Sobre la Avenida 66, entre la verdulería y el local de Edelap, la distribuidora eléctrica de La Plata. En ese punto del mapa de Los Hornos ubicó a Jorge Julio López el último testigo que lo vio con vida el 18 de septiembre de 2006, cuando el ex detenido-desaparecido volvió a desaparecer. Se sabría luego que allí viví una policía, hasta entonces en actividad, que había trabajado para Miguel Osvaldo Etchecolatz. Sin embargo, esa vivienda nunca se allanó. Tras el fallecimiento del genocida, hace poco más de un mes, otra muerte sumó silencio en torno al único desaparecido de la última dictadura que volvió a desaparecer en democracia. Si Susana Gopar tuvo algo que ver con el secuestro de López o sabía qué hicieron con él, se lo llevó a la tumba.

Gopar murió el 11 de agosto pasado, según las despedidas publicadas en las páginas de avisos fúnebres del diario El Día. Ya no vivía entre la verdulería y Edelap, donde López fue visto por última vez. Y ya no pertenecía a la Policía Bonaerense: le dieron el pase a retiro un año después de la desaparición del albañil que había sobrevivido a Etchecolatz y declarado en su contra.

Los abogados Aníbal Hnatiuk y Guadalupe Godoy, quienes más motorizaron la búsqueda de verdad y justicia por López, fueron quienes detectaron que el nombre de Gopar no sólo aparecía allí donde el testigo había sido visto antes de desaparecer y en la lista de policías bonaerenses que estaban activos durante la última dictadura cívico-militar. Ese nombre figuraba, también, en la agenda de Etchecolatz. Un documento al que se había accedido en una recorrida por las celdas de los genocidas detenidos en Marcos Paz, donde habían quedado en evidencia las irregularidades y privilegios en torno a esos presos.

Luego, por los datos aportados por una testigo de identidad reservada, se sumaría otra conexión a la pista Gopar: su vínculo con el ex médico policial Carlos Falcone, íntimo de Etchecolatz y quien poseía el auto donde –según una versión- se podría haber trasladado a López aquel 18 de septiembre. Falcone y Gopar se conocían de Pehuajó, de donde eran oriundos. El genocida y ex director de investigaciones de la Bonaerense también había dejado su huella en esa ciudad, donde había sido comisario.

Mentiras en el Juicio por la Verdad

El 19 de septiembre de 2007, un año y un día después de la desaparición de López, Gopar fue citada a declarar. Pero no en el marco de la investigación por el testigo secuestrado, sino en el Juicio por la Verdad. Ante el juez Leopoldo Schiffrin, Gopar negó rotundamente conocer a Etchecolatz. “Yo nunca fui su secretaria”, aseguró, pese a que el juez le informó que otras dos secretarias la habían mencionado.

En aquella audiencia, el abogado Alejo Ramos Padilla le preguntó a Gopar si conocía a personas del entorno de Etchecolatz. Ella volvió a contestar que no. Sin embargo, al ser consultada luego por periodistas, contó que sí había hablado con la esposa del genocida.

Los investigadores notaron que, después de su declaración judicial, Gopar se cuidaba de hablar por teléfono del caso. Pero unos días después le reconoció a un allegado haber trabajado para Etchecolatz, en contra de lo dicho en la audiencia.

—Tengo que declarar ante los derechos humanos y eso me tiene mal —le dijo.
—Bueno, pero tratá de tranquilizarte —la calmó él. —Me vinculan con un tipo nefasto y jodido. Yo trabajaba con él y eso me hizo desestabilizar emocionalmente —admitió Gopar.

En su legajo estaban registradas esas crisis emocionales. Entre 1977 y 1979 la policía había acumulado varias licencias por “neurosis depresiva”.

En un careo al que la sometieron en el marco del Juicio por la Verdad, Schiffrin le recordó que ella aparecía en la agenda de Etchecolatz. “Entonces ese dato hace pensar que usted tuvo, en algún momento, algún tipo de vinculación más cercana con Etchecolatz”. “No, señor”, dijo ella bajo juramento. “Pero algún tipo de relación indicaría. Yo lo dejo planteado el tema”, cerró el camarista.

El casete número 13 de la causa Julio López

Con el paso del tiempo la causa López se fue convirtiendo en una maraña inconmensurable. Pero hubo un momento en que se intentó ordenar y reflotar las pistas más sólidas. Fue a fines de 2008, con la causa en manos de la Secretaría Especial del juzgado de Arnaldo Corazza, que estaba abocada a casos de lesa humanidad.

Para entonces, a más de un año de la segunda desaparición del testigo, resultaba difícil que alguien hiciera referencia en sus conversaciones telefónicas a un hecho ocurrido tanto tiempo atrás. Por eso, el secretario Juan Martín Nogueira decidió generar un motivo para volver a hablar de López en Los Hornos. El 30 de diciembre de ese año, más de una decena de personas se reunió en la puerta de la casa del albañil, incluyendo a familiares, abogados y funcionarios judiciales. El magistrado había ordenado reconstruir el recorrido de López en su último día, y se convocó a la prensa para que la movida fuese más vistosa.

El grupo caminó por los lugares donde cinco testigos señalaron haber visto a López la mañana de su desaparición, en un radio de cinco cuadras en torno a su casa. El último punto era frente a la casa de Gopar y hacia allí se dirigió la caravana. Ese mismo día, uno de los oficiales de la Policía de Seguridad Aeroportuaria a cargo de monitorear la línea telefónica de Gopar registró a mano una conversación oída por un tubo mal colgado. Mientras en la televisión hacían referencia a la desaparición de López, alguien le hizo un comentario de la noticia y, según anotó el policía, Gopar respondió:

—Está muerto.
— ¿Qué pasó?
—La policía está buscando o por ahí está guardado.

La grabación era de mala calidad. El casete —que llevaba el número 13— fue enviado a la Oficina de Observaciones Judiciales de la SIDE (conocida como la Ojota), para tratar de limpiar el audio. Pero el material no regresó. Aunque su línea se había incorporado tardíamente al rastreo, en otra de las conversaciones Gopar le dictaba su correo electrónico a una mujer, y la investigación se amplió también a esa casilla. En un mail, con el asunto “noticias”, alguien le contaba que se habían hallado restos óseos en Arana, donde operaban centros clandestinos a cargo de Etchecolatz. Al parecer, el tema era de su interés. Si Susana Gopar tenía información concreta sobre qué pasó con Jorge Julio López, o si incluso tuvo algo que ver con esa ausencia, la Justicia no llegó a tiempo para saberlo.