Se podrían enumerar datos. Que el país ya vivió el récord de diez olas de calor esta temporada y se está por venir la 11°. Que es el verano más cálido de la historia, desde que se tienen registros. Que se relevaron 1,5 grados por encima de lo normal. Alerta Roja en marzo. Pero todo confluye en una misma conclusión: el Cambio Climático (CC) existe. ¿Y entonces? ¿Qué conductas y hábitos empezaremos a modificar para adaptarnos a esta nueva realidad mientras esperamos (como una ilusión) que las grandes potencias bajen las emisiones de gases, que las políticas públicas de los diferentes Estados lo contemplen, y se vaya disminuyendo el uso de energía fósil?

Primero, una definición. La dio Inés Camilloni (investigadora de Ciencias de la Atmósfera) durante la jornada científica “Estamos al horno” en la que 130 jóvenes debatieron sobre crisis climática y crearon un manifiesto colectivo: ““Actualmente llegamos a una cantidad de dióxido de carbono de alrededor (CO2) de 420 partes por millón (ppm); antes de la revolución industrial era de 280 partes por millón. Este aumento en CO2 está acompañado por el aumento de la temperatura de la tierra (…). La raíz de donde vienen los gases que producen el cambio climático son producto del conjunto de acciones humanas. Una de las soluciones para mitigarlo es transformar la forma en que producimos energías, en la que nos transportamos, consumimos, reciclamos, y los residuos que generamos. Depende de nuestras acciones hoy”.

El CC demanda(rá) que cambien lugares e instituciones cotidianas. Las escuelas, por caso, tendrán que estar equipadas, y con sus instalaciones eléctricas adecuadas. Se vio esta semana: colegios sin clases por la ola de calor, chicos y docentes desmayados, y respuestas como las de la ministra de Educación porteña, Soledad Acuña, de mandar botellitas de agua al natural. Arrancar cada vez antes el año escolar no es gratuito en estos contextos climáticos y sin inversión en infraestructura.

“Debemos pensar la escuela, la vida cotidiana en ella, y las políticas públicas educativas en función de lo que va ocurriendo en la coyuntura –analiza Gabriel Brenner, docente y pedagogo–. Así como aún hay que repensar el funcionamiento de la escuela con lo que ocurrió en la pandemia, también el cambio climático y las olas de calor demandan pensar a la escuela en las coordenadas que nos toca habitarlas; repensarse las maneras en las que se organiza la vida escolar. No es una excepción lo que vivimos sino que es algo que nos interpela en cómo encarar el funcionamiento de las instituciones”. ¿No será momento de discutir los tiempos y horarios escolares, el modelo de enseñanza, la vestimenta, hasta incluso la arquitectura de sus edificios?

Las botellitas con agua mineral natural que envió Acuña a los colegios porteños para contrarrestar la ola de calor.

Hay una provincia que ya tiene Ministerio del Cambio Climático. Es Misiones, donde las temperaturas superiores a 40° ya no son novedad. Eduardo Saldivia, arquitecto, planificador urbano y asesor técnico del Ministerio, comenta a Tiempo que el CC se traduce en eventos climatológicos extremos, sequías, inundaciones, tornados, olas de calor, pérdida de nivel del mar. “Todo eso va poniendo en evidencia la fragilidad y vulnerabilidad de nuestras ciudades, y nuestra falta de adaptación a la nueva realidad”.

Los eventos extremos nos llevan a vivir más tiempo en nuestros hogares. El uso de energía va en ascenso. La inversión no. Tampoco la planificación urbana. Se sobrecargan zonas sin mejorar las instalaciones.

El tipo de viviendas surge como algo esencial. Saldivia sugiere “construir con sistemas racionales, materiales con acotada huella de carbono, e impulsar la construcción en seco, por su posibilidad de aislamiento; o en madera, que además de ayudarnos con gases del efecto invernadero, stockea carbono que secuestra del ambiente. Tenemos que evitar caer en viviendas que requieran mucha energía para funcionar. Las buenas prácticas de la arquitectura hoy por hoy apuntan a un diseño bioambiental, casas que están pensadas desde el inicio con ciertas técnicas, como el aprovechamiento de la luz solar, estudiar bien las sombras, los aventanamientos, que requiera el mínimo de climatización artificial. Si está bien diseñada y bien hecha, una casa puede ser cálida en invierno o fresca en verano sin necesidad de requerir climatización forzada”.

La construcción en seco va en ascenso como una alternativa más térmica y con mejor aislamiento ante temperaturas extremas.

Saldivia destaca el aprovechamiento de los vientos predominantes, con ventilaciones cruzadas, el doble techo, o galerías donde incide el sol indeseado del verano. En zonas con inviernos duros: dobles vidrios herméticos, superficies vidriadas que permiten el ingreso de la radiación solar y la contienen: “en Jujuy que tienen mucho calor en verano y mucho frío en invierno usan ‘pozos canadienses’. Una toma de aire absorbe el aire exterior, lo lleva por todo un recorrido bajo tierra, donde se torna a 25 grados, tomando la temperatura del suelo profundo, y lo libera adentro de la casa. Afuera haya frío o calor, el pozo canadiense te ventila 25 grados en el interior”.

En un mundo con clima extremo, el teletrabajo que se multiplicó tras el Covid va a continuar. Y se suma la tendencia que ya se ensaya en Europa: bajar la cantidad de días laborales. También racionalizar el consumo de agua y reutilizar recursos como el agua de lluvia, que necesitará de inversiones y campañas públicas que hoy no existen.

Lo que sí está empezando a ser una realidad es la electromovilidad. Ya hay fábricas nacionales de buses eléctricos, y en 2022 se vendió un 33% más de vehículos híbridos y eléctricos que en 2021 y 231% en comparación con el 2020, según la Cámara de vehículos eléctricos. En total, se patentaron 7848 unidades entre híbridos y eléctricos puros. Igual el protagonismo es escaso: el 1,92% del total de 0km vendidos en el país. El más vendido es el Coradir Tito, de fabricación nacional.

Tito, el auto eléctrico más vendido del país, de fabricación nacional.

Lo primero es la salud

Un estudio publicado en agosto del 2022 por la revista científica Nature halló que el 58% de las enfermedades infecciosas a las que se enfrenta la población se agravaron con el cambio climático. Calentamiento global, olas de calor cada vez más frecuentes, inundaciones, incendios, sequías, precipitaciones extremas, aumento del nivel de mar. Todo un combo que modifica las reglas de juego para distintos patógenos humanos, como son los virus, bacterias, hongos, parásitos, e incluso plantas y animales que entran en contacto con las personas. “Se favorece la transmisión: por ejemplo el dengue, Zika, Chikungunya, fiebre amarilla. Un clima global más cálido motivó la distribución universal de su vector, el mosquito Aedes Aegypti”, plantea el médico especialista en Medicina Interna, Ramiro Heredia, del Hospital de Clínicas. De hecho meses atrás la Facultad de Exactas y Ciencias Biológicas de la UBA comprobó que el mosquito ya se adapta a zonas más al sur, como La Pampa.  

Un artículo de Global Citizen, un movimiento ciudadano global nacido en 2012, habla de que con el CC habrá alergias más intensas y en momentos del año en los que antes no se producían. “La deforestación, sumada al crecimiento de los centros urbanos, y al hacinamiento de la población, es un terreno fértil para la aparición de nuevas enfermedades, o para la reaparición de viejas conocidas”, remarca Heredia. Y acota: “probablemente nuestros hábitos van a cambiar, nuestros horarios y espacios de trabajo, nuestra vestimenta, para adaptarnos a un clima más hostil”.

La sequía también es récord, pero ni las políticas ni los sectores agropecuarios plantean soluciones o alternativas en los modos de producción.
Foto: Télam

El artículo suma otro factor que el lector o lectora debe estar sufriendo: cuesta descansar bien. “Cerca del 62% de las personas en el planeta dormimos peor”, afirman. Estrés y ansiedad crecen en estos tiempos de eventos extremos.

Global Citizen sostiene que por el CC “pronto será difícil encontrar o permitirse cultivos básicos como el arroz y los productos derivados del trigo, algunas frutas como los melocotones y las cerezas, y determinados pescados y mariscos”. Más allá de pedirle asistencia al Estado, poco parece el campo (o los diferentes campos) tomar consciencia de que la sequía no será una excepción. No se habla de cambiar el modo de producción ni metodologías de aprovechamiento del agua.

Hay otro elemento que especialistas marcan como necesario a medida que se viven temporadas más calurosas en mayor cantidad de tiempo: los protectores solares. Dicho en criollo: “el sol cada vez pega más fuerte”. Pero a estos productos se lo relaciona a algo estético, mientras la exposición a rayos ultravioletas genera problemas de salud, por ejemplo cada vez más cantidad de casos de cáncer. Los precios de los protectores solares están por las nubes y aún no se aprueba la ley que los regule y permita un acceso popular. Según la Sociedad Argentina de Dermatología, solo cuatro de cada diez argentinos y argentinas lo utilizan en todo el año. Y menos del 70% en época estival.

La dieta ante el cambio climático deberá contener más frutas, verduras y legumbres, menos grasas, carnes y alcohol.

Así es el calor

La «tropicalización» también irá modificando cómo nos alimentamos, con más frutas y verduras. Silvina Tasar, de la Sociedad Argentina de Nutrición, cuenta que con 32 años de experiencia la gente “por más que haga un calor de locos y aún recibiendo las recomendaciones de comer cosas más frescas, frutas y verduras, no ingerir alcohol porque deshidrata, igual comen comidas pesadas”. Y acota: “no estoy a favor de restringir o sacar alimentos. La alimentación diaria tiene que tener de todo un poco porque cuando uno restringe y prohíbe después caen los excesos en los atracones y en problemas de salud más importantes”.

Entonces habla de las “dietas de moda”. Menciona a la paleo, a la keto, y las relaciona con el CC. “Son dietas que tienen que ver con la emisión de gases con efecto invernadero. Por ejemplo, cuando se consumen dietas más de carne, como la paleo, se consume mucho más proteína y el animal -la vaca- es la que más consume gases de efecto invernadero. Las dietas vegetarianas son más sustentables. Está bien buscar alternativas saludables, por ejemplo, las legumbres son fuentes de proteínas vegetales de buena calidad que hay que combinar junto con cereales para lograr lo mismo que una proteína de origen animal. Es mucho más económica, accesible y nos aporta un montón de nutrientes que también que son necesarios”.

Laura Yahdjian (licenciada en Ciencias Agrarias de la UBA, especialista en Ecología y Desarrollo) señaló que los extremos climáticos son cada vez más intensos. Su estudio radica en cómo se van a modificar y cómo van a responder los ecosistemas y las especies frente a los impactos del cambio climático “que los humanos generamos”. Durante la jornada científica «Estamos al horno» brindó ciertos ejemplos positivos para tener en cuenta para mitigar los efectos: “alrededor del campo de cultivo se puede dejar una franja de vegetación natural donde pueden vivir los polinizadores, que favorece el cultivo. Cuando cosechamos los restos eso favorece el suelo, se mineraliza necesitando menos fertilizantes. Nuestros cultivos son responsables del 25% de gases”.

También está el problema de los otros seres vivos que nos rodean. “La crisis de la biodiversidad está declarada. Hay 8 millones de especies y un millón está en etapa de extinción porque sus poblaciones están reducidas”, planteó Viviana Alder, Doctora en Ciencias Biológicas y oceanógrafa.

El 50% de la población mundial vive en ciudades y en Argentina, casi el 90%. «La producción de gases de efecto invernadero es la principal causa y es necesario dimensionar la problemática. Las ciudades han crecido expansivamente y consumen recursos», advirtió la geógrafa Julieta Frediani, especialista en Ciencias del Territorio.

El CC impacta más en las zonas metropolitanas, hacinadas y llenas de cemento que aumenta la isla de calor. Hoy se ve un fenómeno potenciado por la pandemia: el éxodo de miles de familias de las grandes urbes hacia el interior. “Escuchamos hablar mucho de los bosques de cultivos, de los bosques nativos, pero se escucha hablar muy poco de los bosques urbanos –acota Saldivia–. Para el futuro de las ciudades, además de reducir la cantidad de vehículos y dejar los combustibles fósiles, también hay que pensar la infraestructura verde con elementos como el arbolado urbano, que reducen la temperatura de las ciudades y mejoran la calidad de vida”.

La Ciudad de Buenos Aires, una urbe donde crecen las torres sin control ni prevención del Cambio Climático.
Foto: Eduardo Sarapura
Una enseñanza de la pandemia: darle mayor protagonismo al barrio y a la cercanía

Este año, enero (con 32,1°) y febrero (con 31,1°) marcaron récord de temperatura máxima promedio para la Ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, el distrito parece no contemplarlo. Las construcciones de torres y la cantidad de autos son dos ejemplos. El ex Tiro Federal, Costa Salguero, Barrio IRSA, Colegiales y Catalinas Norte en Retiro son algunos predios donde están planificadas torres de más de 30 pisos de altura, aun si la población de CABA no aumentó en 30 años.

«Una enseñanza de la pandemia es darle protagonismo a los barrios, a las compras de proximidad. El profesor Carlos Moreno propone en París una ciudad de los 15 minutos, en Barcelona con súper manzanas, una ciudad amable con peatones que permite moverte cerca de tu casa para resolver ciertas cosas. Sin trasladarse largas distancias para estudiar, trabajar y volver a casa –plantea el arquitecto Eduardo Saldivia, asesor técnico del Ministerio de Ambiente de Misiones–. Hay otro tema muy importante: tanto nuestros hogares como las ciudades tenemos que buscar la manera de reducir la cantidad de residuos, que son grandes emisores de gases de efecto invernadero. Apoyarse en la economía circular, los recuperadores urbanos y también empezar a cambiar hábitos de consumo. Un buen ejemplo son las huertas urbanas. Empezar a generar menos basura desde nuestros hogares será una buena adaptación a estos nuevos tiempos que nos plantea el desafío del cambio climático».

Con el cambio climático los veranos se extenderán más tiempo y serán más intensos.
Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph
Edificios públicos sustentables

El presidente Alberto Fernández presentó el programa Edificios Públicos Sostenibles que busca sumar prácticas sostenibles en lugares del Estado.

Incluye la implementación de energías renovables e incorporación de equipos con tecnología inverter; sistemas de ahorro y aprovechamiento de agua, la adquisición de equipos con eficiencia de grado A, la separación de residuos en origen y articulación con cooperativas de recicladores para la correcta gestión de residuos urbanos en cada edificio; instalación de bicicleteros, adquisición de vehículos híbridos y realización de compras públicas aplicando criterios sostenibles.

El Ministerio de Ambiente aportará asistencia técnica y financiamiento a quienes se sumen.

«Durante muchos años no nos dimos cuenta de lo que estaba pasando. La búsqueda de la sociedad de consumo que nos hizo creer que el progreso estaba en el consumir y no en cuidar responsablemente la casa propia, nos dejó en este lugar”, planteó el presidente Alberto Fernández al anunciar el decreto que oficializó el programa. Y acotó: «El hemisferio sur no es responsable de la idea de consumir y producir a cualquier precio, han sido las potencias centrales; allí están las grandes causantes de lo que estamos viviendo”.

“Lo importante es poner en valor el problema que tenemos, que no es discursivo. Estamos en una situación crítica que no nos da más tiempo –completó–. Este Decreto lo que hace es poner al Estado en primer lugar. Ahora vamos a cumplir y llevar adelante estos Edificios Sostenibles y quisiéramos que toda la actividad privada también acompañe”.