Las olas de calor en la Antártida y el Ártico, que contienen las principales reservas de agua dulce del mundo, encendieron las alarmas. Los -11.5 ºC de máxima del 18 de marzo en la base ítalo-francesa de Concordia, en la meseta antártica, no tienen precedentes en más de seis décadas de registros. Esos 40 grados arriba del promedio se suman a la mayor preocupación de los especialistas polares: el derretimiento acelerado en el Ártico, a causa del calentamiento global.
Mucho se nombra y poco se conoce en profundidad de qué se trata y qué consecuencias tiene. Para abordarlo, Tiempo habló en exclusiva con cinco de los principales expertos internacionales, quienes relatan lo que sucede en la Antártida, y posan su principal preocupación en el Ártico donde el panorama es más complicado.
Una ola de calor de -11.5º C
Las máximas en Concordia y la base rusa Vostok ameritan reescribir los manuales sobre el clima antártico desde enero de 1957, cuando la estación norteamericana Amundsen-Scott comenzó sus observaciones en el Polo Sur geográfico. Lo dice Stefano di Battista, periodista e investigador, desde Milán. Explica que la temperatura de la Antártida suele alcanzar su punto máximo (no más de -20º C) en verano, entre mediados de diciembre y mediados de enero. A finales de enero la temperatura cae “por debajo de los -40 °C, en febrero hasta alrededor de los -60° C y en marzo alcanza los -70° C”, detalla. Si una corriente de aire marino interrumpe la tendencia, lo normal sería una suba de 25/30° C, no 40° C.
Vostok, a 3489 metros de altura y famosa por haber registrado en 1983 el récord mundial de frío (-89,2º C), nunca había superado los -30 °C entre marzo y octubre. El 18 de marzo, enfatiza el investigador italiano, llegó a -17,7° C.
Este calentamiento extremo no se sintió solo en bases permanentes antárticas. En la estación meteorológica automática Dome C II operada por el equipo del Dr. Matthew Lazzara de la Universidad de Wisconsin-Madison, donde lidera el Centro de Datos e Investigación Meteorológica Antártica, también detectaron un río atmosférico que llevó aire más cálido y húmedo desde latitudes medias.
Di Battista lo compara con “abrir la heladera de casa y soplar aire caliente con un secador de pelo: la temperatura sube bruscamente”. Sin embargo, matiza la alarma que acompañó la noticia. No fue en toda la meseta: en el Polo Sur geográfico osciló entre -55.9º C y -51.3º C.
Además, el calor es un concepto relativo en el lugar más frío del planeta: “Es extremo para la meseta antártica, pero si en Buenos Aires se llegara a -17.7° C como en Vostok, quizás la metrópoli se congelaría. A esas temperaturas la nieve no se derrite”.
Di Battista considera “exageradas” las advertencias sobre el aporte de la Antártida a la suba del nivel del mar: su capa de hielo tardaría más de mil años en derretirse. Esta ola de calor no superó los -10º C, el espesor de la nieve sigue aumentando y la ruptura del glaciar C-38 en la plataforma Conger es solo un cambio de estado de una masa de hielo que ya estaba en el mar.
Lazzara también es prudente: se trata de “una investigación en curso” y las escalas de tiempo en meteorología son de “treinta años o más”. La coincidencia de olas de calor no lo sorprendió: la primavera en el hemisferio norte y el otoño en el sur son las épocas de mayor probabilidad.
Walt Meier, investigador superior del Centro Nacional de Datos sobre Hielo y Nieve de la Universidad de Colorado, coincide: la ola de calor antártica fue “extrema”, pero es “una variación climática natural”. Solo si se repitiera podría estudiarse su relación con la crisis climática desatada por las emisiones de dióxido de carbono (CO2). Por el momento los registros no parecen ir en esa sintonía.
A Lazzara, el Ártico le preocupa más porque la pérdida de hielo marino tiene impactos que pueden sentirse antes en las latitudes medias del hemisferio norte.
El norte arde
Tras décadas de calentamiento, el panorama al norte es sombrío. La ola de calor llegó al Ártico el 13 de marzo gracias a un río atmosférico que Walt Meier describe como “particularmente fuerte”. Fue creado por un efecto «molinete» de aire cálido y húmedo desde un sistema de baja presión frente a Groenlandia y otro de alta presión sobre el norte europeo. El 15 de marzo la estación meteorológica de Hopen, en el archipiélago Svalbard, midió 3.9° C, cuando lo normal es -10° C.
“Están sucediendo muchas cosas al unísono en todo el Ártico que agravan y amplifican la señal media del calentamiento global”, dice el galés Alun Hubbard, que habla con Tiempo tras su viaje a Copenhague para el estreno de Into the Ice. Esta coproducción audiovisual entre Dinamarca y Alemania lo acompañó al interior de un molino glaciar, un pozo de 180 metros en el hielo de Groenlandia. No es nuevo para Hubbard, que en los ’90 hizo mediciones glaciológicas y escaló montañas remotas de la Patagonia.
El profesor de la Universidad Ártica de Noruega señala que el récord de temperatura al norte lo tienen los casi 40 °C en Siberia: “Provocó extensos incendios forestales, deshielo del permafrost y derretimiento del hielo y la nieve”. Hubbard llegó a registrar casi 30° C sobre la capa de hielo de Groenlandia, algo “altamente insostenible”.
Antes el océano Ártico estaba cubierto de hielo antiguo y grueso todo el año, lo que lo volvía casi inaccesible para los rompehielos. Hasta hace dos décadas se pensaba que la capa de hielo cambiaba muy lentamente, pero Hubbard sostiene que el Ártico ya había empezado a calentarse más rápido que cualquier otra parte. El efecto más inmediato es la pérdida del hielo marino, que entre 2011 y 2020 alcanzó su nivel más bajo desde 1850. El glaciólogo galés menciona el mar de Barents, donde la cubierta invernal perdió casi un millón de kilómetros cuadrados desde 1970. Ese derretimiento permite, entre otros factores, que pasen barcos que antes no podían, por ejemplo para acciones petrolíferas.
¿Por qué el retroceso global de los glaciares y la disminución del hielo marino? El consenso científico es claro: la excesiva concentración de gases de efecto invernadero por las actividades humanas, especialmente la quema de combustibles fósiles. “Podemos escalar montañas, resistir tormentas, monitorear glaciares. Pero no podemos negociar el punto de fusión del hielo”, tuiteó el glaciólogo norteamericano Jason Box, del Servicio Geológico de Dinamarca y Groenlandia, otro protagonista de Into the Ice.
Box explica por qué no es “impensable” el calor extremo: “La mayor parte del calentamiento del Ártico ocurre en la ‘estación fría’ de octubre a mayo. Después de 2005 hubo un aumento abrupto en los llamados eventos cálidos de invierno”. Desde entonces la tasa de calentamiento ártico ha sido tres veces mayor a la global. ¿Por qué? “El hielo es un reactor ultrasensible a los cambios de clima”.
“Los patrones de circulación están cambiando”, resume Hubbard. Las comunidades costeras del norte ya sufren huracanes severos y fuera de temporada, nevadas, tormentas e inundaciones extremas. Las sequías, que según Box eran poco probables en “regiones granero” como Rusia y Canadá, comprometen la seguridad alimentaria e hídrica.
Meier suma una dramática erosión, que obliga a trasladar edificios, y pone en riesgo a las numerosas comunidades indígenas que deben cazar sobre hielo menos estable o usar botes. La biodiversidad del Ártico también paga las consecuencias: mientras la vegetación agoniza por incendios forestales sin precedentes en diez mil años, osos polares, morsas, focas y hasta zorros, pierden su hábitat. Hubbard siente un gran privilegio y una gran responsabilidad al estudiar cómo fluyen, se mueven y esculpen glaciares, casquetes polares y capas de hielo, o cómo responden a los experimentos de geoingeniería en “estas regiones salvajes”. Ve “esperanza para el futuro” en las nuevas generaciones, aunque no son pocas las veces que se frustra con los políticos y todos aquellos que “dan por sentada la Tierra». «
El «aire acondicionado» del planeta y su impacto hacia el sur
“Lo que pasa en el Ártico no se queda en el Ártico”, remarca Alun Hubbard. Con distintas metáforas, él y Walt Meier explican su importancia en el clima global. Para Meier el Ártico es el “aire acondicionado” del planeta. ¿Cómo? El hielo marino, las capas de hielo y la nieve reflejan gran parte de la energía solar hacia el espacio y evitan que la Tierra se caliente. Al derretirse, el Ártico absorbe esa energía y se calienta. “Así que el aire acondicionado no funciona tan bien como antes”.
En nuestras latitudes ya hay pruebas de cambios en la corriente en chorro que provocan lluvias torrenciales e inundaciones, olas de calor y frío más intensas. Argentina no fue la excepción y en los últimos años vio agravada la situación de fenómenos extremos. Hubbard compara la Antártida y el Ártico con radiadores de auto porque “son enormes disipadores de calor para la Tierra”. Aunque nos parezcan lejanos, ambos polos son piezas clave para la circulación oceánica y atmosférica. “Si te metés con los disipadores de calor, todo el sistema comienza a sobrecalentarse y luego se apaga. ¡Es termodinámica simple!”, enfatiza. La disminución masiva del permafrost empeora las cosas al liberar metano y CO2 directamente a la atmósfera y el océano.
Las ciudades costeras, que albergan el 11% de la población mundial y gran parte de la infraestructura, sufren el impacto. El nivel global del mar subió ocho centímetros entre 1993 y 2020, un 31% debido al deshielo del Ártico. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) alertó que hacia 2100 probablemente aumentará entre 0,29 y 1,1 metros. “Casi mil millones de personas se verán afectadas por el derretimiento de las capas de hielo, particularmente en Groenlandia, durante el próximo siglo”, advierte Hubbard.