Al centro de la Plaza Italia, frente a la estatua del general Baquedano, que comandó la victoria chilena en la Guerra del Pacífico, llega la Garra Blanca, la barra de Colo-Colo. Tiene una bandera blanca y negra, los colores del equipo, que reclama la renuncia de Sebastián Piñera. Es un viernes de movilización en Santiago, como todos los viernes desde hace cuatro meses, desde que el estallido revolvió a Chile, desde que la Plaza Italia pasó a llamarse Plaza de la Dignidad. Los gases envuelven el aire, llegan desde la Alameda, donde en varias esquinas la Primera Línea combate contra los pacos, como llaman a los carabineros. Sin armas, sólo con hondas y piedras, con capuchas y máscaras, el uniforme de la resistencia.

No sólo la barra de Colo-Colo participa de las protestas. En los comienzos, en octubre del año pasado, confluyeron incluso con sus rivales de la Universidad de Chile. Se organizaron por foros, se juntaron para fotos, marcharon juntos. El fútbol chileno tuvo que suspenderse por esos días. Hinchas de distintos clubes participaron de las movilizaciones en Santiago y otras regiones. Pero los de Colo-Colo, un club que nació de una rebelión de futbolistas, tomaron la insurrección como propia desde que a fines de enero, Jorge Mora, 37 años, fue atropellado por un camión de carabineros a la salida de un partido contra Palestino. Mora era miembro de la Garra Blanca, voluntario del club y militante sindical. Se convirtió en un símbolo como ya lo era Gustavo Gatica, un estudiante de 21 años, hincha de Colo-Colo, que perdió un ojo durante la represión. Unos días después, durante las protestas por la muerte de Mora, otro colocolino fue asesinado en la represión. La Garra Blanca reaccionó.

El domingo pasado, mientras Colo-Colo perdía con Universidad Católica por 2-0, ya en el segundo tiempo, la barra lanzó petardos al campo de juego. Uno le pegó a Nicolás Blandi, un jugador propio. «Los pacos los mataron», decía una bandera en una de las plateas del Monumental, ubicada para que la enfocara la televisión. Pero la transmisión oficial la evitaba. El partido se suspendió. La prensa tradicional acusó a la Garra Blanca de liderar una campaña de terror en el fútbol. «Los más malos entre los malos. La Garra Blanca está a la cabeza de la ola de ataques violentos que sufre el fútbol chileno», publicó el diario La Tercera. La barra pidió disculpas a Blandi desde su cuenta de Instagram, pero reivindicó la protesta: «¿Esperaban que esta hinchada callara y fuese sumisa? Su respuesta y sus medidas de seguridad fueron reprimir más a nuestra gente, llevar más carabineros y cerrar los accesos, gasear a las personas. ¿De verdad creen que es normal que nos estén matando? A algunos les preocupa más lo material y lo deportivo, nosotros tenemos ideales y conciencia, aunque algunos periodistas no lo crean». El posteo cerró con una advertencia: «Sin justicia no habrá normalidad, si su idea es seguir reprimiendo a nuestra gente y nuestra hinchada, nosotros seguiremos activos y combatientes. Esto recién comienza».

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«Se está levantando una agenda punitiva y criminalizadora en el estadio –dice en su casa de Villa Alemania, uno de los barrios más combativos, el sociólogo Pavel Piña, socio de Colo-Colo y editor de Gol Triste, que publica libros en el club–. Hay prohibición de visitantes y sanciones contra los clubes que se vean involucrados en las protestas».

La Garra Blanca es una barra con las mismas historias de violencia y conflictos que las que se conocen en la Argentina. Han apretado a los opositores de las sociedades anónimas, tienen sus negocios, otros socios fueron amenazados. Pero las protestas mostraron la conciencia social de algunos miembros, incluso de los que no son orgánicos. El estallido atraviesa a toda la sociedad chilena. El fútbol no es ajeno.

«Es complejo entregarle a la barra una única identidad. Colo-Colo ha sido un pilar importante en las movilizaciones. Hay muertos que son socios e hinchas. Gente que quedó ciega. La asamblea más grande la hicimos en el estadio. En la Primera Línea hay muchos colocolinos, hay casi todos los días en la Plaza de la Dignidad. En todas las dimensiones de la protesta está Colo-Colo porque es el equipo más popular», dice Pavel Piña.

Álvaro Campos, autor de los libros Colocolino y 91, explica que el vínculo de Colo-Colo con el pueblo chileno es extenso y profundo. «Durante el gobierno de la Unidad Popular, Salvador Allende les comentaba a los jugadores que la campaña de Colo-Colo en la Libertadores 1973 (primer finalista chileno, perdió ante Independiente con arbitrajes polémicos) sirvió para tranquilizar las cosas. El entrenador de esa época, Luis Álamos, acuñó otra frase: que cuando Colo-Colo gana al otro día en el desayuno del obrero ‘la marraqueta (nuestro pan) es más crujiente y el tecito es más dulce'». Y está la historia del jugador Carlos Caszely, el máximo ídolo del club, opositor a la dictadura de Augusto Pinochet, durante la cual su madre fue apresada y torturada.

«Ahí estaban, con sus pasamontañas de combate, igual que el Subcomandante Marcos, pero movilizados en skateboard. Entre el humo de las bombas lacrimógenas, pasaban rápidos tirando su artillería de piedras y encendiendo barricadas que inflamaron esa vergonzosa mañana en el puerto», escribe Pedro Lemebel en una de sus crónicas publicadas en Zanjón de la Aguada. Relata las protestas de resistencia contra la dictadura de Pinochet. Escribe sobre la Garra Blanca.