¿De qué color es el cielo?

–Azul.

–Uno más uno es…

–Dos.

–La Tierra es…

– …plana.

Así respondían una y otra vez los y las asistentes a la Flat Earth International Conference (FEIC), la convención que reunió a terraplanistas de todo el mundo en Carolina del Norte en 2017. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI haya personas que sigan sosteniendo que la Tierra tiene la forma de un plato pese a la enorme cantidad de evidencia científica que nos muestra que es una esfera achatada en los polos?

Se trata de negacionistas científicos. De eso no hay dudas. Pero aunque algunos autores piensen que todos los negacionistas son iguales, los terraplanistas no usan los mismos tipos de razonamientos que los negacionistas del cambio climático o los antivacunas. Entender cómo piensan y cuáles son sus motivaciones pareciera fundamental para poder enfrentarlos.

Ya les hemos contado sobre una de las formas del negacionismo científico, que tiene nombre propio: la “estrategia del tabaco”. En esta estrategia, usada por las tabacaleras en la década del ’50 y en la actualidad por los negacionistas del cambio climático, se reconocía la diferencia entre personas expertas y no expertas, y se admitía el valor probatorio que tiene el consenso entre personas expertas: si se acuerda en una opinión dentro de la comunidad especializada, eso nos brinda razones para creer lo mismo.

Hasta aquí todo va bien. Sin embargo, también se negaba, para ciertos casos cruciales, la existencia de tal consenso, a través del uso de un “disenso” fraudulento –falsos expertos o expertos con conflictos de interés- que permitiría decir cosas como “la comunidad científica todavía tiene dudas sobre el calentamiento global”, pese al abrumador acuerdo de que, en realidad, existe en esta comunidad. Ahora bien, si fuera cierto que todos los negacionistas siguen los mismos patrones, tendríamos que esperar algo parecido a esto en el caso del discurso terraplanista.

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Sin embargo, lo que vemos entre las personas terraplanistas es exactamente lo contrario de estos cuatro rasgos. Quienes afirman que la Tierra es plana, ante todo, no creen que sea importante la diferencia entre personas expertas y no expertas: repiten una y otra vez –creyendo que en esto consiste la actitud genuinamente científica– que cada quien tiene que “hacer su propia investigación” para determinar la forma de nuestro planeta, y supuestamente cada quien puede hacerlo. La comunidad científica, además, no merecería crédito, por formar masivamente parte de una conspiración.

Así es que, en segundo lugar, los terraplanistas no le otorgan ningún valor probatorio al consenso experto. Y no necesitan negar, a diferencia de la estrategia del tabaco, que tal consenso existe: nos dicen “claro que todos los científicos están de acuerdo; son todos parte del engaño”. Por esto mismo –en último lugar–, los terraplanistas no necesitan presentar, de forma fraudulenta, un supuesto “disenso” dentro de la propia comunidad científica.

El hilo conductor que reúne todos estos rasgos de la forma de negacionismo en que incurren los terraplanistas es lo que se conoce como individualismo epistemológico: la sistemática desconfianza respecto del testimonio de toda autoridad científica; la insistencia en que cada quien debe chequear “por sí mismo”.

Pero esto no solo es algo que contrasta con lo que las personas no expertas (¡incluso las terraplanistas!) hacemos todo el tiempo cuando confiamos en que el agua que tomamos es potable o los edificios que habitamos no se van a caer, sino también con la forma en que funciona la propia comunidad científica. La visión terraplanista acerca de la “actitud científica” como una que involucra solamente el esfuerzo de un individuo aislado es ingenua y, en el mejor de los casos, atrasa dos o tres siglos.

Dado el enorme caudal del conocimiento científico acumulado por nuestra especie, y que no puede entrar en una sola cabeza, las personas de ciencia confían unas en otras; ninguna es a la vez bióloga, antropóloga y física de partículas, y por eso es tan importante el trabajo interdisciplinar.

En el extremo opuesto, la actitud de “hacé tu propia investigación” característica de los terraplanistas es la que llevó a Mike “El Loco” Hughes a construir un cohete casero para ver por sí mismo que la Tierra era plana. En vez de eso el cohete se desplomó después de pocos segundos. Hughes murió. Si algo no le negaremos, en todo caso, es haber sido consecuente.

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El espectacular desarrollo de la ciencia durante los últimos siglos permite no solo que hagamos cosas que hace dos o tres generaciones hubiesen sido impensables –desde la llegada a la Luna, cuyo aniversario volvimos a celebrar este 20 de julio, hasta la comunicación en tiempo real entre extremos opuestos del planeta– sino también lograr que cualquier persona que haya terminado la escuela secundaria tenga una imagen del universo más ajustada de la que hubiesen podido lograr, con el esfuerzo de toda una vida, los sabios griegos y medievales, Copérnicoo Galileo. Estos son los logros de un proyecto colectivo, colaborativo, como lo es la ciencia: es lo que expresaba Newton (detalles de la anécdota al margen) cuando decía que había podido “llegar a ver más lejos” porque estaba “parado sobre hombros de gigantes”.