Hay palabras que pican apenas se escuchan. Generan una extraña comezón en el interior que solo puede ser rascada interviniendo en la conversación que la suscitó. Y como se sabe (y mi espalda da fe), rascar no alivia sino que alimenta la pulsión. En el plano de la conversación a eso se le llama debate. Y a mi me resulta inevitable cuando escucho palabras como “populismo”.

En Oxford, donde estoy actualmente, se organizan charlas para plantear las nefastas consecuencias del populismo o el riesgo de que el liderazgo populista se esparza por Europa. Populismo tiene, para todos los que asisten a esos encuentros, una connotación negativa. Se mezclan en el imaginario de los expositores, ineludiblemente, la Venezuela de Maduro con la de Chávez. Pero también aparece en la ensalada el impune Donald Trump y el xenófobo Viktor Orbán en Hungría. El postre suele estar a cargo de la audiencia internacional, que traslada los conceptos vertidos a sus territorios para descalificar cualquier liderazgo que comparta mínimamente algún recurso retórico con los mencionados referentes. Duele muchas veces ver que quienes hacen esos traslados irreflexivamente son latinoamericanos que parecen desconocer la naturaleza de los privilegios que los han traído a la elite intelectual del mundo occidental.

Hemos discutido bastante de esto con mis compañeros en el Instituto Reuters. Los becarios somos rusos, húngaros, chinos, españoles, polacos, finlandeses, noruegos, croatas, indios, palestinos, sudafricanos, brasileños y argentinos. Nuestra coordinadora es de Sri Lanka, pero también hay australianos, estadounidenses, daneses, alemanes y británicos entre los que integran esta pequeña ONU del periodismo. Y recibimos habitualmente visitas de periodistas de otros países, entre ellos la del ex director del diario La Reppublica de Italia, Mario Calabresi.

Con él se dio el marco ideal para la discusión sobre este concepto. Allí pudimos resumir algunos puntos de lo que tradicionalmente se alude como populismo: un recurso retórico del líder por el que se atribuye la voluntad del pueblo y en cuyo bienestar justifica su política en oposición a ciertas elites.

Muy simplificadamente, en Europa hoy esas elites se podrían encontrar en Bruselas (sede de la Unión Europea). Eso explica el discurso euroescéptico de la mayoría de los populistas de acá, que por obvias razones también suele venir acompañado de altas dosis de nacionalismo y xenofobia. Mientras que en Latinoamérica el populismo más estereotipado enfrenta dentro de las fronteras a los banqueros, a los latifundistas y a otros representantes del capital concentrado. Hacia afuera también cuestiona al FMI y a otras formaciones que pretenden su subordinación económica, como fue en su momento el ALCA.

Vale aclarar que la globalización impide que hoy hablemos puramente de regionalismos. Y así podemos encontrar casos como el de Podemos, que se reconoció en el populismo más tradicional de Latinoamérica para asumir la indignación de las plazas españolas contra la “casta”. Y también otros casos como los de los nuevos partidos latinoamericanos que llegaron al gobierno prometiendo un cambio y compartiendo temas de agenda con los populismos de la derecha europea: como el orden a través de la mano dura y el combate a la inmigración.

Por eso si vamos a hablar de populismo en términos generales es necesario que hablemos de recursos retóricos. Cualquier otra traslación que hagamos es, citando a Eliseo Verón, puro efecto ideológico. Es decir, un discurso que esconde sus condiciones de producción buscando asociar procesos distintos sin argumentos que los sustente. El efecto ideológico es parte esencial de la política. Es una herramienta clave de la persuasión. Lo que me genera la comezón, sin embargo, es que quienes lo aplican se empeñen en negarlo.

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El viernes 8 de marzo, el diario británico The Guardian publicó un artículo titulado “Revelación: los líderes populistas están vinculados a la reducción de la desigualdad”, que forma parte de una serie de notas de investigación académica que inició el matutino a mediados de 2018. Para ello formó un equipo de 46 investigadores que revisó 728 discursos de líderes en 40 países del mundo para evaluar su nivel de populismo (vale la pena leer la metodología).

“El impacto sobre la desigualdad está largamente comandado por los presidentes populistas de izquierda de América Latina, como Evo Morales en Bolivia; Rafael Correa en Ecuador y el fallecido Hugo Chávez en Venezuela”, dicen los integrantes del equipo de investigación. “Esto es lo opuesto a lo que esperaba”, reconoce David Doyle, un profesor de la Universidad de Oxford que condujo el análisis económico de la investigación. “Quizás he estado influenciado por las investigaciones que durante tantos años decían que el populismo era malo”, añade.

El equipo de Doyle debe haber tenido a cargo la medición de las variables de desigualdad y por tanto fue el que valoró a los gobiernos de Evo Morales, Correa y Chávez como los que más la redujeron entre los gobernantes populistas. Pero también destacó en el podio de las administraciones redistributivas a las de Cristina Fernández de Kirchner, José “Pepe” Mujica y Luis Inácio Lula da Silva. La diferencia es que, para el análisis discursivo, estos líderes no eran considerados populistas.

“Hay algunos resultados que pueden sorprender a nuestros lectores: como el hecho de que la ex presidenta Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, fuera considerada ´no populista´”, aclaran en el propio informe. “Sin embargo el equipo ratifica que el sistema de codificación fue preciso para analizar los niveles de populismo en la retórica de los discursos, aun cuando esto no concuerde con las expectativas del público”, sentencian.
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Cuando llegué a Oxford, una amiga argentina me ofreció sumarme a un grupo de Whatsapp de latinos que están estudiando aquí. Por supuesto que acepté. Siempre que paso un tiempo fuera de mi tierra Melancólico se transforma en mi nombre y Nostalgia mi apellido. No me extrañó, sin embargo, que el grupo redujera su interacción a una serie de mensajes sobre charlas acerca de los males del chavismo o eventos de las “sociedades académicas” de cada país.

Por mi parte escribí dos veces: una para presentarme apenas me agregaron y la otra una semana después para consultar sobre una charla del vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, que organizaba el Latin American Center. No obtuve ninguna respuesta.

El viernes compartí el link de la nota en The Guardian. Solo eso. Sin comentario.

-Interesante hasta que la vi a Cristina como super leader «not populist» y arriba en less inequality y no pude seguir leyendo…
-De verdad.

Fueron las dos únicas contestaciones. Y otra vez esa picazón…