Es comediante, hace stand up y nutre copiosamente sus cuentas de Instagram, Twitter y el canal de YouTube con contenidos variopintos de lo que más sabe (y disfruta) hacer. Tiene un podcast, No sé si esto será gracioso, y en los diez años que lleva en el oficio también hizo guiones para otros artistas, dio clases, y tuvo un programa de radio en Vorterix. A esta altura Lucas Upstein ya forjó una marca registrada, que combina un humor agudo y muy ácido, donde pulveriza tabúes, aunque -como bien asegura- lo hace a conciencia. Dice que el stand up es mucho más que “un show del chiste”, y le agradece a colegas como Federico Simonetti haberle aportado una mirada más “política” de su tarea, que lo obligó a pensar: “A quién le estoy hablando, qué quiero decir y por qué lo digo”.

-¿Dónde te criaste?

-En Villa Crespo, en distintos lados del mismo barrio, pero ahora vivo en Caseros.

-Familia compuesta por…

-Novia, madre, hermana, hermano, abuela, tía abuela, tío y no me quiero olvidar de los perros, que no van a leer esto, pero bueno, si un día aprenden, no quiero que vean la nota en el diario y piensen que me olvidé de ellos (risas).

-El tema de la familia está muy presente en tus rutinas, igual que el humor negro o, mejor dicho, se combinan…

-Sí, pero hay gente que busca que los chistes oscuros sean más oscuros que graciosos, que sólo escandalicen. Y el tema es que el impacto puede ser positivo para quien guste mucho de ese tipo de humor, o negativo para quien no esté preparado para escucharlo. Yo trato siempre de que esa clase de chiste sea más gracioso que oscuro, no me interesa el escándalo por el escándalo.

-¿Y cómo te va?

-Muchas veces el público, además de agradecerme por el show, también me agradece por cómo hablo de ciertos temas: personas a las que les han sucedido ciertas cosas y vienen a contarme que en el espectáculo pudieron reírse de eso, cosa que si  hicieran en otros lugares se sentirían juzgados.

-¿Te ves en algún tipo de estructura amorosa-familiar-mapaternal distinta a la tradicional?

-La verdad es que yo jodo mucho pero soy bastante “Dios, patria y hogar” (risas). Hoy en día, más con todo lo que pasó con el Mundial y lo que se veía en las redes, todo el mundo idealiza, por ejemplo, a las familias de los futbolistas, que son chicos de menos de 25 años, con cuatro hijos, tres perros, dos monos y 35 tatuajes de series de Netflix en el cuerpo.

-Una aspiración cuanti-cualitiva, digamos.

-De repente parece que todos quieren eso, y en realidad, es algo no sé si arcaico, pero más viejo o anticuado. Hoy estamos todos enfrentándonos a nuevas cosas.

-¿En qué sentido?

-Que eso que dicen querer, está en la fantasía, porque en la práctica muy pocos lo pueden llevar a cabo.

-De todos los lugares que conociste yendo a actuar, ¿cuál te resultó más especial?

-Ushuaia me pareció un lugar increíble. Además de que me sentía como en el Señor de los Anillos, porque para donde mirara, eran todos paisajes hermosos y distintos. Yo había ido unos días a descansar y se me ocurrió armar algo para actuar, pero pensé que no iba a ir nadie y la verdad es que terminé haciendo un show para 150 personas.

-La sorpresa te esperaba en el fin del mundo.

-Después de eso, paseando entre lagos y montañas, le hice una apuesta a mi novia: le dije que nadie me iba a reconocer ahí, en el medio de la inmensidad, y un miércoles a la tarde cuando bajábamos de la Laguna Esmeralda, se me acerca un tipo y me dice: “Ey, Lucas, ¿te puedo pedir una foto?”

Foto: Facebook

-¿Qué otros laburos tuviste?

-Fui fumigador, yo era el chico con la jeringuita que pasaba el sábado a la mañana o el día de semana a la mañana. Muchas veces, cuando iba a fumigar, me daba cuenta de que en ese departamento en el que no me querían abrir, solía estar el problema de todo el edificio.

-¿Cómo?

-Apenas me abrían la puerta para decirme que no me iban a dejar pasar, yo pispeaba por atrás de la persona y podía ver una habitación como la de El juego del miedo y un pie colgado ahí (risas). Entonces pensaba: “Bueno, está bien, hoy no voy a entrar, mejor” (risas).

-Cucharachas, freaks agazapados, ¡en el fondo eras un tipo valiente!

-Sí, pero tenía sentimientos encontrados sobre todo con las cucas. Es que les tengo fobia, pero no tanto odio como para hacerles lo que les hacía. Fui un fumigador que sentía culpa por matar cucarachas. Ver a las cucarachitas corriendo era terrible.

-¿Cuándo decidiste que ibas a hacer humor?

-Después de la secundaria, además de fumigar y tener otros laburos, hice cursos de guión, de locución, y entre todo eso, empecé a hacer stand up. Dije: “A ver si me sale y me gusta”. Y al principio, salió, es decir, las primeras dos veces, las siguientes cuatro o cinco que siguieron salieron muy mal, pero ya me había gustado (risas). Y dije “vamos a tratar de mejorar”.

-¿Y qué pasó entonces?

-Cuando me quise acordar, ya habían pasado cinco años y eso era lo que sabía hacer. Me puse a pensar dónde podía poner en práctica todo lo que había aprendido y di clases de comedia, de stand up, hice guiones para otras personas. Me lo tomé en serio.

-¿Cuál es el objeto más preciado que tenés en tu casa?

-La guitarra de cuando tocaba, a los 15 años. Una electroacústica, porque escuchaba mucho grunge, Nirvana, Alice In Chains, Stone Temple Pilots… «