Mediaba el mes de agosto y llegaba al Barrio Bicentenario esquivando los baches de la Ruta 3. La temperatura rondaba los cero grados y arriba de la moto se sentía aún más baja. Unos minutos antes de las ocho de la mañana entré al terreno donde habíamos instalado el pañol, cedido por los vecinos para organizar el centro de obra. Gastón (Presidente de la cooperativa), Lito y el Santiagueño prendieron un fuego con las maderas que habían podido juntar del piso para recibirme. Volví a sentir las manos después de un rato largo de mantenerlas cerca del fogón. Ese compañerismo de los primeros días sería una constante en todos estos meses.

Los protagonistas

Todos los días al llegar al barrio, nos damos unos minutos para tomar algo y organizar las tareas de la jornada. Es un buen momento para charlar con los compañeros, antes de que los trabajos del día alimenten el cansancio, así que aprovecho y les hago algunas preguntas. Lito dice que la experiencia de trabajar en una cooperativa le hace acordar a sus años en el fútbol profesional y las asambleas a las charlas que se tienen en el vestuario. “En el fútbol como en la construcción tenemos que tirar todos para el mismo lado. Si uno quiere ser campeón, si uno quiere hacer un buen trabajo, sin unión no se va a lograr”. Sabe de lo que habla. En el año 87´ fue campeón vistiendo la camiseta de Almirante Brown, consiguiendo el ascenso al Nacional B. Después hizo de todo: recolección de residuos, ayudante de albañil, encargado de boliche, “todo de momento, nada fijo”. Los últimos 5 años vivió de changas, hasta que llegó a la cooperativa.

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Al Santiagueño lo despiden en 2016 de una fábrica de plástico donde había trabajado 24 años. “En 2016 empezó a ir mal y ahí empiezan a despedir gente sin soltar un mango. Ahí caigo yo. Me fui a la calle a vender bolsitas, corté pasto, un tiempo vendí tortillas en la esquina, no tenía un mango”. Ahí en el puestito es donde habla con Gastón que lo conocía del barrio y a través de él se incorpora a la cuadrilla de trabajo.

 Tachuela venía haciendo changas, con pintura o confección de calzado. Es delegado de la cuadrilla, elegido por sus compañeros. Hace más de 8 años que no tenía continuidad laboral. Antes había trabajado en una fábrica de calzado para Grimoldi, pero cuando cerró despidieron a todos. “Para mí arrancar en esta obra fue muy importante. Yo ya tengo 43 años, es cada vez más difícil conseguir algo. Desde que tengo uso de razón que no sé lo que es estar bien económicamente. Porque uno es chico y pasa dificultades y después te las tenés que arreglar, pero muchas veces no hay trabajo. Acá adentro somos todos iguales. Acá no manda nadie. Cada uno sabe lo que tiene que hacer y nos preocupamos todos para que el trabajo que hacemos salga bien”.

La cooperativa del MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos) está conformada por 24 trabajadores de la construcción y un equipo técnico integrado por un arquitecto, un responsable social y una responsable administrativa. Son trabajadores de la economía popular, excluidos del sistema formal de trabajo, a quienes se les han robado sus derechos, pero que se han inventado sus propios trabajos para ganarse el mango y que se organizaron para conseguir mejores condiciones. Casi la totalidad de los integrantes de la cuadrilla vive en barrios populares. Trabajar en estas obras es también adquirir la perspectiva de mejorar sus propios barrios.

En Bicentenario se trabaja hasta los feriados, si llueve se recuperan las horas los sábados, los viernes a la hora del almuerzo hay asamblea. Allí se charlan las cosas que tienen que ver con la dinámica de trabajo, se busca mejorar el funcionamiento grupal, organizar mejor las tareas, pero también se habla de los problemas que a veces se presentan desde el Estado para que la obra pueda avanzar en tiempo y forma o de las gestiones que deben hacerse para poder completar las distintas etapas del plan. Incluso se practica la solidaridad con otras cooperativas y se decide, por ejemplo, acompañar en su lucha por mejores condiciones de trabajo a los cartoneros o a las compañeras de los comedores y merenderos. Muchos compañeros nunca habían participado de una asamblea. Es un aprendizaje que se va haciendo costumbre viernes a viernes. De a poco todos se animan a hablar y a opinar.

Más allá del hormigón: El proceso participativo

Hay algo que diferencia a estas obras de otras que pudieron haberse desarrollado con anterioridad y es la perspectiva de la integración socio urbana. Aquí no se trata sólo de hacer llegar el hormigón a los barrios. Las obras de la Secretaría de Integración Socio Urbana (SISU) comienzan con los Proyectos de Obras Tempranas (POT), que en nuestro caso corresponden a 3 mil metros de veredas y 90 conexiones intradomiciliarias de agua. Pero hay algo más: la integración urbana llega a los barrios para establecer un diálogo con los vecinos, para hacerlos partícipes del proceso de mejoramiento de sus barrios.

Mientras avanzan las Obras Tempranas, el proyecto establece la conformación de una Mesa de Integración Barrial (MIB), con delegados y delegadas que muchas veces se eligen por manzana. El proceso participativo se constituye en reuniones de delegados y asambleas abiertas a todos los vecinos y vecinas del barrio en las que se dialoga sobre las problemáticas que pueden ir surgiendo con el avance de las obras, se debaten ideas para mejorar los trabajos que se están llevando adelante y también se va dando forma al Proyecto Ejecutivo General (PEG). En el PEG se abordan todas las problemáticas y necesidades del barrio y se jerarquizan las obras necesarias con el protagonismo de los vecinos y vecinas. Aquí se vuelcan los proyectos de obra estructurales que se empezarán a concretar en la segunda etapa de la Integración Urbana, una vez terminado el POT.

Mi tarea como responsable social me mantiene en un diálogo constante con los vecinos y vecinas del barrio. Cuando no estamos en una reunión o una asamblea, siempre me encuentro acercándome casa por casa a hablar por algún tema. En una de esas visitas cotidianas, consulto a Norma para esta nota. Ella es delegada de su manzana y participa de la Mesa de Integración Barrial. Dice que “no pensaba que se iban a hacer obras en el barrio y ahora ver todo esto es una emoción muy grande. Al principio la gente miraba y no creía, decían ´¿Se hará realmente?´ Y ahora están todos muy contentos. Las reuniones y las asambleas están haciendo que uno hable con los vecinos, que conozca. Yo al menos antes no hablaba con mis vecinos y ahora sí. Creo que ustedes llegaron al barrio para unirnos más. Nos enseñaron a poder hacer algo por el barrio y a unirnos para progresar”.

Vivi y Deby, también delegadas e integrantes de la MIB coinciden en que las veredas cambiaron mucho al barrio. “Acá no se podía salir a caminar los días de lluvia, no podías llegar a la escuela, a comprar, había gente que llegaba a sus trabajos toda embarrada, un lío. Los chicos iban con bolsas en las zapatillas a la escuela, o en patas y se ponían las zapatillas recién al llegar”. Desde que están las veredas “los chicos salen, andan en bicicleta, andan corriendo de esquina a esquina, sacan los patines. Hay chicos que se empezaron a conectar entre ellos a través de la vereda”. Esa imagen de los chicos jugando en la vereda es una consecuencia de las obras que, tal vez, no imaginábamos. En esa postal se explica, también, lo que es la Integración socio urbana.

 La plaza

Una de las problemáticas que aparecía asamblea tras asamblea, reunión tras reunión, era la de la falta de un espacio para que los chicos y chicas del barrio puedan jugar. En ese sentido, un aspecto tal vez significativo del proceso participativo fue la organización de los vecinos y vecinas para convertir un terreno baldío donde se juntaban ratas, basura y hasta víboras, en una plaza.

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Se empezó un sábado por la tarde y se continuó otros días durante la semana. Primero fue una jornada de limpieza. Se sacó la basura, los vidrios, se cortó el pasto. Se rastrilló, se metió todo en bolsas, se plantaron árboles. Después se colocaron dos carteles con las leyendas “Plaza Bicentenario”, “No tirar basura”. El proceso continúa.

Un aspecto importante de esta iniciativa es que aquí fueron los vecinos y vecinas los que se hicieron cargo de encontrar una solución a una de las problemáticas del barrio. Aquí no se esperó una solución desde el Estado. Se debatió, se organizó y se empezó a dar una respuesta a través del protagonismo vecinal.

Al mundo lo hicieron los albañiles

Nunca había trabajado en una obra, ni de Integración Urbana, ni ninguna otra. A decir verdad, cuando empezamos no conocía ni el significado de la palabra “pañol”. Uno intuye que el trabajo de los albañiles es duro y que requiere de mucho conocimiento. Pero verlo de cerca todos los días es otra cosa. Puedo asegurar que implica un desgaste físico mayor del que uno puede imaginarse. Son 8 horas paleando, corriendo rejas de las casas para que las veredas puedan hacerse derechas, colocando reglas, cortando mallas, llenando de hormigón, alisando, limpiando herramientas, rompiendo a golpe de maza algunos restos de veredas viejas, cavando pozos de un metro para poder colocar las torres de agua, pasando tuberías por debajo de la tierra, instalando tanques de agua. Y empezamos con frío, sin sentir las manos en las mañanas de agosto. Pero ahora el trabajo sigue abajo del sol y con más de treinta grados en un barrio en el que contabilizamos un árbol cada cuatro manzanas.

En un relato que tituló El Origen del Mundo, Eduardo Galeano cuenta que un obrero anarquista buscaba empleo sin resultados en la España posterior a la caída de la república. Por rojo, sólo encontraba desprecio en todos lados. Su hijo pequeño, criado por su madre católica, buscaba desesperado salvar a su padre de la condenación eterna y en una de sus charlas le dijo “Pero papá, si dios no existe ¿Quién hizo al mundo?”. “Tonto- dijo el obrero cabizbajo, casi en secreto- tonto, al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles”. Y no se equivocaba.

Manuel Diaz, Responsable social en la Obra de Integración Urbana del Barrio Bicentenario (Virrey del Pino)