia mil años y volvimos a hablar de lo mismo que en el pasado. De como él me había regalado un disco de Charles Aznavour y de cómo yo le había hablado de los Beatles. Cuando regresa Carlos, hay algo que está en los tres, una energía que actúa como un imán y los hace acercarse y es algo que se mantiene. Es la fuerza del recuerdo que no siempre actúa de manera melancólica, es volver al presente pasando por el corazón.

–¿Cómo generaron entre los tres esa energía que traspasa la pantalla?

M.M.:–Para eso, como artista vos tenés que enamorarte de algo, enojarte con alguien o algo, después el objeto es lo de menos. A veces tenés que actuar que estás enamorado de una mujer y no estás enamorado de la actriz.  Pero cuando lográs el sentimiento, lo demás se hace fácil.

J.M.:–Pero hay que meter lo verdadero. No hay abstracción. Uno trasmuta. Hay un centro vital amoroso desde donde uno saca ramas, a veces saca troncos, y a veces no saca nada. La estructura es verdadera. Hay que generarlo verdaderamente. Si no actúas eso no se genera el enganche.

–¿Qué fue lo que más disfrutaron y lo que más les conmovió en el proceso de rodaje?

M.M.:–Además del guión, el hecho de trabajar con Jorge y Darío y saber que adentrarnos en esta aventura en una furgoneta destartalada iba a ser por lo menos divertido. Pasar tiempo juntos que a veces estamos anhelando y a veces los trabajos no nos los permiten.  Disfrutamos todo el traslado desde Rosario hasta Mendoza, respetando la burbuja porque era muy riesgoso. Si alguno se enfermaba se terminaba la película. Para mí, la escena más conmovedora es la escena donde Jorge declara su amor al personaje de Darío. Y la muerte: la despedida de un amigo en ese contexto, en esa naturaleza, con ese cielo, ese aire. Fue muy inspiradora la película por sus paisajes. Empezábamos temprano por la mañana y no podíamos dejar de observar el privilegio que implicaba tener esa salida del sol, ese amanecer en medio de la montaña después de estar tan encerrados. Fue una experiencia sanadora.

J.M.:–Nos divertimos estando los tres en una camioneta, con 40 grados de calor, en plena pandemia. Fue muy enriquecedora la gente que nos encontrábamos en el camino. Lo conmovedor es que nos pasó lo que a los personajes: la idea del objetivo cumplido, del trabajo hecho. Como actores mayores que tenemos una vida en común trabajando también podemos recordar las cosas que hicimos y agradecer la suerte de poder reunirnos para seguir trabajando. «

Empieza el baile

Guión y dirección: Marina Seresesky. Con Mercedes Morán, Darío Grandinetti, Jorge Marrale y Pastora Vera. Estreno en cines: jueves 20 de abril.

Foto: Edgardo Gómez

Un viaje clásico y diverso

El argumento de Empieza el baile abreva de varias tradiciones y géneros. Por un lado, es una ficción clásica melodramática –aunque con una buena dosis de humor– al estilo de El último encuentro de Sandor Marai: como en ella, adultos mayores deben coincidir antes de morir para revelar secretos del pasado y redimir viejas deudas. De hecho, volverse a ver y hablar les permite morir en paz. Por otro lado, es una ficción bien argenta que se adentra en el sensual mundo de las milongas al estilo del trío amoroso del relato Las puertas del cielo de Julio Cortázar. Solo que, a diferencia de este verdadero canto al gorilismo cortazariano, la película da cuenta de una verdadera afición por todo lo que suene a popular. Es también una película sobre el exilio que, en ese sentido, constituye un canto de amor a Buenos Aires, a Rosario, a Mendoza –cuyos parajes son filmados maravillosamente por la directora– y a sus habitantes (es de destacar que actores locales cuyanos exquisitamente elegidos tienen escenas estelares) a través del género de la road movie y pasos de comedia. Grandinetti, Morán y Marrale convencen y conmueven como habitualmente y como nunca y, de esa manera, logran sortear algunas situaciones y debilidades del guión que, por momentos, se torna remanido y previsible. Aunque también, huelga decirlo, siguiendo una vieja fórmula el exceso de clichés provoca cierta emoción. Un párrafo aparte merece la sensible y tierna inclusión de las diversidades sexuales y la expresión literal de sentimientos amorosos entre varones en el mundo tanguero tradicionalmente machista.