Los buenos deseos de paz, prosperidad y esperanza para 2020 se terminaron bien rapidito, en cuanto Estados Unidos mató con un ataque de drones al general Qasem Soleimani, el hombre más poderoso de Irán después del máximo líder, el ayatolá Alí Jamenei.

Todavía no nos reponíamos de la resaca de los festejos por el año nuevo y, de pronto, por todos lados apareció el anuncio de la inminente tercera guerra mundial. Quién sabe si llegaremos a tanto, pero el que anda feliz como un niño que hizo una travesura es Donald Trump. Sería gracioso, si no fuera el hombre más poderoso del mundo que tiene a mano armas nucleares y que es conocido por su cinismo e irresponsabilidad.

Una reelección bien vale una guerra, habrá pensado el presidente de Estados Unidos que en noviembre próximo buscará quedarse cuatro años más en la Casa Blanca. Los mensajes bravucones, los drones y los asesinatos, así sea de civiles, le juegan a favor. Es bien sabido el espíritu patriotero de gran parte de la sociedad estadounidense que celebra y disfruta la adrenalina de la violencia que su ejército aplica en otros países que, muchas veces, ni siquiera puede ubicar en un mapa.

El tema es que la renovada confrontación Estados Unidos-Irán ni siquiera es lo peor que anda pasando en el mundo en estos primeros días del año. En Australia, los incendios forestales no ceden. Ya hay decenas de muertos y desaparecidos, miles de hectáreas arrasadas y casi 500 millones de animales muertos. En Indonesia, a falta de fuego, hay agua. Las inundaciones ya dejaron medio centenar de muertos y la evacuación de decenas de miles de personas. Ay, cómo dejar de lamentar el fracaso de la cumbre climática que se realizó a mediados de diciembre en Madrid.

Además de estas tragedias, provocadas por nuestro uso, abuso y maltrato de los recursos naturales, arrancamos un año plagado de incertidumbre política como la postergada salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, el Brexit que nomás no se ha podido concretar para vergüenza de los ingleses, y las elecciones en Estados Unidos.

En América Latina el panorama tampoco pinta nada fácil.

Una de las prioridades es recuperar la democracia en Bolivia. Después del golpe de Estado a Evo Morales, el expresidente que anda en campaña desde su asilo en Argentina, por fin se anunció que las elecciones serán el 3 de mayo. Aun así, las encuestas vaticinan por ahora el voto mayoritario para quien quiera que sea el candidato del Movimiento al Socialismo, menos Morales, obvio. Habrá que ver, pero los golpistas no se resignarán tan fácil a ceder el poder que adquirieron durante los últimos meses.

En Chile, quién sabe qué pasará con el plebiscito convocado para el 26 de abril con miras a generar una nueva Constitución. Esta fue la estrategia que encontró el presidente Sebastián Piñera para enfrentar la crisis de su gobierno que comenzó el año pasado con el alza del servicio de transporte y que terminó convirtiéndose en la movilización social más importante del país en décadas. De los delitos de lesa humanidad cometidos por los carabineros en las represiones, el presidente no se hace cargo.

Al lado, en Argentina, Alberto Fernández enfrenta el reto de amortiguar la crisis económica que le heredó Mauricio Macri. La oposición partidaria y mediática ya demostró que no le dará respiro. Una de las grandes apuestas es lograr en 2020 la legalización del aborto. Si se consolida, el país se pondrá de nuevo a la vanguardia en derechos sociales en la región.

En Uruguay, el cambio que se viene es a la inversa, ya que a partir del 1 de enero la izquierda le entregará el poder a la derecha que ganó las elecciones de noviembre. El presidente electo Luis Alberto Lacalle Pou trae bajo el brazo una agenda conservadora que dista de las políticas progresistas que marcaron al país durante los 15 años de gobiernos del Frente Amplio.

Brasil y Venezuela se mantienen en las antípodas ideológicas, pero terminan pareciéndose ante el autoritarismo y las violaciones a los Derechos Humanos de los gobiernos de Jair Bolsonaro y de Nicolás Maduro, quien, si no hay una nueva gran crisis mediante, en diciembre enfrentará las elecciones para renovar la Asamblea Nacional. La democracia, en ambos casos, hace mucho que está herida.

Más al norte, México, que acaba de vivir el año más violento de su historia con récord de asesinatos, asumirá la semana próxima la presidencia pro témpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Andrés Manuel López Obrador intentará revitalizarla, promover la utópica unidad regional, pero tiene escasos aliados, uno de ellos Alberto Fernández.

Son tantas las dudas y temores sobre el futuro inmediato que la esperanza parece cada vez más una convicción meramente voluntarista.

Aun así, seguimos. «