Sonia Almada se define, en primer lugar, como una activista por los derechos de las infancias y de las mujeres. Es psicoanalista y hace más de veinte años se dedica a trabajar con sobrevivientes de violencia sexual.

Recientemente publicó su primer libro La niña del campanario. “Escribo para hacer un poco de justicia” dice, mientras recuerda el crimen de Ana María Rivarola, una niña de 8 años, como el hecho que marcó su vida para siempre.

El libro, editado por Bocas Pintadas tendrá su segunda edición en abril. Es un ejercicio de memoria que la autora realiza tenazmente a través de múltiples entrevistas a familiares, policías, personal eclesiástico y demás actores que indagan qué pasó con Ana María Rivarola.

Sonia Almada vivía en la misma ciudad donde ocurrió el crimen y también tenía 8 años cuando se enteró del hecho. Nunca nadie le explicó nada. Luego de 47 años, llegó la necesidad personal de desarmar el silencio y el vacío que se generó alrededor de aquella niña.

Editado por Bocas Pintadas el libro tendrá una segunda edición.

-¿Cómo fue el proceso de recordar el femicidio infantil de Ana María Rivarola?

-Tenía un recuerdo nunca olvidado. Ni mi mamá ni mis amigas de la infancia se acordaban cuando les pregunté. Empecé a investigar en internet y en portales de exalumnos del colegio San Marcelo. No encontraba nada. Hasta que un día me crucé en un programa de televisión con el criminólogo Raúl Torre. Aproveché para contarle sobre mi investigación y él lo recordó como “la niña del campanario”. Torre había sido policía a los 20 años y fue el primer homicidio al que asistió. Desde ahí empecé a encontrar algunos hilos muy sueltos y testigos. El encubrimiento y el silenciamiento fue atroz.

-¿Qué busca visibilizar La niña del campanario?

-Mi libro intenta alzar una voz por los niños y niñas. Que se los tenga en cuenta como objeto de derecho y deseo. Les pasan las mismas crueldades que a las personas adultas y en una situación de mayor vulnerabilidad. Porque realmente no tienen ningún tipo de arma para defenderse. Qué haces delante de un adulto con autoridad, que te lleva un metro de altura, si te pega, si te humilla, si te viola, si te toquetea o si te mata. Estas atrocidades pasan a diario. El primer lugar donde pega el patriarcado es en la infancia. Ahí es donde te crían y te dicen que tenés que levantar la mesa, que tenés que callar, que tenés que hacerle caso a tal, que tenés que darle un beso al tío. Ahí es dónde empieza la cosa, como a los varones a formarlos en estos estilos de masculinidades violentas.

– ¿Qué huellas dejó en vos este hecho?

-En el libro voy mezclando algunas anécdotas de mi infancia para contar muy auténticamente desde donde estoy contando esto. Yo la pasaba muy mal en mi infancia y también padecía muchos tipos de violencia, entonces desde el momento que me enteré de la muerte de Anita, descubrí, primero que los niños se pueden morir. Y segundo, que los pueden matar. Y a mí me estaban pasando muchas cosas, así que temí por mi propia vida. La fuente viene desde ahí, porque siempre es personal. Y lo personal es lo político.

-¿Qué quedó en la memoria colectiva de esa comunidad?

-Me sorprendió que ni la propia familia sabía que la niña había sido violada. Sólo lo sabía el personal policial y yo porque lo leí en el archivo. Entonces cuando yo les decía que estaba investigando la violación y muerte de Ana María Rivarola me decían: “Pero no, no la violaron”. La narrativa social que quedó fue “una niña fue asesinada en la Iglesia, la Iglesia no tiene nada que ver, fue alguien de afuera y fueron los montoneros.”

Almada recibió desde el Arzobispado de San Isidro, un relato espeluznante con las explicaciones sobre el caso. En el Colegio San Marcelo, donde estaba el campanario, no quisieron dar testimonios.

-¿Qué pasó con el caso en la Justicia?

-Al año del crimen, el caso se archivó por falta de pruebas. Y al año siguiente se destruyó el expediente. No existe que pase algo así, nunca se destruye un expediente. Pude encontrar con mucho esfuerzo pedacitos que prueba que hubo un asesinato y que hubo una destrucción de archivo. Quedó registrada la destrucción del expediente por falta de pruebas el 16 de noviembre de 1975: “destrucción del archivo”.

-Las violencias y los abusos sexuales en la infancia son aún un tabú en nuestra sociedad. ¿Cuáles fueron los avances en los últimos años desde tu recorrido?

-Hace 28 años que atiendo, empecé a trabajar en el Hospital Durand. Tenía mi experiencia personal como sobreviviente de violencia sexual y había trabajado en comedores y merenderos donde escuchaba a los chicos que naturalmente contaban que sufrían abusos sexuales. Y en el hospital también me encontré con varios niños que contaban abuso sexual y en las supervisiones con colegas me decían que eran fantasías, como decía Freud. Y yo sabía que no eran fantasías. Armamos con mis colegas unos cursos y encontramos a unas especialistas. Se fue visibilizando la problemática con muchísimo esfuerzo. Es un tema tabú para la sociedad en general. El caso de Thelma en Argentina ayudó muchísimo porque desde lo mediático explotó, y tuvimos una cantidad tremenda de consultas.

-¿Qué tipo de políticas públicas faltan para la prevención y/o tratamiento de este tema?

-Faltan centros de atención gratuita. Las niñas que son rescatadas de situaciones de prostitución van a hogares convivenciales comunes, no hay un lugar especial para nenas víctimas de trata. No hay políticas públicas dedicadas a la prevención de la violencia en la infancia, no hubo antes, ni con Macri ni ahora. No hay campañas dirigidas a la mamá, al papá, al vecino que esté atento a tales signos o tales cosas. La ESI no se dicta en todas las instituciones. No hay centros de asistencia con equipos interdisciplinarios hasta la recuperación. No hay asesorías legales. Todo eso falta y falla lo poco que hay. Pero la niñez no está en agenda. La sociedad es adultocéntrica.

Según datos de UNICEF 1 de cada 5 niñas y 1 de cada 13 niños sufren o sufrieron abuso sexual antes de llegar a los 18 años de edad. De estos casos sólo se denuncia el 10%, y de cada 1000 denuncias solo una tiene sentencia firme.

Un trabajo de años

En 2003 Sonia creó Aralma, una asociación civil dedicada a la asistencia, investigación y capacitación en Infancia, adolescencia y familias. Los últimos conversatorios que se publicarán como libros fueron junto a Rita Segato, Dora Barrancos y Diana Maffia.

Tanto en Aralma como en su consultorio llegan víctimas de violencia sexual y de maltrato intrafamiliar, eclesiástico, institucional y víctimas de explotación comercial. Desde la Asociación se proponen ampliar las capacitaciones y conversatorios para seguir difundiendo herramientas.

Además, impulsó el movimiento Derecho al Tiempo Argentina, un proyecto de ley de no prescripción de la violencia sexual padecida en la infancia.