El Ecuador es ya un narcoestado consolidado durante el siglo XXI y adquirió los síntomas del estado fallido en los meses de gobierno del exitoso banquero y fracasado presidente Guillermo Lasso.

Un respetable expresidente líder del partido CREO, al que pertenece Lasso, en defensa de su militante, expresó que Lasso no era un mal presidente. Quizás quiso decir que no es un mal mandatario porque es pésimo.

Y asi lo juzga el pueblo del Ecuador que lo apoya en guarismos que apenas rodean el 10%. Calificaciones que ascendieron un tanto por el uso de ese engendro jurídico-político de la muerte cruzada, que le permitió, en una república presidencialista desde su independencia, disolver a la Asamblea Nacional, recurso habitual en regímenes parlamentarios. Y esa Asamblea tenía una aprobación aún menor a la del presidente.

El rechazo de la sociedad por Lasso, la Asamblea y a la función judicial, es el pitazo de un sufrido árbitro a los competidores de una olimpiada de mediocres, corruptos. Como es lógico en los organismos numerosos como la Asamblea y la función judicial, hay excepciones que lamentablemente sólo confirman la regla, según enseña la gramática elemental.

El administrador del Estado, que es el presidente en retirada, si resume en singular el naufragio de un sistema institucional distinto de aquel que en el siglo XX permitió que el Ecuador fuese una bella aunque aún injusta isla de paz.

Ahora, de acuerdo con la estructura jurídica surgida el 2008, el país está en proceso electoral para completar el período de Lasso. Vale decir que el Ecuador elegirá un presidente(a) por algunos meses. Se requerirá que la persona que resulte electa sea alguien con raigambre de líder y esencia de funcionario público responsable, para enfrentar los gigantescos desafíos que implica desmontar perseverantemente el narcoestadofallido del 2023 y no actuar únicamente pensando en su probable reelección inmediata.

El país, en su historia, ha tenido gobiernos civiles de corta duración y ejemplar actuación, como el de Arosemena Gómez, Yerobi Indaburu. O gobiernos militares como el de Henríquez Gallo o los coroneles de la revolución juliana, cuya motivación única era el amor a la patria y su divisa la cristalina honestidad en el manejo de la hacienda pública.

¿Existirán esas personas entre los ocho binomios inscritos?

Por ahora sólo se pueden analizar las declaraciones y spots que usan en la campaña, porque entre los postulantes no hay ningún expresidente , una vez que Guillermo Lasso tuvo el recato de no pretender postularse a la reelección.

El comunicador Evan Cornog tiene una hipótesis “las campañas son duelos de historias a gran velocidad. El candidato que gana es aquel cuyas historias están en conexión con el mayor número de electores “

El “storytelling” permite convencer votantes mediante la narración de una historia que tiene como fundamentos los imaginarios colectivos y los intenta compartir mediante la comunicación en medios formales y en las redes sociales.

La realidad ecuatoriana de 2023 y las convicciones de quien escribe permiten configurar una apuesta por una opción que busque seguridad y paz sin terror, justicia, sin revanchismos, reactivación, empleo y bienestar con realismo, aprovechando el auge del mercado mundial de materias primas.

Y que defienda la soberanía nacional, amenazada según algunos analistas , por un acuerdo internacional que en nombre de la defensa del medio ambiente,podría amagar la heredad ecuatoriana en las islas Galápagos.

Esa apuesta se inscribe en el ancho camino del centro político. Cuando la ideología, cualquiera que esta sea, es el marco y la solución de los problemas concretos de la gente es la obra pictórica.

Al margen de las narrativas polarizantes que invocan a caudillos supuestamente salvadores y también de quienes hacen de las denuncias de la corrupción de las últimas décadas su única divisa de campaña.

A la distancia lo que se aprecia es que Otto Sonnenholzner, Yaku Pérez, y otros que aparecen menos en los medios, se aproximan más al centro creativo que el Ecuador requiere.

El gran expresidente uruguayo José Mujica, cuando celebraba el triunfo reciente del extraordinario líder brasileño e internacional Ignacio Lula da Silva, declaró a un medio internacional :”Lula nunca fue un radical en sentido estricto. Fue y es un deshacedor de entuertos”.

¿Sabran elegir los ecuatorianos a un buen deshacedor de los entuertos acumulados en el trágico siglo XXI? En agosto, la primera vuelta, comenzará a despejarnos la incógnita.