En Cómo ser malos, el escritor Gonzalo Garcés reúne una serie de ensayos breves sobre literatura -escritos a lo largo de diez años en diferentes países-, donde pone de relieve el tema de la Argentina como escenario problemático para la escritura, la relación conflictiva de los escritores con el país natal y el debate sobre la vanguardia, así como una reflexión sobre la dificultad de la polémica en el campo cultural actual. Publicado por Letras del Sur, el libro comienza con un ensayo sobre el odio a la patria como motor de escritura, en el sentido de que abre la posibilidad de «amplificar la propia personalidad en proporción con esa sombra terrible». Y sostiene que, con el tiempo, «escritores más sutiles exploraron otra relación posible con el país natal», a partir de «reemplazar el concepto poco manejable de nación o patria por el más circunscripto de lugar».  Entre los numerosos ensayos que presenta el libro, se pueden encontrar discusiones en torno a la crítica, los géneros literarios, la política en los textos, y una mirada personal sobre diversos autores argentinos como Sarmiento, Borges, Arlt, Cortázar, Abelardo Castillo y Fogwill, así como algunos clásicos como Tolstoi, Salinger y Henry Miller.

 Garcés (Buenos Aires, 1974) estudió Letras Modernas en La Sorbona y Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Es autor de las novelas Los impacientes, Diciembre, El Futuro y El miedo. En diálogo con Télam, el escritor habló sobre el sentido de su nuevo libro. «Para mí el ideal de obra literaria es una casa habitada por un individuo tan interesante que su compañía no me canse nunca», sostuvo.

 - Ya que se trata de ensayos escritos a lo largo de diez años, ¿cuál fue el criterio de selección? ¿Cuál es el eje central que atraviesa los textos? ¿En qué momento lo pensaste como libro?  

- Creí que el eje sería la polémica, porque suelo escuchar que soy un polemista, pero no encontré en absoluto ese espíritu en los textos. Un polemista busca ofender, vejar, provocar discusiones; yo realmente buscaba convencer. Si digo, por ejemplo, que Cortázar escribe Rayuela con el espíritu del snob que quiere hacer palidecer de envidia a los grasas, es porque estoy seguro de poder demostrar que es así. 

La idea del título remite a la maldad como necesidad de polémica. En ese sentido, ¿te parece que la polémica en la literatura argentina es imposible o inevitable?  

– Hubo buenas polémicas en la literatura argentina. Una buena polémica tiene cualidades intelectuales y cualidades dramáticas. La polémica entre Cortázar y Liliana Heker en los años setenta es dramáticamente memorable. La polémica de Borges con Américo Castro es breve y terminal: Borges destruye al crítico español como los romanos destruyeron Cartago, sin perdonar a mujeres ni a niños, sin dejar piedra sobre piedra y sembrando sal para que nada vuelva a crecer. Yo mismo tuve una polémica larga y rica con el poeta Alejandro Rubio. Todavía se la puede leer en el blog La lectora provisoria. Me hubiera gustado incluirla, pero fui cobarde, supuse que Rubio no me iba a dejar poner sus intervenciones y desistí de antemano. Lo que vuelve cada vez más difícil la polémica en la Argentina es la noción, estúpida y paralizante, de que todos «representamos» a cierto sector social, o del campo literario. Entonces todo se reduce a: «Claro, vos decís eso porque representás a la literatura chabona» o algo por el estilo, y lo que se está diciendo se vuelve inaudible.

 - En uno de los primeros ensayos se sostiene que «si el odio puede ser literariamente fértil, no es seguro que pase lo mismo con el desprecio». ¿Por qué te parece que es así? 

– Porque el desprecio es una emoción tibia. Una emoción de tímidos, de gente que quiere preservarse, no mancharse, mantener el desorden a distancia. El odio es punzante, penetra en las cosas, el odio es lúcido, o suele ser lúcido. Sarmiento sólo escribe bien cuando odia a Rosas; cuando habla del país, de la tierra, de la incapacidad argentina para la industria, es despectivo, y de inmediato su prosa se vuelve imitativa, superficial, de maestro ciruela. 

¿Cuál te parece que es el lugar de la crítica literaria hoy? ¿Qué tipo de lecturas críticas y autores considerás formativos? 

– Formativo para mí fue Borges; su manera de plantear la crítica literaria casi como un cuento policial, donde primero hay un síntoma, una desazón o una felicidad que Borges siente al leer y que no se explica, y entonces procede a investigar para entender qué hay en el texto que produjo eso. También Nabokov en sus Lecciones de literatura rusa: ahí observa, por ejemplo, que en Ana Karenina a los diferentes personajes les pasa el tiempo más rápido o más despacio según estén más felices o sean más desdichados, una observación tan productiva que uno puede resignificar todas las novelas que ha leído a partir de ella. Hoy la crítica literaria más interesante me parece la que hacen Juan José Becerra, Juan Terranova, a veces Sarlo, y la crítica transversal de Martín Zariello o Verónica Boix, que conectan en la misma reseña un libro, una serie de TV, una canción o un discurso político. 

-T: En el libro se desprende, de alguna manera, que la historia de la literatura no es la misma que la de los escritores. ¿Por qué crees que muchas veces la figura del escritor no coincide con lo que uno puede leer en sus libros? -GG: No sé si digo eso. Lo que sí digo, y lo que realmente me intriga, es que muchas veces la imagen o el concepto que se tiene de un libro es lo contrario de lo que ese libro es realmente. Un ejemplo es Salinger, de quien siempre se dice que es un escritor para adolescentes, es decir un escritor fervoroso, idealista, rebelde, romántico, sensual; pero en realidad las ficciones de Salinger son ejercicios neuróticos, dominados por la vergüenza de sí mismo, obsesionados con el ridículo ajeno; textos muy mezquinos, realmente.

 - En La flor de Coleridge, Borges dice que la casi infinita literatura está en un solo hombre. ¿Te parece una idea para seguir pensando hacia el futuro? 

– Bueno, lo que dice es que durante años creyó eso, y menciona a Whitman, a De Quincey, a Cansinos-Assens y a Carlyle, lo cual significa que creer que toda la literatura es un solo autor es un acto de amor. Y de ingenuidad. Lo cierto es que a veces una literatura, por ejemplo la argentina, parece obsesionada con ciertos temas, en nuestro caso la realidad artificial, la conspiración y la usurpación de la identidad, a tal punto que se puede sentir que fue escrita por una misma entidad encarnada en diferentes nombres. Pero ¿no será eso un defecto, un déficit de existencia de los escritores de acá? Para mí el ideal de obra literaria es una casa habitada por un individuo tan interesante que su compañía no me canse nunca.