San Petersburgo brilla. El invierno y sus noches larguísimas no opacan el esplendor tradicional de esta ciudad famosa por su belleza y por su patriotismo. En este enero de 2023, hay dos fechas que conmueven al pueblo ruso. Una es la de «Operación Chispa», la primera victoria del Ejército Rojo sobre las tropas nazis que asediaban la ciudad llamada entonces Leningrado. Fue hace 80 años, el 18 de enero de 1943.

La segunda, el 27 de enero de 1944, cuando finalmente los soviéticos derrotaron las tropas de Hitler y pusieron fin a uno de los peores genocidios que conozca la historia contemporánea: el «sitio de Leningrado». Fueron 872 días en que, por el bloqueo, estaban cortadas las líneas de abastecimiento de comida y la ciudad estaba bajo el bombardeo constante de las tropas alemanas, finlandesas y fascistas españolas de la División Azul. El objetivo expresado por Hitler era «aniquilar rápidamente» Leningrado y condenar, deliberada y sistemáticamente, a cientos de miles de soviéticos a la hambruna y al frío. Murieron cerca un millón de civiles. Fue el precio que pagó la ciudad por resistir heroicamente

Ir hasta el lugar que los rusos llaman «la línea de defensa» es estremecedor. El frente de guerra estaba apenas a 15 kilómetros del centro. Allí están todavía las trincheras donde se enfrentaron la Wehrmacht y el Ejército Rojo. A pocos metros se erigió la Plaza de la Victoria en homenaje a los caídos.

Coincidencia o no, San Petersburgo –que también se llamó Petrogrado– nació como una zona defensiva. Cuando Pedro el Grande la fundó, en 1703, buscaba replicar Amsterdam, lugar donde había vivido de joven. Fueron convocados para construirla los mejores arquitectos italianos y franceses. El zar tenía también un objetivo geopolítico: frenar el avance de Suecia (por entonces una gran potencia militar) y mudar la capital del imperio desde Moscú al paralelo 60, cerca del círculo polar Ártico, de manera de dominar simultáneamente el Báltico y el comercio por mar.

Hoy la ciudad es patrimonio de la humanidad y admirada por quienes la visitan. Aun a pesar de la pandemia, explica Serguei Korneev del Bureau de Desarrollo Turístico de San Petersburgo, «el nivel turístico y cultural se mantuvo. Encontramos alternativas para mantener un altísimo nivel de servicio y para incrementar el turismo proveniente del Pacífico, de Oriente Medio y de América latina».

La ciudad tiene más 30 ríos y canales, 40 islas y cerca de 300 puentes con rejas artísticas, estatuas, balaustradas y faroles antiguos que los embellecen. Los puentes Los Leones, Los Besos, el Azul, el Rojo, el Egipcio, el Puente de la Bolsa tienen cada uno su leyenda y sus peculiaridades. El Puente del Palacio va directo al Museo del Hermitage, parte del Palacio de Invierno que fue residencia de los zares y sitio medular de la Revolución Bolchevique. El Hermitage, con más de 700.000 obras (Miguel Angel, Rafael, Leonardo da Vinci, Rembrandt, etcétera), es una de las más importantes pinacotecas del mundo. En 1941, cuando los nazis se aproximaban, las obras que hoy se pueden ver allí, fueron evacuadas en 1422 cajas y cargadas en dos trenes con destino a Sverdlovsk.

Muy cerca del Palacio el Hotel Astoria tiene también una leyenda oscura de la Segunda Guerra Mundial. Es uno de los hoteles más exquisitos de Europa: el preferido de los Romanov, de la aristocracia zarista y de… ¡Hitler!. Hoy, en los ascensores del lobby hay clavadas cientos de chapitas de bronce con los nombres de los visitantes ilustres que tuvo el hotel: Vladimir Lenin, Isadora Duncan, Pierre Cardin, Luciano Pavarotti, Margaret Thatcher, Madonna, el escritor H.G. Wells y Alain Delon, entre otros.

Dice la leyenda que el «führer» mandó destruir la ciudad porque no soportaba que fuera más bella que Viena o Berlín. Pero, en realidad, se trataba de un objetivo estratégico crucial para ganar la guerra. Según los testimonios históricos, Hitler estaba tan convencido de que el triunfo sería inmediato que ordenó imprimir las invitaciones para La Gran Gala de la Victoria con fecha del 9 de agosto de 1942, justamente, en el Hotel Astoria.

No existe familia rusa que no tenga heridas de esa guerra. El 18 de enero, a 80 años de la Operación Chispa, el presidente Vladimir Putin, nacido en Leningrado, fue a colocar flores en la tumba de su hermano, a quien no conoció porque, a sus diez años, fue una de las víctimas del sitio.

Hace algún tiempo, Putin contó sus dramáticos recuerdos de infancia a la revista Russkiy Pioner. «Mi padre ni quería tocar ese tema. Yo me fui enterando porque mientras jugaba, los adultos hablaban entre sí y yo oía los relatos». Durante el sitio de Leningrado no sólo murió su hermano sino que su madre estaba tan debilitada por el hambre que las cuadrillas sanitarias, que sacaban diariamente los cadáveres de los edificios, casi se la llevaron. El marido se dio cuenta de que respiraba, la rescató y la mujer sobrevivió. Al terminar la guerra, en 1952, quedó embarazada del actual mandatario ruso.

Esa es la magia de San Petersburgo: conserva las huellas dolorosas de su historia sin perder el magnetismo de su belleza.  «