Ductus. Cuando el cirujano Iván Madeo, fue al Hospital Mi Pueblo de Florencio Varela junto a su colega Mauro Higa, y al resto del equipo de cardiopatías congénitas itinerante del Hospital El Cruce a realizarle la intervención a Ignacio, un bebé prematuro que pesaba apenas 900 gramos, el motivo era un ductus. Un ductus arterioso permeable. La realidad fue otra. Mucho más dura, inédita y crítica, y que terminó resuelta con final feliz después de más de tres horas de operación.

“A veces en las personas no todo está como en los libros de Anatomía que uno estudió. A veces hay variables”, reflexiona Iván en diálogo con Tiempo. En este caso, en ese 8 de diciembre feriado, la variable fue que ese ductus por el cual los llamaron a intervenir (vendría a ser la persistencia después del nacimiento de la conexión fetal –conducto arterioso– entre la aorta y la arteria pulmonar, muy necesario dentro de la panza pero no afuera) era otra cosa. “Ya cuando arrancás y te encontrás con algo no habitual nos hace sospechar: este tiene algo más”. Debieron hacer el diagnóstico en el momento, con un bebé de 40 días frente a ellos en medio de un quirófano ajeno. Y pesando apenas 900 gramos.

“Cuando son tan pequeños los cirujanos cardiovasculares preferimos la itinerancia, ir al hospital nosotros y no trasladar al paciente –relata–. En principio era algo común, pero cuando abrimos nos dimos cuenta que no era un ductus, y de acuerdo a nuestra experiencia de formación, empezamos con diagnósticos en el momento hasta dilucidar que nos encontrábamos ante un doble arco aórtico”.

Se trataba de un anillo vascular completo que le generaba al bebé una compresión en la vía aérea y el esófago, tanto en la parte izquierda como en la derecha. Estructuras vasculares que no se absorbieron ni se unieron a la estructura anatómica del bebé (como ocurre normalmente), y que rodeaban entero al ser diminuto. Le impiden tragar, alimentarse, respirar. “Eso habitualmente se opera en pacientes más grandes que empiezan con la sintomatología clínica, a veces cuando tienen más de un año. Y de 4 o 5 kilos en adelante. En un prematuro de 900 gramos es absolutamente excepcional, era la primera vez que nos pasaba”, revela.

Babas, hisopos y coraje

En medicina cada minuto es vital. Y en una cirugía cardiovascular de un prematuro, ese lema se multiplica de forma exponencial. Aunque el problema no era solo el tiempo. También, y sobre todo, el tamaño: “Una vez que lo identificamos, buscamos constatarlo con pruebas dentro del quirófano, confirmamos malformaciones, y entonces tuvimos que tomar coraje, porque no fue otra cosa más que eso. Ligarlo y succionarlo. Un nene más grande tiene tejido para agarrar, coser, cortar… uno de 900 gramos es extremadamente delicado. Los tejidos son casi babas, se puede lesionar con la misma pinza. Y hablamos de vasos sanguíneos, cañerías con sangre, que por suerte no se rompieron y lo resolvimos bien… con coraje”, subraya.

Pulso, delicadeza, y también instrumental acorde a la fineza que el acto demandaba. “Un mal movimiento es la vida del bebé. Por eso trabajamos con lupa, suturas tan finas como un pelo, 7.0 de polipropileno. Drenajes muy delicados, gasas chiquititas, y usamos hisopos”. También instrumentos con borde romo para no lesionar al bebé. Otra cuestión esencial era la antisepsia y esterilización. Un paciente en esas condiciones y con esa patología no puede ser afectado por nada externo.

La situación crítica no terminó con la cirugía. Era imprescindible que respondiera bien los primeros días posteriores. Y el primero le costó. Pero “con el correr de los días se fue acomodando”. Hoy comentan que se encuentra bien, aunque necesitando todos los cuidados para seguir alimentándose y aumentar de peso, mínimo más de dos kilos. En esos posteriores el trabajo de enfermería es uno de los más delicados (y poco gratificado), si bien el laburo en esta etapa se vuelve multidisciplinario.  El mundo de la neonatología merece una nota aparte.

¿Un bebé con la situación por la que pasó Ignacio puede vivir normalmente a futuro? Responde el cirujano de El Cruce: “En un paciente prematuro corren otras cosas como el grado de inmadurez inmunológica, pulmonar, que te limita calidad de vida, pero en pacientes operados de doble arco, uno los cura y pueden hacer vida normal”.

Hay una cuestión previa. Los anillos vasculares son persistencias de arcos embrionarios. Se forman en el primer trimestre de embarazo. O sea: se puede identificar antes del parto, entre la semana 22 y la 32. “Es posible verlo en la ecocardiografía fetal –resalta Madeo–, por eso la consideramos tan necesaria, porque puede anticipar este tipo de problemas, pero aún no está muy regularizada la indicación, implica mucha demanda de personal perfeccionado en el tema”.

“Sabiendo qué cardiopatía tiene el paciente ganamos tiempo vital”, grafica el especialista, que ha tenido pacientes incluso más chicos. De hecho vienen de intervenir a un bebé de 500 gramos en El Cuenca, pero no era un doble arco aórtico.

En El Cruce, igualmente, resuelven casos de cardiopatías congénitas de todo el país, y de todo tipo. Desde pacientes menores a 900 gramos hasta adultos. Hace poco el mismo equipo operó a un hombre de 110 kilos. Más de 110 Ignacios en una sola persona. “Muchas veces nos pasa que estamos tan preparados para pediátricos que cuando tratamos a un adulto lo hacemos con mucha delicadeza, quizás más de la que requiere. Nos dicen: bueno, vamos, corten, sigamos para adelante, sáquense el chip de pediatría’”.