Por un instante, hace 40 años, el 26 de setiembre de 1983, el planeta estuvo a un paso de el Apocalipsis. Gracias a un oficial de la Fuerza Aérea soviética a cargo del comando de Alerta Temprana que dudó sobre las señales que enviaban los radares, el mundo sigue andando. El caso no es tan conocido, aunque hubo algunos libros y filmes. Stanislav Petrov parece un personaje de ficción. Sin embargo, Eduardo Sguiglia llegó a cruzarse con él en 2004 en las Naciones Unidas, donde descubrió una historia que ahora refleja, a la manera argentina, en su última novela, La redención del camarada Petrov. El economista, ensayista, exembajador en Angola y escritor habla con Tiempo de los temores a que ahora no haya un último fusible de sensatez antes de una catástrofe.

«Me enteré de la historia de Petrov por casualidad –aclara– porque yo estaba en la ONU, en la época de Néstor Kirchner, y había un homenaje, en una sala chiquita, no más que este living (por el de su casa, en el barrio de Coghlan). Era raro porque era una reunión multirracial. Me llamó la atención, pregunté y me dijeron: ‘Lo que pasa es que un señor que está allí salvó a la humanidad de una hecatombe nuclear'».

–¿Qué pasó luego?

–Cuando volví le pregunté si sabía algo a (Isidoro) Gilbert (periodista y militante comunista) que tenía una memoria fabulosa y que además fue testigo de toda una época. Me dio unas pistas y la cosa quedó ahí en el tintero. Yo me sorprendí igual que vos, pero luego hice toda una investigación y en realidad el hecho (conocido como «El Incidente del Equinoccio de Octubre») se descubre porque un general (Yury Votintsev) lo cuenta en un libro de memorias.

–Tras la caída de la Unión Soviética.

–Sí. Y eso despertó la curiosidad de un periodista inglés que dijo, «¿Cómo? ¿Acá estuvimos al borde de la destrucción total?» y ahí se lo conoció a Petrov, que si no, hubiera muerto en el anonimato total. Y ahí se tuvo idea de lo que había pasado. Y a mí me parece un tema muy importante para la actualidad.

–Lo que pueda ocurrir en Ucrania resulta temible.

–Claro. Pero además la gente subestima lo que puede ser una falla tecnológica. Porque vos decís «mirá se movieron X cantidad de misiles para la frontera con Finlandia». Vamos a suponer que un tipo se distrae o pasa mal una señal… están todos los sistemas automatizados. Tendría que haber siempre alguien que dijera «no, pará, ¿cómo viene la mano acá?» Es una situación latente siempre.

–Vos reflejás en el libro aquel momento: gobierno de Ronald Reagan y la URSS de Yuri Andropov. Momento de amenazas y paranoias. Como que alguien está esperando algo y cualquier movimiento extraño puede desatar una tragedia.

–La hipótesis que trabajo, que tampoco es tan novedosa, es que eso generó un montón de dudas en los mandos soviéticos, como que no entendían de qué se trataba todo. Por un lado si era un infiltrado, y por otro, ¿qué ocurre si es que estaban probando algo? ¿El tipo era un loco o formaba parte de alguna organización? De hecho no le fue tan bien a Petrov luego de esto.

–El libro se sustenta en un personaje, un médico argentino, Juan Meyer, que va a luchar contra los nazis con los partisanos en Bielorrusia.

–Un periodista me dijo que la historia de los partisanos está tal cual se la había contado el suegro, que había sido partisano, no en Bielorrusia sino en Polonia. Y dijo que le había contado historias como las que están en el libro.

–¿Quién te contó esas historias?

–Es un personaje construido con varios testimonios de gente que quiso mantener el anonimato, por eso los cité de manera genérica. Y de ahí construí un personaje con distintas historias.

–¿Por qué contar esas historias en este contexto?

–Porque me parece que era la única manera de contar a Petrov desde el punto de vista argentino. Siempre escribo sobre temas que ocurren en otro lado, pero trato de que haya un argentino. Me consta, porque viví exiliado en México y fui embajador, que los argentinos andamos girando por el mundo de manera increíble. Me pareció que la única manera que podía presentar al personaje, a Petrov, y hacerlo relacionar con un compatriota era con alguien que también hubiera sido militar. Y gracias a estos informantes clave pude reunir elementos y constituir un personaje que es coronel y pasó por los movimientos partisanos.

–¿Hubo muchos argentinos como partisanos?

–Hubo muchos más argentinos en la Segunda Guerra en general que entre los partisanos, pero hubo. Una aviadora de la que hablo, que sí existió, se sumó a la Fuerza Aérea inglesa.

–Muchos primero habían estado en la Guerra Civil Española.

–Muchos. Pero otra parte pequeña, que fueron estos testimonios, fueron partisanos, aunque no necesariamente en Bielorrusia.

–¿Y por qué los pusiste ahí?

–Porque ahí dependían del Ejército Rojo. Había una dualidad, era un momento tan trágico que excedía el marco del estalinismo. Había un sector de los partisanos que respondían a la NKVD, los servicios de inteligencia soviéticos. Eran más politizados, los que estuvieron ahí eran españoles comunistas. Juan Meyer no es un militante partidario, conserva cierta distancia. Me parecía más interesante que integre una compañía de partisanos que luego dirige, no tan dependiente del poder político. Porque el Ejército Rojo, el último cable le llegaba a (general Georgi) Zhukov, que en base a sus propias memoras, no estaba tan interesado en el tema ideológico, el tipo quería llegar a Berlín. Y llegó.

–Miro este libro con perspectiva actual, y parece que ahora se está disputando una guerra para resolver cuestiones que en ese momento quedaron pendientes. Esos territorios están en guerra desde hace como un milenio. Por eso importa ver qué ocurrió, porque el riesgo nuclear está latente como hace 40 años o quizás más.

–La tensión no llega a ser similar, porque ninguno de esos protagonistas tiene las ínfulas de Reagan ni la formación, entre comillas,deAndropov. Reagan había impulsado la idea de hacer un escudo para detener un contraataque (Iniciativa de Defensa Estratégica). Pasa que nosotros lo vivimos acá con un criterio de lejanía.

–Era 1983. Estábamos recuperando la democracia.

–Sí, pero además ocurre otra cosa. Cuando en 1981 yo conocí a mi esposa, que es alemana, se estaba desarrollando un ejercicio en el que la OTAN despliega todos los misiles en Europa. Ella estaba aterrada y yo lo tomaba como un dato de la situación internacional.

–En base a todo esto ¿ves posible un riesgo así en la actualidad?

–El año pasado en los altos círculos militares y políticos de EE UU, la OTAN, se estudió la posibilidad de una confrontación y se dejó caer esa posibilidad. Si se llegó a decir entiendo que se analizó con seriedad. Uno espera que no ocurra algo así, pero por otro lado creo que Argentina debería bregar junto con otros como Brasil, ahora con Lula, para que esto se descarte de manera total. Porque esa lejanía de la que hablábamos es ficticia, cualquier altercado nuclear nos va a llegar sí o sí. Por lluvias radioactivas, por alteraciones climáticas, por los desastres económicos y sociales. Nadie va a quedar indemne de eso, nadie.   «