Los personajes de esta historia son un periodista con más de 30 años de carrera en los medios más importantes de su país y un senador estadounidense que, de tan corrido a la derecha, hace parecer a Donald Trump como un moderado. Y una controversia que llevó a que el New York Times, el diario de más influencia y prestigio de ese país, debiera recular por el rechazo de sus lectores y de los redactores a una columna del senador republicano Tom Cotton, en la que alentaba el despliegue de tropas militares para acallar las protestas por el asesinato de George Floyd.

Justo el mismo día que en Argentina se celebraba el día del Periodista, el domingo pasado, el jefe de la sección de opinión del NY Times, James Bennet, ponía fin a varios días de fuertes polémicas y renunciaba al cargo. El caso mostró nuevamente, por si hiciera falta, dónde están los límites en el país que se jacta de ser el gran defensor de la prensa libre en el mundo. Pero también de que hay una dirigencia política de valores extremos que no oculta sus pensamientos bajo una máscara de moderación.

La columna de la polémica era coincidente con el discurso de Trump de los primeros días de levantamientos populares tras el asesinato de Floyd por la policía de Minneapolis. “Es necesario dar una muestra abrumadora de fuerza para dispersar, detener y finalmente disuadir a los infractores de la ley”, decía Cotton, en resumidas cuentas. Había que recuperar el control y el orden público a como diera lugar. Si no fuera porque el Pentágono rechazó esa propuesta, quizás habría sido el método utilizado por el gobierno federal para todo el país.

No es la primera vez que Cotton muestra su garra. Nativo de Arkansas, de 43 años, este abogado por la Universidad de Harvard se enroló en el Ejército de Estados Unidos y estuvo en campos de batalla de Afganistán e Irak. Parafraseando a un viejo refrán, podría decirse de él que para quien nace fusil, del cielo le llueven guerras, y entiende entre otras cosas, que la respuesta al que avizora como el mayor de los desafíos que enfrenta su país, Irán, la solución pasaría por arrasar sus plantas nucleares sin miramientos.

Se dice de él que es el que le baja letra a Trump en algunos de los latiguillos que el presidente luego comienza a mostrar en sus tuits y más tarde hace tronar en las conferencias de prensa. Uno de ellos es definir al Covid-19 como el Virus de China. Y afirma, sin la menor prueba, o incluso la desmentida de la CIA, que el virus fue creado en un laboratorio chino.

Parece haber sido, también, el de la idea de que Estados Unidos compre Groenlandia, que Trump lanzó como anuncio antes de una gira por Dinamarca el año pasado, generando la repulsa de las autoridades de esa nación, que tiene la soberanía sobre esa isla boreal.

La relación de Cotton con el diario neoyorquino viene de lejos y había sido conflictiva en su primer encuentro. Fue en 2006, cuando el ahora senador estaba cumpliendo servicios en Irak como teniente. Cotton escribió entonces una carta abierta pidiendo enjuiciar a dos reporteros del NY Times que habían publicado el modo en que dos agentes estadounidenses habían descubierto el esquema de financiación de Al Qaeda. Algo que para Cotton era un tema secreto.

A raíz de la columna en cuestión, Arwa Mahdawi ironiza en el británico The Guardian haciendo juego con el apellido del senador, Cotton, algodón en inglés, que bien se lo podría llamar “Tommy Plantation”, la Plantación de Tommy, aludiendo al libro La cabaña del Tío Tom, de Harriet Beecher Stowe.

El caso es cómo llegó un personaje así a publicar en un medio como el NY Times, abiertamente contrario a Trump y que suele reflejar el ideario de las clases bien pensantes de EEUU. Y en esto interviene el otro protagonista de este affaire.

James Bennet, a los 54 años, era un editor importante en el escalafón del periódico neoyorquino. Había llegado a esa verdadera cima en la aspiración de cualquier periodista que se precie en 1991, luego de haber pasado por The New Republic y The Washington Monthly. Fue destacado en la Casa Blanca y más tarde corresponsal en Jerusalen y Beinjing hasta que le ofrecen el cargo de editor en jefe de The Atlantic. Le cambió la cara a la revista y la volvió a poner nuevamente en el candelero luego de cambiarle el perfil a temas más populares.

Diez años más tarde lo vuelven a convocar del viejo Times, esta vez para dirigir la sección Opinión. De entrada nomás mostró que lo suyo iba a dar que hablar: a las pocas semanas generó debate la columna del periodista Bret Stephens que ponía en duda las consecuencias del cambio climático que afirman científicos de todo el planeta.

La concepción del periodismo que tiene Bennet es que todas las voces deben tener su espacio para que la sociedad cuente con todas las argumentaciones antes de tomar posición. Y su compromiso con la ética profesional lo llevó a no participar en ninguna edición de la campaña política de ese mismo año, porque su hermano mayor, Michael, competía por la reelección como senador por el estado de Colorado.

Pero quizás no supo evaluar que no son tiempos de romanticismo periodístico. Cuando Trump amenazó con sacar las tropas a la calle para reprimir las protestas, Cotton venia publicando tuits apoyando esta medida. Bennet le propuso que escribiera algo desarrollando eso que estaba publicando en la red social.

La primera reacción de los lectores fue de rechazo. No podían entender que “su” diario apoyara esa postura. Bennet se defendió diciendo que desde que llegó a ese cargo se había comprometido a “mostrar a nuestros lectores todos los argumentos, especialmente aquellos de las personas en posición de establecer políticas”.

Pero no solo los lectores mostraron su disconformidad. Los propios redactores plantearon su absoluto desacuerdo a través de las cuentas de Twitter de cada uno. Lo que implicaba un problema serio para la credibilidad del medio.

Luego de un día de revuelo, Arthur Gregg Sulzberger, el editor general del New York Times -el cuarto en la dinastía de los Sulzberger, que comanda el periódico desde hace 90 años- convocó a una teleconferencia con pequeños grupos de empleados del diario, desde redactores y jefes de secciones a fotógrafos y personal administrativo. Todos fueron muy duros con la publicación.

La versión de Bennet ahora, era que si bien es el supervisor de la sección Opinión, no había leído el articulo de Cotton, que eso había quedado en manos de sus subalternos. Lo que agravó el entredicho con la redacción.

Sulzberger escribió entonces una nota en la que explica: “la semana pasada vimos un colapso significativo en nuestro proceso de edición, no el primero que hemos experimentado en los últimos años, por una columna que no alcanzaba los estándares requeridos y que nunca debió publicarse”. Y agrega: ”James (Bennet) y yo acordamos que se necesitaría un nuevo equipo para dirigir el departamento a través de un período de cambios considerables».

Ese mismo día Bennet anunciaba su dimisión al cargo y al diario. «El periodismo de la sección Opinión del Times nunca ha importado más que en este momento de crisis en casa y en todo el mundo, y he tenido el honor de ser parte de ello. Estoy muy orgulloso del trabajo que mis colegas y yo hemos realizado para centrar la atención en la injusticia y las amenazas a la libertad y para enriquecer el debate sobre el camino correcto a seguir al traer nuevas voces e ideas a los lectores» escribió Bennet para su despedida.

 A la noche, Cotton pasó ante las cámaras de la cadena Fox, amiga de los republicanos y de Trump especialmente, para quejarse del trato que le habían dado en el Times. Y en una argumentación que bien podría haber dicho Trump, señaló que su escrito “supera con creces sus estándares, que normalmente están llenos de tonterías de izquierda de segundo año».

De más está decir que Cotton está en la lista de sucesores de Trump para el día que el empresario inmobiliario decida colgar los guantes. Virtudes no le faltan.