Nicholas Wapshott, biógrafo de Margaret Thachter, cuenta la afinidad que surgió en el primer encuentro de la entonces líder de la oposición conservadora británica con el flamante ex gobernador de California Ronald Reagan. Era abril de 1975 y la derecha mundial estaba digiriendo las ideas del economista Milton Friedman, aunque ya tenían incorporadas las de otro teórico neoliberal, el austríaco Friedrich von Hayek. Un lustro después inaugurarían una alianza indestructible, ella como primera ministro del Reino Unido y él como presidente de Estados Unidos, para llevar esas teorías a la práctica del modo más brutal. Unos años más tarde se incorporaría a ese dúo Mijail Gorbachov, quien encabezó el capítulo final de la Unión Soviética. 

Con ese telón de fondo, Theresa Mayy Donald Trump recordaron aquellos momentos históricos en su primer encuentro, este viernes, de lo que pretenden como una nueva sociedad entre EE UU y Gran Bretaña que ponga fin a una globalización que, al decir de ella, provocó cambios en las sociedades que los habitantes, que “perdieron sus trabajos o han visto sus sueldos recortados (…) no recuerdan haber dado permiso para que ocurrieran”. 

En su primera semana en la Casa Blanca el extravagante empresario estadounidense puso en marcha algunas de sus medidas más irritativas para el orden establecido: por orden ejecutiva (la versión estadounidense de los DNU) sacó a EE UU del Tratado Trans Pacífico (TTP), anunció el inicio de obras para levantar el muro en la frontera con México y humilló al presidente Enrique Peña Nieto comportándose como un pendenciero que quiere obligar a su vecino a pagar la medianera. Volvió a maltratar a la prensa y tiene en carpeta sendos decretos para recortar la financiación de organismos internacionales y de la ONU, además de promover la autorización de la tortura para el combate de los enemigos de EE UU. 

Cuando sorpresivamente Trump ganó la elección por mayoría de electores, muchos de sus opositores confiaron en que sus estrafalarias propuestas de campaña no podrían ser implementadas porque el sistema tiene suficientes contrapesos constitucionales como para frenar cualquier exceso. No contaban con que Trump no les iba a dar respiro con decisiones que, para cuando reaccionen, ya van a estar en marcha.

Una de las consecuencias de su rápido accionar es que, también en contra del consenso diplomático gestado en la última década, abrirá el diálogo con el presidente Vladimir Putin. Luego de las denuncias de hackeo de espías rusos en la campaña electoral -la última y desesperada jugada de Barack Obama en defensa de su eje de política exterior- podría pensarse que Trump bajaría un cambio en esta ruta.

La designación de Rex Tillerson en el departamento de Estado había sido una señal fuerte del intento de seducción diplomática, habida cuenta de su amistad con el líder ruso. Pero en su presentación ante el Congreso para refrendar su designación, el ex CEO de la petrolera Exxon fue más bien ambiguo y no habló de levantar las sanciones sobre el gobierno de Putin.

Nadie duda de que Trump busca sino una alianza al menos una proximidad amigable con Moscú. En ese camino novedoso para la época, cuenta con el apoyo intelectual de Henry Kissinger, el ex secretario de Estado que en tiempos de Richard Nixon promovió el histórico encuentro del presidente con Mao Zedong. Ya hubo indicios claros de que Trump quiere dar vuelta a esa página de la historia y se puso en contacto con la dirigencia de Taiwán. 

Si el ex actor de Hollywood fue un personaje clave para derrotar a la Unión Soviética, el nuevo inquilino de la Casa Blanca pretende encontrar una cuña para bloquear cualquier entente entre Rusia y China, que ya forman parte del ahora alicaído grupo BRICS y están llamados a integrar el terceto dominante en el futuro cercano.

Pero este cambio sustancial a la política ahora en marcha alteró los nervios del aparato industrial militar y el de inteligencia en el último tramo de la gestión Obama. Ni qué decir del departamento de Estado, donde al menos cuatro diplomáticos de carrera presentaron su renuncia para no quedar pegados a una administración que les cambia el paradigma tan drásticamente. «Esta es la mayor fuga simultánea de personal institucional que nadie pueda recordar», declaró ante el Washington Post el ex jefe de gabinete de John Kerry, David Wade. Se trata de cuatro funcionarios experimentados que habían pasado por gobiernos republicanos y demócratas pero dijeron “hasta aquí llego”.

Mientras tanto, dirigentes de los países que habían firmado el TTP -una asociación creada para aislar a China integrada por Japón, Australia, Brunei, Canadá, Chile, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam- intentan ahora convocar a Beijing para no quedar en ridículo tras el retiro de EEUU. El boliviano Evo Morales aprovechó para pasarles factura: «Esos gobiernos de derecha quedaron sin proyecto político, sin programa, hasta sin patrón. Ahora está en problemas México con Estados Unidos, aunque firmaron tratados de libre comercio.»

Theresa May es la emergente del Brexit y no quiere a los inmigrantes. Trump, de la desindustrialización en amplias regiones de su país y desprecia a los mexicanos. Theresa y Donald son las dos cabezas más visibles de esta combinación explosiva de nacionalismo, xenofobia y antiglobalismo. Tal vez sean los que cierren el círculo abierto en 1975 cuando se conocieron Margaret y Ronald. «