Adriana Funaro está presa en la casa de su hija. No puede salir ni a la puerta. Luego de permanecer detenida cuatro días en tres lugares diferentes, el fiscal Carlos Hassan le dictó la prisión domiciliaria por cuestiones médicas debido a la artrosis crónica que padece. Paradójicamente, se trata del mismo dolor que logra atenuar con el consumo del aceite de cannabis que la puso tras las rejas, después de que un vecino la denunciara por las 36 plantas de marihuana que tenía en el fondo de su casa, la materia prima de su medicina y la de tantos otros pacientes a quienes abastece.

Adriana tiene una manera muy particular de tomarse la vida. No se queja al recordar que durante el procedimiento policial en su casa le desaparecieron varias cosas de valor y algo de dinero en efectivo. Lejos de guardar rencor, analiza: «Sé que la policía no quería hacer el allanamiento. Ellos le decían al fiscal: ‘Me estás trayendo un quilombo con todo esto'», explica la mujer a Tiempo, pocas horas después de instalarse en la casa de su hija Micaela, en Luis Guillón, partido de Esteban Echeverría.

Con «quilombo» Adriana se refiere a los familiares de los pacientes que acompaña desde hace seis años y a los militantes que, como ella, pelean por la despenalización del cultivo del cannabis para uso medicinal.

–¿Cómo fue el procedimiento policial?

–Esperaron a que Walter, el «parquero» que viene dos veces por semana, entrara a mi casa para mandarse detrás de él. Me quería morir porque lo primero que hicieron fue sacarme el teléfono. Entre los cannabicultores tenemos un protocolo y ante una situación así nos comunicamos enseguida.

–Sin embargo, a las pocas horas el barrio se llenó de gente…

–Todavía no soy consciente, pero se juntó una cantidad impresionante de personas. A muchas ni las conocía. Otros eran vecinos que se acercaban a apoyarme. Es algo hermoso: se trata de aunar fuerzas para un bien común. Me pasó a mí pero le puede pasar a cualquiera.

–¿Pensó alguna vez que podían allanar tu casa?

–En algún punto los esperaba, porque mi vecino me dijo en la cara que me iba a denunciar. Hace nueve años que vivo en Ezeiza y hace seis que cultivo. Antes de hacerlo le pregunté si tenía problemas con eso y me dijo que no. Incluso, alguna vez le di aceite a su mujer para que calmara ciertos dolores.

–¿Y entonces qué pasó?

–El año pasado construí una medianera porque ya no están más permitidos los cercos vivos, y comenzó a denunciarme por la obra, pero como tenía todos los papeles y los permisos municipales en regla, se puso más pesado. Comenzó a insultar a los albañiles. No los dejaba trabajar. Hasta que me denunció por ruidos molestos.

–¿Y esa denuncia prosperó?

–Claro, hasta me llamó el fiscal para declarar. Ahí es cuando mi vecino le dice al fiscal adelante mío: «Ella hace cosas ilícitas detrás de la pared.» Es un psicópata. Tengo mucho miedo.

–¿Cómo fue estar presa?

–Recibí el mismo trato que una delincuente. Me alojaron en Drogas Ilícitas de Esteban Echeverría, un lugar de dos por dos, con cinco chicas más que se portaron muy bien conmigo. Walter (quien también recuperó la libertad) no la pasó bien. casi le dan un facazo en la comisaría de Spegazzini.

–¿Va a dejar de cultivar?

–Se trata del derecho a la salud que tenemos todos. No lo voy a dejar de hacer. Ya no pueden mentirnos más. A todos los funcionarios del gobierno que creen que la marihuana no ayuda a tener una mejor vida a los pacientes con ciertas patologías, los invito a mi casa a ver cómo los chicos y adultos dejan de temblar, sentir dolor y se van sonrientes.

Adriana explica que «no hubo una investigación previa, nada. Todos saben que soy decente, responsable, que milito de corazón. El 23 de noviembre di un taller en el Anexo de la Cámara de Diputados de cómo hacer aceite de cannabis. No me escondo.» Padece una aguda artrosis en sus piernas. El miércoles, su defensora oficial, María Victoria Baca Paunero, pedirá el sobreseimiento y que se desista de la acusación penal en su contra. Sobre todo, solicitará que se le devuelva su medicina. Intentará también que la causa caratulada como «siembra o cultivo de plantas destinadas a producir estupefacientes», que prevé una pena de entre 4 y 15 años de prisión, no pase al fuero federal.

«Cuando me rompieron todas las plantas, hasta los pequeños gajos, me quería morir. Es un año perdido. Si no cultivo, no sólo no camino yo. Delfina, por ejemplo, convulsionaba 20 veces al día por su microcefalia, no conectaba, no se movía. Ahora tiene cero convulsiones y conecta con la gente. Tiene tres años. Sus abuelos se convirtieron en mis hermanos de la vida. Hasta habíamos logrado una cepa particular para ella».

Así y todo, Adriana considera que la tarea que hace es «una bendición del universo. Un puente que tiende beneficios. Y poder compartirlo, siempre de la mano de los médicos que ven los logros, no tiene precio». «