El rock está repleto de guitarristas que piensan poco en la música. Que banalizan el oficio de componer, que se esconden en la moda más cercana y/o se pierden en destrezas huecas. Eduardo Beilinson siempre se paró en la vereda opuesta.

Con influencias notorias, pero con un instinto exacto para articularlas de la mejor manera. Así construyó un estilo muy personal como instrumentista y una identidad inconfundible como compositor. Su obra con Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota atravesó la cultura rock y la sociedad argentina. Skay será siempre parte de esa mística, pero su carrera solista ya cumple 15 años y se sostiene por sí misma.

“El engranaje de cristal” es uno de sus discos más precisos. Se trata de diez canciones –en rigor nueve, el último track es instrumental– en las que no sobra ni falta nada. 30’ donde se suceden melodías precisas, variantes rítmicas, texturas cuidadas y el Skay cantante transmite más convicción que nunca. El trabajo está firmado por Skay y Los Fakires, que incluyen además de al mítico guitarrista a Oscar Reyna (guitarra), Claudio Quartero (bajo), Javier Lecumberry (teclados) y Topo Espíndola (batería y percusión). El arte –realizado una vez más por Rocambole– se desarrolla en un formato símil simple de vinilo y constituye otro de los aciertos del álbum.

El disco abre con «Cáscaras», un juego de guitarras acústicas y eléctricas que incluye referencias árabes, zeppelianas, psicodelia beatle y una sucesión frases-postales en clave espiritual. Le sigue «Quisiera llevarte», una canción entre lánguida y épica, con texturas de guitarras muy dinámicas y una letra que cierra con una convocatoria: “Despliega tus alas”.

«Egotrip» es uno de los temas que más repercusión generó. No sólo por su riff de talante festivo e ideal para el pogo: en la letra Skay señala a un personaje preso de su ego que adscribe a las frases «yo, siempre yo» y “yo, el rey soy yo».

Más allá de las intenciones, la asociación con la interna de los ex Redondos ya corrió como reguero de pólvora. «El equilibrista» se mueve entre el folk, el rhythm and blues y el rock sin perder nunca la elegancia e invita a la libertad: «Cruzo la línea sin miedo, busco mi amanecer, soy la raíz de un destello, que ayer soñé». «En la fragua» se destaca por su guitarra slide, los arreglos de cuerdas/teclados y el solo tan inconfundiblemente Skay.

La segunda parte del disco –adscribiendo al imaginario de vinilo que propone Rocambole– corre por cuenta de «La procesión», donde se articulan formas árabes y un clima de celebración pagana mientras Skay sentencia que «todos volvieron vencidos… menos la guerra, que nunca pierde».

Las cosas se ponen bien espesas en «Chico Bomba», con un riff espeso y provocador que le da marco a que el ex Redondos le cante al final del siglo XX. “La calle del limbo” baja la intensidad, pero no el gancho de la mano de un riff rock-pop clásico de Skay –mientras confiesa “Soñé que estaba soñando»–. «El carguero del sur» ofrece guiños recurrentes a los beatles y “Epílogo” es un instrumental acústico donde cada nota y cada silencio resuenan con una profundidad movilizante.

El reparto de bienes tras la separación de los Redondos dejó a Skay en una escala terrenal. Pero lejos de entenderlo como una pérdida, el guitarrista lo asumió como un espacio de libertad que le permite tocar en vivo cada vez que quiere y multiplicar su productividad en el estudio. “El engranaje de cristal”, su sexto disco solista, confirma su vitalidad creativa y su búsqueda de variantes sin caer en golpes de timón efectistas. Que no decaiga.