Estoy en el parque de un castillo francés, con vista hacia una gran ciudad que no logro reconocer. ¿París?¿Buenos Aires? Estoy a la espera de algo, o alguien, inquieta. Finalmente aparece Messi, rodeado por una multitud de siluetas sin rostros. Caminan a toda velocidad hacia el castillo donde sé con certeza que lo espera Emmanuel Macron, aunque no encuentro ninguna razón lógica para esto. Me acerco, casi corriendo, para sumarme a su caminata hacia el palacio y lo empiezo a interpelar sin miedo, para pedirle perdón, decirle que lo re banco, que muchas gracias por todo y más, hasta que el 10 de la selección argentina desaparezca por la puerta del castillo y me ponga a pensar que me olvidé de sacarme una selfie con él.

Jueves 15 de diciembre a la madrugada, me despierto con el recuerdo aún fresco de este sueño. Ayer Francia venció a Marruecos, lo que significa que este domingo, Francia y Argentina se encontrarán en la cancha, así como lo hacen todos los días en la cancha de mi vida desde hace casi 14 años, cuando pisé el suelo Argentino por primera vez. En esta cancha juegan el ser y el estar, maneras de pertenecer. Divisiones y encuentros entre dos países, dos idiomas. Pero los jugadores no siempre pelean, a veces hacen magia juntos, creando situaciones inéditas. 

Algunas semanas atrás, mientras las calles de Buenos Aires se llenaban de colores albicelestes, de posters, muñecos y promos del mundial, estaba convencida que iba a boicotear la copa y sus partidos. Respondía con firmeza y total distancia a los mensajes de whatsapp con propuestas de juntadas para ver los primeros partidos de la “Scaloneta”, aunque los agendaba en mi calendario por motivos estrictamente laborales. ¿Los de Francia? Ni idea.

Martes 22 de noviembre,  6.15 am. Primer partido de la selección argentina contra Arabia Saudita. No puse ningún despertador, pero se ve que algo en mi inconsciente y mi cuerpo ya eran cómplices de la ebullición social y emocional que genera el mundial. Mi amiga y colega Natalie, periodista y futbolera de alma tenía un plan al cual decido sumarme. Nos espera un pequeño bar dedicado al Diego que debe pasar el partido. Plan fallido. El bar está cerradísimo. Detrás del fracaso, aparece la magia. 7.15 am estamos en la vereda de una esquina cerca de Argentinos Juniors.  Un puesto de diarios instaló una TV al aire libre. Un bar sin TV presta sillas y hace café. La esquina quedó transformada en un pequeño anfiteatro acogiendo a un rejunte de almas de todas las edades, vecinos y transeúntes en la calle.

Saco una foto para mandar esta postal que desborda de argentinidad a mi grupo de amigos varones de Francia llamado «Anita & the Hermanitos», todos locos por el fútbol y por Argentina. «No estamos mirando el mundial Anita, hubo mucho debate con el boycott». Me quedo sorprendida pero estoy acá, en esta esquina de La Paternal. Hace días que mi muro de twitter es una mezcla contradictoria de tweets en francés en contra del mundial y de memes argentinos calentando motores para alentar a la selección. Esta esquina no habla solo del mundial, habla de un espíritu, una manera de resolver, vivir, hacer, vibrar.  Miro a Natalie, y veo su cara de preocupación a medida que entendemos que el partido está perdido. “No podemos perder ya”, pienso. Me empiezo a preguntar cómo podría boicotear estos momentos de vida compartidos con el país y la sociedad que elegí como hogar. Esta derrota inesperada, me obliga de repente a ser parte, me convoca. No puedo dar un paso atrás cuando el país me necesita. Ese mismo martes, a las 8.55 am, abandono cualquier plan de boicotear al mundial.

Foto: Anita Pocuchard Serra

Para un argentino, no hay nada mejor que otro argentino.  ¿Y para un francés?

Viernes 25 de noviembre. Me cruzo con Nico, amigo franco-argentino. Recordamos que en 2014 vimos un partido de Francia en el bar de La Tribu.  Le pregunto si está mirando el mundial y me dice que sí, que de hecho mañana pensaba ir al Troquet de Henry, un bar francés del barrio de Almagro. Concluimos encontrarnos ahí, pastís de por medio, como en un verano en el sur de Francia. Sigo sin querer ver los partidos de Francia, pero tengo ganas de compartir este momento con él.

“ Allons enfants de la patrie, le jour de gloire est arrivé”.

Me quedo sorprendida, buscando miradas cómplices. ¿La gente canta el himno cuando mira los partidos? ¿Desde cuándo? No recuerdo a nadie de mi entorno. Ni “Los hermanitos” en los mundiales, ni en los partidos con mi abuelo, de niña. Él no hinchaba tanto. Lo suyo era puro amor al juego y al equipo que lo daba todo en la cancha. Mientras, con mi abuela, mirábamos algún programa familiar, cómodas en el living,  mi abuelo estaba relegado en la cocina, para  ver los partidos de fútbol. Me solía escapar del living para preguntarle “¿para quién hinchas abuelo ?”, sin nunca tener una respuesta clara y concisa, sino un análisis de la situación, ponderada.

Pero el verano del ´98 fue especial. Estábamos en un pequeño road trip en Normandía, en búsqueda de las raíces de los «Pouchard», entre aldeas, hasta que hubo un cambio rotundo de plan cuando Francia llegó a la final. Rumbo a Bagneux, en nuestra periferia sur de París, con miedo a no encontrar un alojamiento con TV el 12 de julio. Esa noche dejamos el living a mi abuelo y su cómodo sillón y yo, acampando a sus pies sobre un colchón de almohadones. ¡GANAMOS! No sabía que los franceses podían ganar una copa del mundo.  Escuchamos el murmullo de la alegría en el barrio, no salimos. Recuerdo una discreta felicidad compartida, mi primera mirada hacia América Latina y un Brasil invencible, un naciente orgullo de la Francia Black-Blanc-Beur ( Negra, Blanca y arabe).

¿Ser francés? Hace décadas que gobiernos, investigadores y nosotros mismos nos preguntamos y peleamos por definirnos. No tengo respuestas, ni deseo que haya una, firme y definitiva. Sin embargo, cada 4 años el mundo parece tener las ideas más claras que nosotros, asegurando que no tenemos nada que ver con nuestro equipo de fútbol.

«La copa la ganó África», leía en 2018 trás la victoria francesa. «Todos extranjeros», «Compraron jugadores para nacionalizarlos»,  leía esas semanas.  Estas frases me motivaron a ver los partidos de Francia y reivindicar, una vez más, la idea de un equipo multicolor que representa todo lo que soy. Mi infancia, mi barrio del conurbano parisino, así como miles de otros en todo el país. Sí, somos lo que ven en la pantalla, y criticarlo, cuestionarlo es siempre más cercano a los discursos de la extrema derecha que a posturas anticoloniales y antiimperialistas. 

Al comenzar la copa, Jaime F. Macias publicó una tabla con los 137 jugadores que nacieron en un país diferente al que van a representar durante el mundial. En el equipo de Francia, solo 3 nacieron en otro país, pero 37 nacidos en Francia juegan en otras selecciones. Marruecos, Senegal, Túnez cuentan con una diversidad de jugadores, en su mayoría nacidos en países europeos. Es una postal de un mundo hecho de movimientos forzados por la Historia o la historia propia, y el fútbol no tiene por qué escaparse de esta realidad.  Es también una ocasión única para dejar las amalgamas entre “país de nacimiento, nacionalidad, color de piel, identidad y más”, conceptos relacionados pero que forman un cóctel único en cada persona.  Los orígenes deben ser un lugar de exploración personal al cual decidimos acudir, no una jaula donde voces ajenas nos quieren detener y encerrar.

El «nosotros» como abrazo abierto y fluido

Sábado 9 de diciembre, 4 pm. La banda franco-argentinizada crece a cada partido de Francia. Ahora soy la que reserva mesas para 12. Es el partido Francia-Inglaterra y le Troquet de Henry queda chico. Nos tenemos que mover en urgencia del boliche francés a una tradicional pizzería de Almagro. No importa, porque la idea es estar con los que elegí. Despedimos a los ingleses del mundial e imagino los agradecimientos de mis amigos argentinos. Un adversario compartido aunque con menos intensidad en Francia.

Si ganarle a los ingleses es una evidencia, ganarle a Marruecos en la semifinal no lo es para mi ni mi entorno. Ese día, en la misma pizzería ya casi cabalística, mi amigo Nayko llega sin la remera de Thierry Henry (héroe del ´98) . Le pregunto por qué. “Porque me considero neutro en este partido. Estaré contento si gana Francia. Y estaré igual de contento si gana Marruecos.”

Las «demostraciones de amor» hacia la selección de Marruecos desde el territorio francés hacen temblar a toda la extrema derecha francesa. «Cuando sos francés, hinchas por Francia” dice Eric Zemmour, el nuevo líder de las ideas más extremas y oscuras del ajedrez político francés. «Y si son franco-marroquíes, ¿no pueden hinchar por Marruecos?» argumenta el periodista de BFMTV. «No si se juega contra Francia».  En la vereda de enfrente, desbordan de mensajes, anónimos o de reconocidos artistas franco-marroquíes como Jamel Debbouze o Gad Elmaleh, alentando con el mismo corazón a las dos selecciones, personas celebrando con ambas banderas en los Champs-Elysées. El mismo DT de Marruecos, Hoalid Regnagui, franco-marroqui nacido en Francia comentaba  «…creo que para todos los binacionales franco-marroquíes, debería ser una fiesta. Pase lo que pase, lo celebraremos juntos en los Campos Elíseos, tanto si gana Marruecos como si lo hace Francia. Vivimos juntos y estamos contentos de estar juntos.”

No logro concebir el “nosotros “ como una palabra cerrada. Muchas veces cuando digo “nos está yendo re bien” o uso el término  “…nuestra selección…”  me dicen  “ ¿Pero de quién hablás?¿ Francia o Argentina?”. “Es obvio que vas a hinchar para Francia ¿no?”. Nada es obvio cuando el nosotros es múltiple, se dibuja y desdibuja todo el tiempo.

A veces también me dejo sorprender por la fuerza del «nosotros», como el martes, después del partido Argentina-Croacia. Saliendo del bar San Bernardo de Villa Crespo, dejándome llevar por la multitud, la energía, caminando por la Avenida Corrientes hacia el obelisco. Dos discretas lágrimas caen en mis ojos. Estoy emocionada. Por el país y por mí, porque no hay duda que soy parte de esta multitud.

Se acerca la final y busco cualquier situación cotidiana para tomar partido por un bando sin que pase por mi corazón. A las 10 am, Lili -mi profe de pilates- me regala un pan dulce. ¿Cómo no hinchar para Argentina el domingo, con gente tan linda a mi alrededor? A las 10.30 am desayuno un pedazo de baguette francesa con chocolate y me parece obvio que tengo que alentar a la selección francesa. Y así. Corto las radios, cierro los diarios de acá y de allá. Me entrego al domingo pensando en esta frase de mi amiga Flora durante uno de los partidos:  «si este país me abrazó, también quiero verlo alegre».