A los 18 años, cuando llegó a Montevideo, se puso a estudiar Psicología, pero mientras tanto se sumaba a distintos proyectos que llevarían su camino profesional lejos de los libros y el consultorio. Como cantante, acompañando a su primo Daniel Drexler, fue parte del grupo La Caldera. También integró los coros de Rubén Rada, Edú Lombardo y de su otro primo, Jorge Drexler. Fue parte del cuarteto vocal La Otra, que grabó dos discos: La otra y Dos. Ya como solista, Ana Prada lanzó Soy sola, Soy pecadora, Soy otra y el último, recientemente editado, No. Por talento y convicción, Prada es una de las cantautoras más singulares de Uruguay.

-¿Te gusta compartir con otras personas a la hora de trabajar?

-Es un aprendizaje trabajar con otros artistas, desde siempre me gusta compartir. Ahora estoy trabajando mucho con Pata Kramer, me ayuda a terminar canciones o me da canciones suyas para que haga. Siempre es impresionante trabajar con otro.

-¿Te ayuda apoyarte en alguien?

-Algo así. Te doy un ejemplo: vos estás componiendo, y quizás irías para un lado, pero la otra persona es otro universo y quizás te abre un camino a recorrer que no se te hubiese ocurrido.

Ana Prada.
Foto: Santiago Pandolfi

-Con Teresa Parodi grabaste todo un disco.

-Fue una aventura. Imaginate. Compartir con ella fue un privilegio. De golpe te hablaba de Violeta y era Violeta Parra, o miles de anécdotas que te nutren ante una figura de esa magnitud. Su vida es de película, un ejemplo, desde el oficio y como persona. Su entrega al arte es conmovedora.

Teresa Parodi y Ana Prada.
Foto: Mariano Martino

-¿Siempre quisiste ser cantautora?

-Nunca contemplé la música como una profesión. Estudie Psicología, había empezado a estudiar Derecho, también Ciencias de la Comunicación un tiempo… No sabía bien por dónde ir.

-¿La música siempre estuvo cerca?

-Sí, en casa sí. Mi viejo toca la guitarra y era algo apreciado, pero no como los gurises de ahora que quieren ser artistas de pequeños, y estudian canto, danza y teatro. Era un hobby, digamos. La música no era algo de lo que se podía vivir.

La guitarra, eterna compañera.

-¿Qué otras artes sentís que te influyeron?

-Leer, he leído mucho. El buen cine ni que hablar. Toda formación que puedas tener, en el fondo te da algo de dónde agarrarte para luego expresar las cosas de la manera que te salga. Todo te nutre, todo te sirve para tener una mirada de las cosas. Desde las Ciencias Sociales, que te sirven para describir ideas y emociones humanas, o algo bello, que te da un sentido estético.

-¿Todo es alimento?

-Sí. Caminar por la playa, hacer un picnic en un bosque, mirar una florcita. Todo depende de cómo mires y cómo lo incorpores.

Hormigueros para entender el mundo.

-¿Por las dudas hay que tener la guitarra cerca?

-Exacto. Me gusto siempre porque es una herramienta que te permite traducir en sonido lo que a vos te está pasando por dentro, emocionalmente. Es un instrumento fantástico.

-¿Cuál es el motor principal para el arte?

-El amor. En toda su expresión. Pero el amor romántico, el amor apasionado, o la pérdida, la separación de otro, es un motor creativo extraordinario. Es como que en el fondo necesitás que te escuchen: para decirle cuánto lo amás, o lo enojada que estás, cuánto sufriste, cuánto extrañas tal o cual situación. Cuando hay un destinatario concreto, eso mueve montañas. Pero bueno, debe haber otras motivaciones, supongo.

-¿Te gusta viajar?

-No dejo la pata quieta. Tengo una ansiedad, que siempre voy para algún lado. El año pasado estuve por Italia, Roma, sobre todo. Pero siempre con la música. Es un medio de transporte, es la excusa para ir a lugares, y me llevó a ciudades a las que quizás  jamás hubiese ido.

Merkén chileno.

-¿Sos de traerte algo de los viajes?

-Sí, condimentos o cositas para comer y estirar el viaje un poco más. Tengo por ejemplo una sal patagónica ahumada, que me traje de Bariloche; un curry que compré a unos hindúes, en Londres;  un merkén de Chile; azafrán de España; peperoncino de Italia… Los sabores te llevan de nuevo al lugar.

-¿Sos una persona espiritual?

-Hago lo que puedo. Mi familia directa es atea. Tuve abuelos católicos, primos judíos, pero nadie practicante, sólo mantenían algunas tradiciones. Tengo respeto por la fe. Me hubiera gustado tener una religión, algo en qué apoyarme y creer.

-¿Compensás de alguna manera?

-Con una fascinación por los fenómenos naturales. Todo es mágico y Dios, como concepto, está en todos lados. Desde en cómo se organiza un hormiguero a  cómo crece una planta. Tengo ese respeto por el funcionamiento universal, algo que humanamente no se puede explicar.   «

Sal patagónica.