Pocos directores como Tim Burton se han convertido en referentes de los seres marginales, perdedores y encantadores del mundo. Quizás porque como nadie supo retratar en los personajes pálidos, ojerosos y sensuales de su cinematografía a los diferentes de la sociedad. Su universo creativo está poblado de jóvenes manos de tijera, novias cadavéricas, vampiros enamorados, monstruos fascinantes que dan cuenta de los parias sociales, seres tímidos, solitarios o raros para la civilización occidental. 

Como un destino manifiesto, ese prestigioso currículum hacía de Burton el director privilegiado para dar vida a una ficción sobre la única y ácida hija y sin dudas uno de los personajes más atractivos de aquella familia que conformaban los Locos Addams en la ficción de los años sesenta. En la serie homónima, Burton y el guionista Alfred Gough convierten a Merlina en la heroína adolescente de nuestro tiempo: una muchacha freak, arrogante, sumamente inteligente y dueña de una brillantez incomprendida por las instituciones escolares que viene a redimir a las víctimas de los acosos y las discriminaciones en las escuelas y a poner en tela de juicio a todo el sistema educativo («No sé a quién se le ocurre encerrar a adolescentes en esos edificios», se pregunta desde el primer capítulo). 

El punto de partida es una escuela llamada nada menos que Nancy Reagan (nótese la decadencia a la que ha llegado la educación para tremenda nominación) y un locker para estudiantes donde Merlina encuentra a su hermano Pericles amordazado, con una manzana en la boca e insultado con el mote «cerdo». Los poderes mágicos de Merlina le permiten vislumbrar la escena anterior y conocer a los victimarios. Para vengar la afrenta cometida a Pericles («Solo yo puedo molestar a mi hermano»), Merlina redobla la apuesta y arroja pirañas en la piscina donde nadaban plácidamente los acosadores que osaron burlarse de su fraterno consanguíneo y de ella. 

Echada de una escuela por octava vez en cinco años, es castigada y enviada a la tenebrosa academia Nunca más habitada por estudiantes tan inadaptados y fuera de la ley como ella. Allí se establecerá una de esas alianzas amorosas propias del universo Burton: hija de nuestro tiempo, la amiga inseparable de Merlina será otra fémina adolescente que, en principio, parece su revés y es el otro lado de sí misma: la entusiasta Enid Sinclair (Emma Myers). Esa relación alcanzará cúspides semejantes a las de los amores de cine de Burton entre Edward Scissorhands y Kim Boggs, los del vampiro Barnabas Collins por la institutriz Victoria Winters o la de Gatúbela por Batman (inolvidable aquella línea del guión que dice: «Un beso bajo el muérdago puede ser mortal. Pero es más mortal aún si viene del corazón». 

Si Merlina es una gran serie se lo debe a esos aciertos burtonianos, a una estética cinematográfica visualmente cuidada y preciosista que recuerda los mejores filmes de terror y de parodia del terror y, sobre todo a la entrega absoluta de la protagonista Jenna Ortega. En efecto, la exchica Disney brinda los matices de humor ácido, ternura y humor propios del personaje original de referencia. También está convincente Catherine Zeta-Jones en el papel de la adorable y monstruosa Morticia aunque, se extraña y no es explotada la extraordinaria tensión sexual con Homero Addams que, sin lugar a dudas, constituía una de las mayores subversiones de la familia televisiva. Pero es un acierto que la apelación a la nostalgia esté encarnada en Cristina Ricci, quien interpretó a Merlina en las películas de los ’90 y ahora a una preceptora fascinada que intenta integrar y descifrar a la joven.   

La tensión de los ocho capítulos gira en torno a un conjunto de asesinatos del presente que guardan relación con antiguos pecados del pasado de la familia Addams. Apelando a sus prodigios fantásticos y contando con la ayuda de su flamante amiga y del inefable Dedos, Merlina (que se autodefine «terca, decidida y obsesiva») será quien intentará resolver esos misterios, a la vez que posibiliten que descubra cosas sobre sí misma y quizás los rasgos más tiernos que esconden su ácida personalidad. 

Aunque por momentos se vuelva previsible y se añore la magia y la espontánea frescura de la serie original y de las películas, Merlina es un eficaz entretenimiento más oscuro y con menos humor que las ficciones de referencia. Al final de la misma queda claro que, contra el magnetismo de Merlina-Ortega, como contra la fuerza y la rebeldía de la adolescencia, no puede ni la represión de las escuelas ni el psicologismo encarnado en la terapeuta Valeria Rinbott (Riki Lindhome) que, también pretende domarla. Pero, al menos, por primera vez en la historia del personaje, logramos que sonría. «


Merlina

Creadores: Miles Millar, Alfred Gough. Director: Tim Burton. Elenco: Jenna Ortega, Luis Guzmán, Catherine Zeta-Jones. Disponible en Netflix.