El oculista me recetó lágrimas artificiales. Según parece, las propias ya no son suficientes  para llorar por el dolor del mundo, por el dolor del país. O quizá, el cambio climático esté afectando también mis conjuntivas y mis ojos se hayan desertificado y por eso están secos. Suscribo más bien la primera opción porque, según un candidato presidencial que sabe de ecología tanto como el mismísimo rabino Bergman, del cambio climático no existe evidencia empírica. ¿No lo recuerdan al rabino? Sí, ese mismo, el que fue ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable durante el gobierno del presidente filósofo, aquel que sobrevoló Entre Ríos en helicóptero a fines de diciembre de 2015 para verificar los daños que estaban causando las inundaciones y luego deslumbró en una conferencia de prensa con una frase que quedará para la Historia: «En algunos lugares falta el agua y en algunos sobra».  Ahora que lo pienso, las ramas del rabino que se disfrazó de árbol debían ser tan artificiales como las lágrimas que me recetó el oftalmólogo porque lo cierto es que los perros no lo mearon a él, sino a nosotros.

No me atrevo a darle estatuto de estadística a este dato, pero lo mismo les han recetado sus respectivos oftalmólogos a mis amigas. Nos encontramos todas en la farmacia sin haber concertado previamente cita alguna. Es que todas necesitábamos comprar llanto envasado. Y no éramos las únicas.

La farmacia se llenó en pocos minutos de clientes que reclamaban sollozos en botellita. Algunos las llevaban al por mayor. Muy pronto la farmacia comenzó a quedarse desabastecida de lágrimas postizas y el farmacéutico cortó por lo sano y comenzó a entregar sólo un frasquito por persona para no tener que levantar la manguera del surtidor de lágrimas hasta nuevo aviso. Una de dos: o aquí se presiente que si elegimos mal, vamos a llorar tanto que no nos alcanzarán las lágrimas propias o la gente está stockeando sollozos de laboratorio por consejo de un gurú de las finanzas que acumula latas de atún. Esto corrobora la vieja afirmación de que nadie se hace rico trabajando. El secreto de la abundancia está en llenar  todas las estanterías de la casa con pescado. Y mejor que aprovechemos ahora, antes que comiencen con la privatización de las ballenas y terminen por privatizar hasta las mojarritas. Ya no se podrá decir entonces que a los pobres no hay que darles pescado, sino enseñarles a pescar. ¿Qué monopolizador de cardúmenes nos dejaría entrar a su campo ictícola con una caña?

¿O acaso los terratenientes les permiten a los pobres cazar vacas? Sí, es cierto que el que se quemó con leche ve una vaca y llora. Pero las cosas cambian y ahora ya no es tan así. Hoy, el que se quemó con leche ve una vaca y no llora. No sé si habrá habido de por medio alguna innovación tecnológica que suprimió el llanto o se habrán decidido, finalmente, por privatizar también las lágrimas y habrán secado las fuentes del sollozo natural para producirlo sólo artificialmente.

Lo cierto es que una candidata perdedora que se sumó a un candidato supuestamente ganador aseguró que el que se quemó con leche ve una vaca y no llora. Y si ella lo dijo, debe ser porque es así. O será que los se quemaron con leche, obedecieron el viejo refrán que dice que no hay que llorar sobre la leche derramada. O tal vez la leche derramada sí será negociada. Y las lágrimas también. Quizá por eso algunos candidatos piden que preparemos los pañuelos, excepto si son verdes.

Nunca fue tan cierta la frase tanguera que sostiene que la vida es una herida absurda. Por estas latitudes parece que vivimos dentro de una obra de Ionesco. La diferencia es que no tenemos una cantante calva y el calvo que sí tenemos está muy venido a menos. No sabemos si sigue gobernando el condado porque sólo aparece en público para decir sí señora, sí señor, seré jefe de gabinete, seré felpudo, seré jefe de felpudos, seré lo que ustedes quieran.

Mientras tanto, el señor de leonina cabellera ha guardado la motosierra en el ropero. Ahora manipula un taladro. Según fuentes cercanas al candidato, en breve irrumpirá en los medios con un spot publicitario con su nueva herramienta horadando piedras, excepto la piedra movediza de Tandil que muchos creían caída hace rato. El spot culminará con una frase: «Taladran, Sancho, señal que cabalgamos». No sé si será efectivo. Está tan devaluado que ahora es subalterno de un gato. Allá ellos, entre felinos se entienden.

Vivimos en el mundo del revés donde, como decía la querida María Elena, un ladrón es vigilante y el otro es juez. No sé quién armó este engendró, quién es el padre de la criatura. Pero eso poco importa porque en el futuro los hombres tendrían  superpoderes y hasta podrían renunciar a la paternidad.

Díganme si la situación no es para llorar, si no es, como suele decirse, para llorarse todo hasta quedar seco como el lecho de tantos ríos. Y, los dioses de las urnas no lo permitan, puede ponerse peor. Entonces sí que no nos alcanzarán ni las lágrimas artificiales de todo el mundo para expresar el desconsuelo. Pero no salgan precipitadamente a comprar en la farmacia.

Ahora dicen que no van a permitir la venta de niños, ni de órganos ni tampoco van a autorizar la portación de armas. Quién los entiende. Hasta hace poco pregonaban a los cuatro vientos que había que aplicar la ley del talión. Decían que los chorros debían morir en su ley. ¿Qué ley? ¿La ley del ojo por ojo y diente por diente? ¿Nuestra ley? ¿Su ley o milei? Dios mío, cómo está el país. Ya no se puede confiar ni el corrector de Google. «