Enormes cantidades de frutas y verduras que por motivos puramente estéticos (por ejemplo, un tamaño o color desacostumbrado) hubiesen ido sin escalas al descarte por no cumplir las exigencias de la comercialización se convierten en snacks saludables o alimento de ganado por su altísimo valor energético. La piel, el carozo y la semilla, con el tratamiento adecuado, pueden aprovecharse como fertilizantes y suplementos para la producción de carne y leche. Incluso, eso que muchos consideran basura permite alimentar a miles de chicos de barrios populares o se vuelve el insumo de un generador de energía capaz de iluminar un estacionamiento de más de dos hectáreas de un mercado de la provincia de Buenos Aires.

Las estrategias de reducción de Pérdida y Desperdicio de Alimentos (PDA), o los distintos modos de aprovechamiento y reconversión de residuos, se replican cada vez más en municipios, instituciones oficiales y organizaciones sociales con el fin último de no tirar más comida –apta para el consumo humano, para el uso en otras industrias o como fuente de energías alternativas– a la basura. Una tendencia social que crece día a día.

“En este momento en el país se le está dando mucha importancia al tema y está en la agenda de organismos de investigación y desarrollo como así también en los que dictan políticas públicas”, asegura Livia Negri, investigadora del Instituto de Tecnología de Alimentos del INTA Castelar y coordinadora del proyecto Aprovechamiento de residuos, descartes y subproductos agroalimentarios y agropecuarios: tecnologías para la obtención de alimentos y bioproductos para cadenas productivas.

“Muchos de estos residuos y descartes se utilizan principalmente como alimento para animales o quedan en el campo como elementos de compostaje o no son utilizados directamente –continúa–, pero estas prácticas no alcanzan a reconvertir la cantidad de biomasa generada, lo que es fuente de contaminación ambiental, y además no contribuyen al agregado de valor. Es por ello que el procesamiento, explotación y biorrefinería de los residuos generará compuestos de alto valor con un enfoque industrial de ‘residuo cero’”. Para la especialista, tratar los descartes y residuos agroalimentarios y agropecuarios como insumo para las diversas actividades productivas es un “círculo virtuoso” que agrega valor, reduce el desperdicio, disminuye costos y minimiza el impacto ambiental.

Se calcula que un tercio de los alimentos producidos termina como desecho.

Dimensión social

“Nuestro primer planteo cuando asumimos fue hacer el patio de compostaje más grande de Latinoamérica, pero a los pocos días nos dimos cuenta de la enorme capacidad de recuperar alimentos que teníamos; esa potencialidad y lo que podíamos ayudar donando esas cantidades de alimentos a comedores populares y organizaciones sociales nos convenció de crear el PRP (en referencia al Programa de Reducción de Pérdidas y Desperdicios y Valorización de Residuos) y hoy podemos decir que es un proyecto espectacular”, se entusiasma Marisol Troya, gerenta de Calidad y Transparencia del Mercado Central de Buenos Aires.

Troya no exagera. Desde agosto de 2020 hasta la primera quincena de diciembre de 2022 el programa permitió recuperar unos 2,5 millones de kilos de alimentos aptos para consumo humano y otros 3,7 millones de kilos de residuos orgánicos para la producción de compostaje.

El proceso comienza con una selección que separa los alimentos aptos para consumo humano de lo considerado como residuo orgánico (con las consecuentes tareas de control de calidad). Los alimentos para consumo se “paletizan” en cajones y se llevan al departamento de Acción Comunitaria dentro del Mercado (en promedio, cada nave aporta entre 2000 y 4000 kilos por día). Allí funciona un galpón habilitado por el SENASA como Centro de Distribución desde donde parten las donaciones a los comedores (unos 800 en verano) y organizaciones, previamente anotadas en un registro público.

El trabajo del Mercado Central, en palabras de Troya, tiene tres dimensiones. Una ambiental, relacionada con la producción de compostaje (que también es donado a organizaciones sociales, fundaciones, universidades y municipios) que contribuye a la disminución de residuos; otra normativa, porque no existe una experiencia a esa escala (el Mercado comercializa cerca del 20 por ciento de las frutas y hortalizas de todo el país) con un reglamento específico y estándares de calidad sobre la reducción de pérdidas; y por último, la social. Sin dudas, la más gratificante de todas. Así lo destaca: “Cuando creamos el PRP empezamos a contratar operarios para las naves, gente que antes revolvía la basura y vivía de los volquetes y ahora tiene un trabajo formal, que están recuperando alimentos para personas que pasan lo mismo que pasaron ellos. Eso tiene un valor de progreso personal que lo sentimos como nuestro gran aporte”.

En la Argentina funciona desde 2015 el Plan Nacional de Reducción de Pérdida y Desperdicio de Alimentos.

Sistemas sostenibles

Desde 2015, Argentina cuenta con el Plan Nacional de Reducción de Pérdida y Desperdicio de Alimentos a cargo de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca (SAGyP), que busca fomentar y estimular en el territorio “sistemas agroalimentarios más sostenibles, inclusivos y resilientes”. Ejemplo exitoso de ese trabajo en coordinación con los municipios ocurre en Escobar con el proyecto de producción de biogás a partir de residuos sólidos orgánicos.

“El biodigestor procesa alimentos que por sus características ya no son aptos para su comercialización. A partir de un proceso de digestión anaeróbica, los microorganismos degradan el material orgánico, produciendo gas metano que se usa, a través de un generador, para alimentar las luces instaladas en una de las naves y, además, a la noche, las luces colocadas en el perímetro del estacionamiento del mercado concentrador de la comunidad boliviana de Escobar”, cuenta Estefanía Quijada, directora municipal de Ambiente.

Todos los días, alrededor de 2000 kilos de papas, verduras de hojas y frutas son utilizadas para “alimentar” a la máquina. “El biodigestor –agrega Estefanía– también produce biol o biodigerido, y si bien aún estamos en la etapa de ensayos, se trata de un fertilizante que puede ser aprovechado para evitar el uso de agroquímicos, cosechando alimentos de alta calidad y favoreciendo a la economía circular”.

Biodigestor en Escobar
Un tercio

En base a estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), alrededor de un tercio de todos los alimentos producidos en el mundo para el consumo humano se pierden o se desperdician a lo largo de las distintas etapas de producción hasta llegar al consumidor.

Una guía de municipios sin desperdicio

La tendencia crece en todo el país. En el marco del Plan Nacional de Reducción de Pérdida y Desperdicio de Alimentos (PDA), se publicó el trabajo Municipios sin desperdicios. Experiencias de buenas prácticas para la producción y consumo de alimentos más sostenible en municipios y gobiernos locales que difunde “modelos de abordaje municipal para otras comunidades” que contribuyen a “afianzar los lazos entre nación, provincias y municipios”. Para ello diseñaron e implementaron propuestas de estrategias de prevención y reducción de PDA en 11 municipios repartidos en seis provincias del país.


En Buenos Aires (Berazategui y Morón), Córdoba (Villa María y Río Cuarto), Misiones (Apóstoles y Posadas), Neuquén (Aluminé y Villa Pehuenia Moquehue), Río Negro (Villa Regina) y Tucumán (Simoca y Tafí Viejo) “se promovió la vinculación y coordinación entre las organizaciones que integran la comunidad local y entre los municipios y provincias para acelerar procesos de diseño e implementación de políticas alimentarias de acuerdo a las características y necesidades de cada localidad, contemplando la factibilidad económica, productiva, social y ambiental”.


Durante tres meses se realizó un seguimiento a cada municipio y, aún en un universo de localidades muy heterogéneas, en el abordaje se utilizó como modelo la Guía Integral para Municipios que “contempla soluciones tecnológicas, financieras, normativas o de procesos que contribuyen desde la reducción, el recupero, el reciclado, o la disposición final de alimentos, en línea con los enfoques de economía circular”.

El país que más aumentó su población con inseguridad alimentaria de América Latina

En noviembre de 2021, durante una conferencia de prensa en la que presentaron el “Panorama Regional de la Seguridad Alimentaria y Nutricional” para América Latina y el Caribe, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), alertó sobre el deterioro de la región en el acceso a la alimentación óptima, tanto en calidad como en cantidad. Los especialistas apuntaron contra los modelos de producción agroalimentarios y sugirieron “cambios” desde el sector privado, pero con apoyo de los Estados.
También señalaron que Argentina fue el país de la región con el mayor aumento de la población con inseguridad alimentaria alcanzando a un 37% del total, mientras que en el período de 2014 a 2016 representaba a un 19,2%, es decir, 17,8 puntos menos.


Según el informe, el 36,6% de los habitantes de América del Sur pasaron hambre entre 2019 y 2021, de los cuales el 12,1 % está bajo la franja de inseguridad alimentaria severa y 6,8% sufren de malnutrición. La pandemia profundizó la brecha.