Actor, comediante e influyente estandapero, Ezequiel Campa hizo de todo. Su nutrido CV incluye comerciales de fernet, tiras como Un año para recordar y Todos contra Juan, y películas como La última fiesta, entre otras aventuras. En cuanto a su habilidad para desplegar rutinas solo munido de un micrófono, es conocido por los espectáculos Ezequiel Campa en vivo y en la hierba, Campa-Pichot (junto con Malena Pichot) y en el último tiempo, Cheto y choto, con el que está de gira actualmente. Fue precisamente en el terreno del stand up donde su nombre empezó a sonar con más fuerza (incluso en el mercado estadounidense) y de la mano del personaje Dicky del Solar, el rugbier racista, homofóbico y antipobres que vive en Nordelta, conquistó una popularidad de despliegue viral.

–¿Qué tiene Campa de cheto y qué de choto?

–El concepto de cheto fue cambiando con los años. Cuando yo era chico, “cheto” era ir a Punta del Este, tener velero, campos y doble apellido. Hoy ser cheto es llegar a fin de mes.

–Igual, hay un núcleo duro que mantiene la antigua tradición, esa cosa filo Opus Dei…

–Claro, yo siempre digo que soy cheto pero, si me comparás con un cheto de verdad, estoy en las antípodas. Porque ser cheto también es una forma de pensar, que tiene que ver con la derecha, con que vuelvan los milicos y en ese sentido no me identifico para nada. Lo que tengo de cheto es que hablo inglés.

–¿Y de choto?

–De choto tengo todo. Me gusta incomodar, ofender y decir lo que no se puede decir. Eso es considerado choto.

–¿Qué es exactamente ser un choto? Porque parece un poco amplio…

–En Uruguay es una comida, puede ser también el órgano sexual masculine (risas). Pero lo que hoy uso para el show es el concepto de ser medio malo: “¿Cómo vas a decir eso? ¡No seas choto!”.

–Te criaste y fuiste al colegio en San Isidro, pero alguna vez contaste que no encajabas muy bien. ¿Qué te faltaba?

–Me faltaba el doble apellido, haber nacido en San Isidro, vivir en la parte más cheta y tener plata.

–¿Y qué le pasó al director para darte la matrícula?

–En los colegios privados, si pagás está todo bien. Además, era un colegio católico, y viste que Jesús te recibe siempre con los brazos abiertos.

–¿Vos te mantenías estoico en eso de no ser como el resto o la chamuyabas?

–No, jamás. Era muy tímido e interactuaba poco. Casi ni me quedaron amigos de esa época, que fue la primaria. Después, en la secundaria, fui a una escuela industrial, otro palo, mucho más tranqui. Me corrí de ese microclima y además enseguida empecé a estudiar actuación.

–¿Y qué onda con eso?

–En Zona Norte era el hippie que estudiaba teatro, el falopero, puto y pobre. Y para los de teatro era el cheto. Mi lugar en el mundo no existía.

–A los de Villa Adelina y Villa Martelli, ¿hay que pedirles ADN antes de calificarlos como “gente de Zona Norte”?

–Exacto. Serían como los parias. En mi caso, yo tampoco vivía en la parte más top, sino en la parte normal de San Isidro, que es el centro. 

–¿Los Puccio estaban cerca de tu casa?

–A dos cuadras y media. Viví toda la historia de los Puccio en primera persona. Además, Alejandro Puccio jugaba en el CASI y yo lo conocía de ahí, porque también jugaba al rugby en el club.

–Desarrolle.

–Primero, está la cuestión de que en esa época la información no circulaba tan rápido como ahora. Cuando saltó todo había rumores, trascendidos y estaba todo enrarecido.

–Claro, doblemente impresionante para los vecinos.

–Imaginate. Los Puccio tenían ahí en el centro un local que vendía tablas de windsurf y atrás estaba la casa donde pasó todo. Recuerdo que después de la detención de Alejandro Puccio se empezó a decir que lo iban a soltar enseguida porque él no tenía nada que ver, y en el CASI lo esperaban como un ídolo que capaz llegaba a jugar el partido del sábado. Me acuerdo que justo se venía un partido CASI-SIC y nos pusimos a hacer banderas de “Bienvenido” y “Justicia”.

–Una cosa bizarra, visto desde acá.

–Es que era difícil de creer. Después pasaron los meses y fueron saltando más cosas, otros secuestros y los asesinatos.

–¿Y a vos qué te pasaba, siendo un nene?

–El negocio lo cerraron, y después de años, parte de lo que era el local pasó a ser el barcito donde íbamos con los chicos del colegio. Me acuerdo que en el baño había una ventanita desde donde se veía el sótano en que encerraban a la gente.

–¡Muy fuerte! ¿No te mandaron a la psicopedagoga después de asomarte ahí?

–No, no. Ya era grandecito, estaba en la secundaria.

–¿Cuál será finalmente la venganza de Tony Benavides, una de las víctimas de Dicky del Solar?

–¡Ser feliz! O hacer un musical donde cuente todo lo que le hicieron. Porque siguiendo la lógica de Dicky del Solar, después de todo lo que le pasó, a Tony no le queda otra que ser trolo, y los trolos son muy del musical.

–¿Cuál es el límite en el stand up entre la libertad y el pasarse de rosca?

–La estupidez. El límite no es el tema ni el contenido, sino tu capacidad para decirlo de una manera o de otra. No hay nada que me ofenda más que un chiste malo. «