En los mil y pocos días que, con idas y venidas, se mantuvo en el poder Salvador Allende también trazó caminos de transformación desde lo educativo, la promoción de valores espirituales y la cultura. Lo que sigue es una recopilación (seguramente incompleta; así calificó Allende la imposibilidad de concretar algunos sueños) de acciones que procuraban una vida distinta y mejor para nuevos hombres, mujeres y niños. A ellos y a jóvenes arengó en pleno mandato: “Mientras no sepan leer, pueden considerarse inválidos, como si no tuvieran piernas”.

Música, maestro

Julio y Eduardo Carrasco y Julio Numhauser, integrantes originales de Quilapayún (tres barbas, en idioma mapuchungun) cantaban y hacían cantar a multitudes. Fueron ellos algunos de los artistas que le pusieron música al sueño colectivo: De pie, cantar, que vamos a triunfar/avanzan ya banderas de unidad. El estribillo contenía una promesa que juramentaba a quien la repitiera y enfervorizaba a quien la escuchara: El pueblo, unido, jamás será vencido. Todavía hoy, en ocasiones se escucha, pero aquellos días de los nacientes ’70 eran tiempos de canciones de protesta, asambleas y juntadas que, en Chile, casi siempre terminaban con una consigna: El que no salta es un momio. En el lenguaje popular, momio, personas de derecha o extremadamente conservadores.

Ya había pasado el desafiante mayo francés y en nuestro continente no había modo de ignorar los ecos de la triunfante revolución cubana o el significado de Vietnam. La guerra fría polarizaba al mundo. Los Quilapayun fueron censurados en el festival de Viña del Mar y pagaron con exilios la osadía de haber planteado que “la nueva canción chilena también vencerá”. Nada comparable al costo que pagó quien fuera su director musical. Víctor Jara, detenido tras el golpe, torturado y asesinado del modo más salvaje. Una dolorosa prueba de la brutalidad de la dictadura. Dejó para siempre Te recuerdo, Amanda en la que incluye una metáfora memorable: Son cinco minutos, la vida es eterna en cinco minutos. Evoca el encuentro imposible de Amanda y Manuel. Suena la sirena/de vuelta al trabajo/muchos no vivieron/tampoco Manuel. Jara fue uno de los artistas chilenos que militaron el proceso desde la canción popular. Junto a Los Jaivas, Patricio Manns y los Parra, esa prodigiosa familia musical integrada por Nicanor, Violeta, Isabel y Ángel. A Los Quila el golpe los encontró en gira por el exterior: les salvó de una segura prisión y muerte.

Cultura popular

En esos años la cultura fue un convoy imparable. Hubo un crecimiento significativo de la matrícula estudiantil, en especial en el nivel universitario y concientes que cultura era todo, desde un libro hasta una manta salida de un telar casero, los artesanos obtuvieron facilidades para sus trabajos. Despegó el teatro universitario asi como una tarea importante de las Brigadas Muralistas dieron visibilidad a las ideas de Allende. Organizadas desde 1964, durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, los muros coloridos se multiplicaron antes y después de las elecciones de 1970. A partir de la dictadura, brigadas, e incluso muros, fueron objeto de persecución.

También fue importante la misión del Tren Popular de la Cultura, que recorrió el país: llevó a artistas de muchas disciplinas. Lo coordinó el escritor Waldo Arias: con artistas plásticos como Roberto Matta, el tren llegó a sitios adonde ese alimento espiritual –música clásica y popular, bailes folklóricos y danza, poesía y teatro, dibujo y pintura- se servía por primera vez, para siempre: muchos entendieron el mensaje: que también la cultura no solo mejoraba sus vidas, sino que podría evitar que Chile se desviara de la vía al socialismo.

En 1971 el gran referente poético chileno, Pablo Neruda era el embajador en Francia y allí recibió la noticia de que la Academia sueca lo había elegido Nobel de literatura. Poco acostumbrados a esa clase de distinciones, llenó de júbilo al país. El propio Neruda y tantos recogieron el legado de notables creadores: Vicente Huidobro y Gabriela Mistral. Uno de ellos, José Donoso, autor de la novela El lugar sin límites y maestro de Marco Antonio de la Parra y Alberto Fuguet. En su condición de dibujante y escritor Enrique Lihn, junto a Alejandro Jodorowsky (luego se destacó como autor de teatro) introdujeron los diarios murales de poesía a los que contribuyó Nicanor Parra. Vinculado al PC Volodia Teitelboim fue un personaje singular de la política y de la cultura, organizador de la resistencia a la dictadura desde el exterior.

Negro sobre blanco

Con procedimientos similares con los que había estatizado 16 bancos privados y nacionalizado el cobre, el gobierno de la Unidad Popular adquirió en 1971 la editorial Zigzag, cuya publicación más popular era Condorito, personaje que tomó su nombre del cóndor andino, pero que representa al hombre del interior que a puro ingenio consigue un lugar:. Vendió miles de ejemplares, con su humor directo y cándido. En Latinoamérica el héroe de la ficticia ciudad de Pelotillehue es tan conocido como Mafalda, de Quino.

Contemporánea de nuestra Eudeba, transformada en la Editorial Quimandú se propuso llegar con obras maestras y clásico a públicos masivos. En una sociedad que procuraba acceder al conocimiento como bien universal, distribuyó 10 millones de ejemplares, más que los 9 millones de habitantes de aquel Chile. En Quimandú cobraron notoriedad las tareas de Marta Harnecker que junto a Gabriela Uribe trabajó en los Cuadernos de Educación Popular. Resolvían cuestiones complejas con textos accesibles: Explotadores y Explotados, Lucha de clases y clases sociales, Socialismo y Comunismo, Para entender al capitalismo. Entre nosotros, el bien recordado Centro Editor de América Latina publicó colecciones con similares propósitos. También fueron trascendentes los aportes de una pareja de origen belga, Armand y Michele Mattelart y del argentino-chileno Ariel Dorfman. Descubrieron un amplio campo de reflexión en los comics de la factoría Disney, por caso el ensayo Como leer al Pato Donald, editado por Quimandú. Casi al mismo tiempo empezó a circular en la Argentina, por Editorial Siglo XXI

En seis capítulos, denuncia al Pato Donald como agente del imperialismo y punta de lanza de las peores costumbres capitalistas en Latinoamérica. En el prólogo de la primera edición, escrito por Héctor Schmuckler se lee: “Hablar del Pato Donald es hablar del mundo cotidiano. El del deseo, el hambre, la alegría, las pasiones, la tristeza, el amor, allí donde se resuelve la vida de los hombres. Y es esa vida concreta (la manera de estar en el mundo) lo que debe cambiar un proceso revolucionario”.  Como es fácil de imaginar la dictadura se ensañó con el libro y con sus autores. Varias ediciones se prohibieron y se incineraron. Los Mattelart y Dorfman y colaboradores se exiliaron.

Desde diferentes lugares de la creación la sociedad chilena se planteaba el gigantesco desafío de adaptar sus medios de comunicación a las necesidades de un país en transición política e ideológica. Hubo intentos importantes de cooperativización de medios, tomas y ocupaciones en otros y numerosas experiencias de periodismo estudiantil, obrero, campesino, sindical a los que, la Sociedad Interamericana de Prensa y El Mercurio, el principal diario opositor, les caían con todo. También les bajaron el precio a las interesantes etapas del canal 9, de la Universidad y de las radios Portales, Corporación (adscripta al PS) y Magallanes (PC). Mientras Allende no consentía la “objetividad periodística” e instaba “a luchar contra los medios concentrados que únicamente defienden sus privilegios” El Mercurio, de la familia Edwards no resignaba ni una letra de su postura sediciosa.

Cine en su laberinto

Al momento del golpe, Miguel Littin (hoy de 81 años) conducía la productora de cine del Estado chileno. Ya era un cineasta muy conocido en  toda la región por su film El chacal de Nahueltoro. Allí, Littin se propuso demostrar que “uno de los propósitos del sistema capitalista es domesticar a los marginados y marginales para que, en el mejor de los casos, mueran con resignación”. Tras el golpe el director salvó su vida de casualidad: desde entonces, viajero del mundo, nunca bajó sus convicciones. Casi toda su filmografía es de carácter político, desde Compañero presidente (1971) a Dawson Isla 10 (2009). Otra de sus realizaciones fue el documental ficcionado Allende en el laberinto, filmada en Venezuela “como homenaje quien dio su vida en defensa de sus ideales”.

Otros directores chilenos censurados, perseguidos, encarcelados debieron exiliarse y fue desde el exterior en que desarrollaron una extensa obra que incluyó los horrores de la dictadura que asoló a Chile durante 27 años. Entre ellos, Raúl Ruiz (Diálogo de exiliados,1974); Helvio Soto (Llueve sobre Santiago, 1975) y Patricio Guzmán (La batalla de Chile,1976). Esas realizaciones se conocieron en Chile después de 1990 y algunas tras la muerte del dictador en 2006. Hasta el fin del allendismo el escritor Antonio Skármeta (Ardiente paciencia, popularizada como El cartero de Neruda) fue integrante del Movimiento de Acción Popular y Unitario. En 1998publicó el conmovedor cuento infantil La composición. El caso chileno llegó a la literatura (Miguel Littin clandestino en Chile, de García Márquez), al teatro (La muerte y la doncella de Ariel Dorfman) y a la pantalla (Tengo miedo, torero, de Rodrigo Sepúlveda; Missing, de Costa -Gavras). El caso de esta película es muy elocuente. Prohibida durante el pinochetismo el entonces embajador de EE UU en Chile y dos funcionarios de la inteligencia naval yanqui, implicados en el secuestro del ciudadano Thomas Hauser, consiguieron vía judicial prohibir la circulación del libro en que se basó la película. La demanda incluyó al film producido por la transnacional Universal que recién en 2006 pudo volver a exhibirse.

El jueves se estrenó en cines (por una semana; luego estará en Netflix) la película El conde, de Pablo Larrain en la que, se anticipa (este cronista aún no la vió) “el regreso de un Pinochet encarnando a un vampiro francés que llega a sembrar el terror en un país latinoamericano”. Mañana a las 20 en el cine Gaumont se proyectará Miguel Littin clandestino en Chile, de Francisco Fasano. Estos acontecimientos, más este suple de Tiempo Argentino prueban que al drama chileno iniciado hace 50 años aún no hay quien se anime a ponerle el punto final.