Un paisaje religioso prehispánico en el árido altiplano andino, donde un centro ceremonial se destaca por sus características inéditas para los Andes. Así de asombroso suena lo que halló un equipo interdisciplinario de investigadores internacionales, dirigidos por el arqueólogo argentino del Conicet, Pablo Cruz.

El grupo identificó en el altiplano boliviano, al límite con Chile, una inédita concentración de sitios religiosos prehispánicos: al menos 135 lugares estratégicamente construidos en las cimas de las colinas, que están directamente asociados con áreas de producción agrícola, en el marco de un medioambiente hostil.

Desde el terreno, en la zona de Carangas, Cruz explica a Tiempo que el proyecto comenzó en 2007, en la Región Intersalar: «estuvo centrado en comprender no sólo las dinámicas de ocupación de una parte del altiplano árido en Bolivia, sino respondernos preguntas tanto a nivel social como también ecológicas y eso fue derivando a lo largo de los años en otros temas, como los vínculos entre los cultos agrícolas y estos sitios”.

El hallazgo está vinculado a la cultura local, tanto a los antiguos cultos andinos de wak’a (montañas sagradas, cerros tutelares y ancestros momificados) como al asentamiento inca de la región, rodeado por las montañas sagradas Apus, incluyendo la más alta de Bolivia, el Sajama, y torres funerarias polícromas conocidas como las chullpas del río Lauca.

Tras encontrar “espacios ceremoniales muy particulares, pero en una cantidad limitada”, durante la cuarentena analizaron la región con sensores e imágenes satelitales. Ahí identificaron más de 350 en todo el altiplano, y 135 solo en la región de Carangas.

Luego de esperar dos años, organizaron una campaña en noviembre del año pasado donde corroboraron los registros de estos espacios ceremoniales vinculados con los cultos agrícolas, pero también con los cultos a las montañas: «presentan una serie de entre tres y más de nueve muros concéntricos, cuya superficie puede ser de 1500 metros cuadrados, algunos superan las 20 hectáreas”. Cada anillo ocupa un nivel diferente de terraza alrededor de la cima de los cerros.

Los análisis de campo que Cruz realizó junto a dos agroecólogos franceses, Richard Joffre y Jean Vacher, establecieron que en estos sitios ceremoniales se fabricaron herramientas utilizando una roca particular traída de unas canteras que están a más de cien kilómetros.

“Aquí se sembraban estas chacras que eran de las wak’a, que podemos llamarlos como entidades o personas no humanas sagradas que regían sobre la vida de la sociedad, en muchos casos actuando como divinidades tutelares. Estas entidades tenían sus cultivos que eran los primeros en ser trabajados y cosechados; y regían todo el calendario agrícola”.

El Waskiri

Toda esta información fue publicada en revistas científicas como Journal de la Société des américanistes o Antiquity. Allí sostienen que las construcciones corresponden a lo que se conoce como el periodo tardío y está relacionado con la expansión meridional de los incas.

En este punto sobresale uno de los centros ceremoniales por sobre los demás: “Se trata del Waskiri. Tiene un diámetro de 140 metros y está compartimentado en casi 40 recintos perimetrales. Es de carácter regional con características que son únicas, porque no hay otro sitio igual”, indica Cruz.

La población actual de la región es étnicamente aymara, aunque hacia el sur hay una rama de chipayas. Es una zona muy poco poblada que se dedica al pastoreo, con muy poca agricultura, y la que hay es básicamente cultivo de papas amargas, destinadas a la fabricación de productos disecados como el chuño.

El investigador deduce que “el sitio se preservó por estar ubicado en una región muy alejada, muy cerca de la frontera de Bolivia con Chile. Y si bien no había registros del lugar hasta ahora, la zona se encuentra cada vez más transitada y hay un riesgo inminente de saqueo o de ser alterado. Por eso es necesario que se preserve para poder seguir estudiándolo”.

“Toda esta devoción manifiesta se entiende por las condiciones extremas del ambiente en esta zona, donde a 3800 metros de altura las precipitaciones rondan entre los 100 y los 200 milímetros anuales. Es extremadamente árida y fría. Son más de 250 noches con heladas por año”, sintetiza Cruz.

Y razona: “Incluso en el pasado prehispánico, y en momentos previos a la llegada del Inca, fueron aún más severas las condiciones debido a una serie de anomalías climáticas provocadas por erupciones volcánicas, entre otras cosas. Era necesaria la mediación de las divinidades para la protección. Paradójicamente, en la Región Intersalar hubo una sociedad que supo adaptarse y florecer”.

Waskiri

Según la investigación de Cruz y su equipo, probablemente la primera referencia a este lugar sagrado se encuentre en las crónicas realizadas por sacerdotes como Bartolomé Álvarez, a fines del 1500, quien “recibió información sobre la existencia de un ‘gran edificio circular’, en el que se reunían las principales autoridades indígenas de la región, curacas y caciques, para realizar las Ceremonias del Sol durante el mes de junio, el Inti Raymi”

.En ese entonces relatan que los asistentes entraban en una especie de “embriaguez solemne”. Calificaron a estos lugares como la “casa y negocio del infierno”. Álvarez se puso como misión extirpar las idolatrías, evangelizar y «convertir» las almas de los indígenas.

Sitios ceremoniales.