La crisis de Evergrande es, al mismo tiempo, la de la base sobre la que se ha movido la economía china.

El negocio de Evergrande es tomar crédito barato, construir viviendas para la clase media y venderlas a un valor tal que permita pagar los gastos, incluidos los intereses del crédito, y dejar una ganancia.

Nada del otro mundo. El problema es cuando se pierden los equilibrios, como con Lehman en 2005-2007: las tasas de interés subieron, las personas de ingresos más bajos dejaron de pagar sus hipotecas y el mar de deudas impagas inundó el circuito económico y financiero.

Las pérdidas combinadas de Evergrande en los dos ejercicios financieros que finalizaron en diciembre de 2021 y 2022 alcanzaron los U$S 80.000 millones, provocadas por una caída vertical de ingresos, a su vez generada por el hecho de que millones de deudores dejaron de pagar sus hipotecas.

En ese cuadro, el peso de la deuda tomó relieve y quedó claro que Evergrande ingresaba a la categoría de empresa sobreendeudada a pesar de sus esfuerzos por no tomar más préstamos con los cuales financiar sus construcciones.

El pasivo total de Evergrande es de U$S 331.564 millones a finales de 2022, de los que la primera minoría, unos U$S 136.000 millones, son cuentas por pagar a empresas constructoras y otros socios comerciales.

El riesgo que representa este sobreendeudamiento deriva en que muchos prestamistas de capital de trabajo prefieren esquivarla. La consecuencia es que la empresa no puede entregar viviendas a los compradores porque las restricciones de liquidez han hecho imposible avanzar en los proyectos de construcción. Como no entrega viviendas no cobra cuotas y el círculo vicioso se profundiza.

Al dejar de pagar bonos de deuda (cosa que sucedió 2020 y volvió a suceder días atrás), se cierran aún más las pocas canillas financieras abiertas que le quedaban.

El problema de Evergrande es un problema básicamente chino. Sólo el 27% de su deuda está en manos extranjeras y prácticamente el 100% de sus activos está en la gran potencia asiática. Por eso en Occidente se frotan las manos ante el descalabro de Evergrande. De un lado, porque consideran que la quiebra de la firma puede provocar una sacudida de fondo del mercado inmobiliario que también impactaría en el mercado financiero. Esa alteración, en definitiva, le pegaría de lleno a una economía china que no muestra su mejor estado de salud.

Del otro, porque si la crisis es fuerte podría derivar en la posibilidad de que sean exitosas las históricas presiones por una mayor apertura china al ingreso y libertad de movimientos del capital extranjero.

El gobierno chino es consciente de la magnitud del problema cuya cabeza es Evergrande. El Banco Popular de China, símil del Banco Central argentino, destacó a mediados de agosto que, gracias a sus decisiones de prevención de riesgos, se había reducido el stress financiero, aunque admitió que algunas empresas están sumidas en crisis financieras.

Por ahora, Beijing se mantiene distante de medidas drásticas, como la liquidación judicial, por temor a sus efectos, como malestar social por el impacto en los socios comerciales y bancarios. El rescate al que se vería obligado a realizar sería de características homéricas, pero son, al mismo tiempo, las dimensiones del rescate que está llevando a cabo para evitar que el sector inmobiliario en su conjunto se derrumbe.

Esa es la diferencia con Lehman. Por ahora. «