En una oportunidad hicimos un paro, seguramente porque no nos pagaban, creo que el director técnico de Racing era el Negro Marchetta. Nos reunimos todos los jugadores y dijimos: no entrenamos. Había sido un año complicado, con problemas y, básicamente, no habíamos tenido oportunidad de tomarnos vacaciones. Así que apenas se tomó la decisión de parar, ahí nomás salí de la cancha, serían las once de la mañana, le cargué nafta al auto –tenía una Sierra XR4 azul– y me fui para la Costa. Resulta que, vaya casualidad, a lo largo de mil quinientos kilómetros de costa, tanto mis viejos que vivían en Villa Domínico como los de mi mujer, entonces mi novia, que vivían a ocho cuadras, en Wilde, las dos familias teníamos casa en Mar del Tuyú. Y ahí salí para Mar del Tuyú, pensando en que los quilombos en Racing nunca se resolvían de un día para el otro. Pero resultó que ocurrió un milagro y esa vez sí, la cosa se arregló. Celulares no había, pero no recuerdo escuchando qué radio, me enteré por el informativo, ya en la costa, que a la tarde mis compañeros habían vuelto a reunirse con los dirigentes y que se había solucionado todo. ¡Qué bajón! Pero no había caso, tenía que presentarme a entrenar, así que ni pude bajar el bolso del auto y ya me estaba volviendo. Había llegado a las tres y a los quince minutos ya estaba otra vez en la ruta, pegando la vuelta. Digamos que tuve vacaciones pero fueron las más cortas que recuerdo, y todo el tiempo arriba del auto.