Hace muchos años que Miguel Ángel Solá elige obras de dos personajes. Le gusta trabajar con ese formato porque considera que el espectador se transforma en un espía que mira por una cerradura y es testigo de una historia íntima. En Doble o nada, pieza que comparte con Paula Cancio –su pareja en la vida real–, explota al máximo esa estructura. «Esta es una obra muy retorcida. Habla sobre la manipulación de las personas, del corazón y del cerebro, del asesinato de los sueños en beneficio del manipulador. Muestra cómo se puede lograr que una persona haga todo lo contrario a lo que  piensa y siente. También es un texto en el que se ve claro lo mal que la pasan las mujeres en un mundo machista», dice el actor.

Cada respuesta de Solá es pausada y se desarrolla después de una reflexión minuciosa. «Yo no quiero a este personaje que hago. Para nada. Porque me habla toda la obra,  interfiere en la capacidad de concentración que me gusta tener para interpretar», revela.

–¿Qué le dice?

–Mentí, mentí, mentí. Me pone en duda las certezas que puedo llegar a tener. Es porque es un jodido. Muchos personajes colaboran, dejan fluir y uno puede entrar en ellos para ser ellos. Pero este no. Él no quiere dejar de ser quien es, y su realidad le indica que ya no puede. Eso le molesta y le genera más tensión. Es difícil vivir ese proceso, pero me gusta porque muestra a alguien que es posible que exista. Se trata de una persona que sólo quiere hacer su voluntad, que cree que tiene razón en todo, que se las sabe todas. Que considera que su forma de liderazgo es la única, que es el dueño de la vida y la muerte de los demás. Todo lo que hace está bien hecho, jamás duda. 

–¿Un actor tiene que juzgar a sus personajes?

–No. No debería jamás, al menos según mi librito. Y mucho menos cuando lo tiene que hacer. Pero con este no puedo, porque me hincha las pelotas. No pude llegar a un acuerdo. Rechazo todo los sentimientos que me genera. Pero sé que lo hago bien. Y que estando arriba del escenario se genera un constante ir y venir para los otros que tampoco lo entienden y eso  me divierte.

–¿Alguna vez piensa en sus personajes del pasado?

–Yo lo que no quiero es repetirme. Tengo claro que eso no le importa a nadie, pero a mí me importa, quiero hacer lo mejor. Por eso estoy atento y sé que cada uno tuvo que contar una historia en su tiempo, lo hizo y cada uno fue distinto. Trabajo para que cada personaje y cada función sean únicos. 

–¿Todos somos un poco actores?

–En teatro hay un guión y sabes cómo te va  responder el otro, la realidad es como el esgrima, depende qué te diga el otro: puede ser algo bello o una mierda y tenés que interactuar  según lo que te propongan. Esta es la primera de las artes vivas. Nace de enfrentarse con la realidad y con la muerte, cuando en las cavernas tenían que ir a cazar para conseguir carne para comer y pieles para abrigarse. Al volver a la caverna  querían  describir eso que habían pasado para conseguir todo lo que necesitaban para ellos y para los demás. Era un testimonio para poder prolongar la vida. Luego vinieron las convenciones, el aplauso y todo eso. Todos los más famosos autores de la historia de la dramaturgia contaban algo para avisar a los demás cómo era la vida. Hoy hay youtubers, stand up y la caracterología es un espectáculo en sí mismo. El teatro que yo sé hacer es el que transmite con la palabra, con la gestualidad y la energía. Si es el que no se estila, seré parte de una especie en extinción. 

–¿Por qué siente que no le reconocieron los años que trabajó en España?

–Es como si no hubiese existido en esos años. No es una queja, es lo que pasó. Yo no pienso mucho en eso. Porque sé que la mediocridad destruye las capacidades creativas. Yo no colaboro con los mediocres. Ellos son los responsables del andrajo que es la sociedad. Sé que hice buenos trabajos y es una lástima que no se pudieran ver aquí, pero no es nada. Supongo que se dio así. Sólo que si me preguntan, contesto lo que sentía en ese momento. No me importan los reconocimientos, sólo los acepto como una caricia, pero lo que yo sé es que hay que trabajar con pasión.

–¿Cuáles son las chances que tiene los artistas ante una política pública que no incentiva la cultura?

–Pocas. Así sólo funciona lo que está subvencionado o tiene un apoyo grande y yo no estoy acostumbrado a eso, nunca fui dirigente, ni pude pensar cómo solucionar este tipo de cuestiones generales. Yo trabajo desde siempre en cooperativa, repartiendo las ganancias y enfrentando deudas. Sólo queda hacer, hacer y hacer, frente a lo que toque. Mi manera de ayudar a otros en mostrarles lo que sé hacer. No sé manejarme de otra manera. Obviamente a veces me enojo y puteo por lo que hacen o no hacen los otros, pero vivo de que la gente venga a verme, entonces me tengo que concentrar en eso. Creo que tiene que haber un empuje de todos para que se comprenda que algo de calidad sólo puede existir si apoya, cada uno desde su lugar.

–¿Es difícil la vida de actor?

–Todos los trabajos son iguales, los actores son parte de eso que les pasa a todos. La cuestión es saber qué es lo que querés ser en la vida. Si vos venís y decís «me mandan de arriba», sos un tipo nulo, una fotocopia de lo que podrías ser. La vida es crear sueños e intentar hacerlos. Yo no soy millonario, ni tengo propiedades, pero  estoy conforme porque hace 35 años que trabajo para mí. Expongo lo mío y no me asocio a nadie que no quiera. Por lo menos por ahora, hasta que me dé la cuerda. Como decía Silvio Rodríguez: «el sueño se hace a mano y sin permiso, arando el porvenir con viejos bueyes». Me gusta esa frase.

–¿Cuáles son esos viejos bueyes?

–Los de siempre: curiosidad, sorpresa, fuerza, voluntad, confianza. Y ganas, claro, ganas de seguir viviendo.

–¿Hay algún formato en el que se sienta más cómodo?

–No podés sentirte cómodo. Pero lo bonito es ser honesto, cualquiera sea el trabajo que te toque. Pero la cuna y el sarcófago del actor es el teatro, ahí no podés esconder tu mediocridad: se ve a la legua lo que tenés para dar y lo que te falta. Me gusta la radio como herramienta, porque hace trabajar la imaginación y las palabras son claves. Luego me gusta la televisión, donde hay que hacer mucho trabajo y rápido, sobre todo acá, no tanto en otros lados. Y por último el cine. Es lo que me gusta menos porque tiene su epicentro en el director, entonces el actor es un elemento más de un todo más amplio. Pero bueno, yo voy donde  hay trabajo. Esa es la verdad.

–¿Cuál siente que es su mayor virtud como intérprete?

–Yo  tengo intuición. Pienso rápido, siento rápido y tengo facilidad para narrar. De escribir, se me incorporó la narrativa en mi forma de poner el cuerpo. No tengo técnica, dejo salir las emociones que hay en todo pensamiento y lo mismo con las emociones que hay en toda reflexión. No tengo que luchar para componer los personajes, no me reclaman demasiado. Sólo un personaje me persiguió y me reclamó que no hice bien una escena. Fue El hombre elefante, cuando se soñaba sin deformidad. Me soltó luego de seis meses cuando comprendí que era porque el texto era muy intelectual frente a un personaje tan sensible. Me gusta hablar de la condición humana. Me gusta romper todo el tiempo la puesta y acomodarme en la incomodidad.  «

Con el foco puesto en la desigualdad 

Dirigidos por Quique Quintanilla, Miguel Ángel Solá y Paula Cancio protagonizan esta nueva versión de Testosterona –ahora llamada Doble o nada–, que ya fue interpretada por ambos actores en Madrid, durante un año y dos meses, con fuerte repercusión de crítica y público. «Yo hago la obra con la seguridad que es una pieza que va a movilizar cosas en cada uno que venga. Supongo que siempre dará tela para cortar porque la historia cambia a medida que avanza. Es la misma obra que hicimos en España, pero es otra: la adaptamos para la Argentina. Logramos  hacer una síntesis muy buena, sacando todo lo que nos hacía ruido, y quedó mucho más compleja. Trabajamos cinco días cortando y pegando, ensayamos 15 días y quedó esta versión», comenta Solá.

La obra de la autora mexicana Sabina Berman muestra la pelea de poder que se desata luego de que un director de un importante medio de comunicación  se ve obligado a dejar su puesto en manos de uno de sus dos subdirectores. Una es mujer; el otro, varón. Allí se ven con claridad las desigualdades que puede enfrentar una mujer en su espacio laboral.

Una historia universal

La película El último traje, dirigida por Pablo Solarz y protagonizada por Miguel Ángel Solá, lleva más de seis semanas entre las 20 películas más vistas en la Argentina y continúa su recorrido en diversos festivales del mundo, en donde está recibiendo múltiples premios internacionales. En las últimas semanas se alzó con galardones a mejor film en el Jerusalem Jewish Film Festival, premio de la audiencia en el Atlanta Jewish Film Festival, entre otros. «Fue el trabajo más duro de mi vida. No sé si no es mi última película como protagonista. Dejé todo. Para construir el personaje recordé mucho a un ingeniero rumano que conocí. Se bancó la invasión de los nazis y de los rusos. Recordaba su mirada. Y traté de poner algo de eso. Pablo Solarz hizo un gran trabajo relatando la historia de este sobreviviente del Holocausto. Es una historia que es un salto al vacío de alguien que pasó mucho», puntualiza el actor, que se transformó durante el rodaje, luego de dos horas de maquillaje, en Abraham, un sastre judío de 88 años que tiene una promesa por cumplir con un amigo que le salvó la vida durante la Segunda Guerra Mundial.