Es la mañana del 28 de octubre de 1981. Un pescador llama por teléfono a la base naval sueca de KarIskrona: “Hay un submarino con bandera soviética encallado en unas rocas cercanas”, alerta (en sueco, suponemos).

El submarino de la clase Whiskey, que se haría conocido como U-137 y al que los soviéticos llamaban S-363, se encuentra, efectivamente, atascado en aguas territoriales suecas.

Según los expertos militares, lleva uranio-238 a bordo.

El comandante de la Marina Real sueca decide abordar el submarino para averiguar cómo y por qué ha ido a parar allí. Es que el Mar Báltico, durante la Guerra Fría, es un escenario bélico bastante activo y Suecia, con su extensa costa, es un corredor de paso imprescindible para la flota militar soviética. Por eso, a pesar de su teórica neutralidad, cada tanto tiene que enfrentarse con misiones de espionaje.

El capitán le explica que, en su camino hacia Polonia, ha ocurrido un fallo en el sistema de navegación. Suecia quiere inspeccionar el submarino pero Rusia se niega. Los días pasan y la tensión aumenta. Finalmente, el 5 de noviembre, el submarino es liberado y escoltado por una flota de la Marina Real sueca hacia aguas internacionales.

Pese al desenlace relativamente feliz, este incidente que casi causa un conflicto internacional y que se haría conocido como «Whiskey on the rocks», desata la paranoia. A partir de ese momento, el gobierno sueco queda en continuo estado de alerta, atento a la búsqueda de submarinos soviéticos espías.

Y parece ser que sus sospechas son fundadas. Porque desde entonces, y especialmente a partir de julio de 1993 −momento en que la Unión Soviética ya no existía pero Rusia conservaba una flota de submarinos−, la Armada registra continuamente sonidos que parecen provenir de hélices sumergidas y misteriosas burbujas en la superficie del agua.

Harto de las constantes intrusiones en sus aguas territoriales, el 25 de mayo de 1994, el Primer Ministro de Suecia le escribe una enérgica carta al presidente de Rusia pidiéndole explicaciones por sus acciones. Nuevamente asoma un posible conflicto internacional.

Sin embargo, los rusos niegan las intrusiones. Ninguno de sus submarinos ha ingresado sin permiso en aguas suecas. Pero, sin embarcaciones a la vista, los ruidos y las burbujas no pueden sino deberse a submarinos espías. ¿O no?

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Algo central para la ciencia es lo que se conoce como “argumento a la mejor explicación”, un tipo de razonamiento en que conjeturamos que cierto hecho que nadie observó debe haber ocurrido, porque es la mejor explicación que tenemos para otros que sí observamos. Copérnico no observó a la Tierra moverse alrededor del Sol pero supuso que esa sería la mejor explicación para los movimientos aparentes de los planetas, algo que luego recibiría un aval mucho más fuerte gracias a Kepler. Lo mismo podemos decir de la hipótesis de la extinción de los dinosaurios por un meteorito, de Thomson y el electrón, o del experimento atribuido a Empédocles acerca del aire. Y lo mismo hicieron los suecos en esta historia. No habían visto reaparecer submarinos rusos, pero supusieron que estaban ahí, porque no parecía haber ninguna mejor explicación disponible para los sonidos que registraban.

Una explicación es aceptable, ante todo, si el hecho que conjeturamos como explicativo (por ejemplo, que haya submarinos rusos en aguas suecas) es tal que haría probable al hecho necesitado de explicación (que se registren sonidos como de hélices). En particular, importa que no haya otra hipótesis aceptable que haga más probable el hecho que deseamos explicar. Pensemos otro ejemplo: cuando William Paley, un teólogo de comienzos del siglo XIX, defendió la idea de un Dios creador como explicación de la “perfección” que vemos en las especies biológicas, razonó más o menos así: “Si las especies hubieran surgido por la acción de Dios, eso haría muy probable que tuvieran las adaptaciones tan perfectas que observamos, pero si las especies hubieran surgido al azar, esas adaptaciones no serían probables; por lo tanto, seguramente fueron creadas por Dios”.

Pero ¿nos alcanza con esto? Un filósofo de la ciencia, Elliot Sober, nos da el siguiente ejemplo: supongamos que oigo ruidos en mi edificio y me digo “Hay duendes jugando a los bolos”. Si hubiera duendes jugando a los bolos, ¿sería probable que hicieran mucho ruido? Sí, sin duda. Pero, ¿es probable el hecho mismo de que haya duendes jugando a los bolos? No, en absoluto. Pues bien: para que algo sea una explicación satisfactoria, no solo le pedimos que haga probables a los datos que encontramos sino que sea ella misma probable. Si otra hipótesis es ella misma más probable, nos proporcionará, a igualdad de otros factores, una explicación mejor.

Volvamos a Suecia: en caso de haber submarinos rusos en aguas suecas, eso ciertamente haría muy probable que se registraran sonidos como de hélices, y burbujas. A la vez, dados antecedentes como el del 81, era razonablemente probable el hecho de que en efecto hubiera submarinos rusos en aguas suecas. Y, ciertamente, ninguna explicación alternativa parecía disponible para desbancar esta.

Hasta que.

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Muchos peces tienen un órgano de flotación llamado vejiga natatoria. Es una especie de bolsa, de paredes flexibles, que les permite nadar a diferentes profundidades. Algunos peces “cargan” la vejiga tragando aire en la superficie y la descargan “eructando” gases. Esto es posible porque tienen un conducto que conecta la vejiga con el esófago.

Los arenques, que viven en el océano Atlántico y el mar Báltico, tienen una particularidad extra: su vejiga natatoria está conectada tanto al canal alimentario como a la abertura anal. En ocasiones, liberan gas a través de la abertura anal con un sonido muy característico. Sí, algo así como “pedos” de arenque.

Este fenómeno se conoce como Fast Repetitive Tick («Chasquido Rápido Repetitivo”) y, al parecer, los arenques lo utilizan también como medio de comunicación y organización.

En 1996, el desconcertado gobierno sueco contrató al biólogo Magnus Wahlberg, especialista en bioacústica, para tratar de encontrarle una explicación al misterio submarino. Luego de diversos experimentos y análisis el veredicto fue unívoco: la mayoría de los sonidos registrados se debían a los grandes cardúmenes de arenques cuyos sonidos podían detectarse con los sensibles micrófonos submarinos de los sistemas de defensa.

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La historia de los arenques nos enseña que en ciencia muchas veces es razonable aceptar, en un momento, una explicación que más adelante podremos descartar. Y lo mismo se podría aplicar al argumento que les mencionamos de Paley: en 1807, medio siglo antes de que Darwin propusiera la teoría de la selección natural, no había ninguna alternativa mejor que “Dios creador” y “proceso azaroso”, con lo cual no era insensato que Paley comparara solo esas dos opciones. Fue solo más tarde que, con el surgimiento de una propuesta alternativa, la comunidad científica tuvo excelentes razones para desechar su conclusión.

Por su descubrimiento, Wahlberg y sus colegas ganaron el Premio IgNobel de Biología de 2004 y evitaron un conflicto internacional.

Lo que no pudieron evitar fue el lamento del gobierno sueco por los millones de coronas que perdieron persiguiendo burbujas de aire.

Arenques, protagonistas del conflicto