Entre la vieja gloria de los medios tradicionales y el presente multiplataforma, son pocas las caras que mantuvieron a lo largo de los años la popularidad y aquello que suele señalarse como la “fidelidad” a un estilo artístico. Será que lo de Mex Urtizberea fue desde el vamos la inevitable originalidad: ya sea para foguearse como músico en el mítico grupo M.I.A. o tratar de sobrevivir como vendedor de un producto turístico que hasta hoy no sabe explicar muy bien qué era. El actor, compositor, intérprete y conductor dejó su huella en la tele con Cha Cha Cha, Magazine For Fai y Pura química, entre otros, y alternando el teatro, la radio, y varios discos. Cerró 2022 con Futuralia (el programa de la TV Pública que conduce con su hija Violeta), El mañana (Nacional Rock), los encuentros temáticos que organiza en su casa y se ven por YouTube bajo el nombre de ¡FA! y la obra Mi amigo Mex. Este año continuará con la mayoría de estos proyectos y sumará otros.      

–Al médico le piden recetas, al músico, que se “toque una”, ¿al actor qué se le manguea?

–Al actor le piden el chimento del famoso, eso de “Contame cómo es tal”, o: “¿Es verdad que tal cosa?”. Quieren saber esa trastienda, eso es lo que más preguntan.

–¿Y vos qué hacés?

–Depende, según la confianza que tenga con esa persona de la que preguntan. Cuento alguna intimidad como que es solidario, que dona sangre, que ayuda a este y a aquel, y que es el mejor hombre del mundo (risas). La gente se copa escuchando eso. 

–¿Qué profesión o actividad en las antípodas del arte probaste alguna vez?

–De chico tenía la fantasía de ser conserje de hotel. En la secundaria, me copé mucho con la historia argentina y me dieron ganas de ser profesor. Mientras tanto hacía música, pero por una cuestión cultural no se consideraba a la música como un oficio o un trabajo serio. También atendí el buffet de una escuela, trabajé en un negocio de lotería y quiniela y en el verano (que para todo profesor es una época mortal) hacía distintas cosas.

–¿Por ejemplo?

–Uno de esos veranos, como mi hermano trabajaba con unos programas de organización de empresas de turismo (¡una cosa rarísima!), me hizo una tarjeta como vendedor: y yo hacía las reuniones, trataba de explicar cosas que no entendía qué eran… Le puse toda la onda, pero nunca vendí nada.

–Del pebete del buffet al turismo, estuviste bastante ligado a la venta al público…

–Sí, pero soy pésimo comerciante, nunca podría tener un negocio, regalaría las cosas, diría: “tomá, págame lo que puedas”.

–¿Cuántos años sentís que tenés?

–No sé, soy muy chico: pienso y “miro” joven, me junto con los jóvenes… Tengo un espíritu adolescente, de maravillarme con cosas nuevas, curiosear, de estar atento a buscar distintas formas de hacer las cosas… Eso me dará como unos 16 años. Mi casa, por ejemplo, no es una casa normal, está todo el tiempo llena de gente, hago el ¡FA!

–¿Qué cosas son señales inequívocas de que alguien “maduró”?

–No sé. Yo tuve muy tempranamente a mi hija Violeta, a los 24 años. Eso me obligó a hacerme más maduro en muchas cosas. Te diría que me gusta levantarme temprano, me ordena, ahora que tengo el programa de radio a la mañana. Trato de pasarla bien, pero cuidarme. Más allá de que tenga 16 en mi cabeza, mi cuerpo es un banco, una institución, tiene 62 años. ¡Es mucho!

–¿Te acordás cómo ganaste tus primeros mangos y qué hiciste con eso?

–La primera guita grande la gané a los 13 años, en el hipódromo. Un tío mío que era burrero nos pasó el dato de una fija, de un caballo que se llamaba Celos, que era ganador. “Lo que tengas de plata, sobrino, es el momento de que lo pongas”, me dijo. Yo fui, mangueé de acá y de allá y era verdad, ¡gané un montón de plata! Me compré un Scalextric, un proyector para ver películas….

–¡Un fangote! ¿Y qué decían tus viejos del tío burrero?

–Bueno, lo vieron como algo simpático, pero sí, era una cosa rara. Y mi tío también era raro. Pero no hubo un planteo ético. Era el tío más joven, el más pícaro y es el que me hizo de Independiente.

–¿Cómo te llevás con el deporte?

–Me encanta, siempre hice fútbol, hasta que a los 40 me rompí los ligamentos cruzados y no volví a jugar, porque nunca quedé bien. Entonces empecé con el tenis, era la época de Pura química, estaba con (Mariano) Zabaleta, y me encantó. Ahora hago gimnasia dos veces por semana.

–¿Y de qué jugabas al fútbol?

–De cinco, con mucha garra. Una especie de Mostaza Merlo.

–¿Con quién viste la final del mundial?

–Con mi hija Violeta y amigos. Seríamos unos ocho. Y dos tortillas de papa y algo más para picar.

Foto: Pedro Pérez

–¿Viste el partido entero, incluidos los penales?

–No, no pude ver los penales.

–A veces es difícil “bajar” de tanta alegría. ¿Qué tristeza es peor: la que viene después de la euforia o la del lento estofado del fracaso?

–No sé. Creo que hay que disfrutar de este presente, porque es muy raro lo que pasó. Mas allá de ganar el Mundial, lo que se vivió después de tanto tiempo de una situación de mierda como la pandemia, la economía, el mundo que está horrible… Y de repente esa alegría y amor incontrolables, todos orgullosos de ser argentinos. Creo que es la esperanza de que podés ser el mejor del mundo, aunque te estén cagando a palos.

–¿Cocinás?

–¡Sí!

–¿Cuál es tu especialidad?

–Tengo épocas y tiene mucho que ver el precio, también. Hubo un tiempo en que hacía pulpo a la gallega. Ahora, por ejemplo, me sale muy linda la tortilla de papa. «