La noche del último 26 de junio, en la zona mixta del MetLife Stadium de Nueva Jersey, Lionel Messi interrumpió el descanso de millones de personas. Ya había mandado un mensaje tres días antes, cuando, agotado por los contratiempos con los que se tropezaba a cada paso, lanzó un flechazo directo al corazón de la AFA, el adelanto de su incompleta renuncia a la Selección, mecha que se encendería luego de la derrota con Chile en la final de la Copa América Centenario y que se apagaría, tras algunas turbulencias, con el paso de las semanas. Lo que no se detendría, a pesar de la continuidad de Messi, es la caída libre del fútbol argentino.

Desde ese momento, la estructura se quitó sus últimas ropas hasta quedar desnuda, el jueves pasado, en Belo Horizonte, con la caída por 3-0 frente a Brasil. Y todo lo que viene es incertidumbre, más allá del resultado que se consiga este martes contra Colombia en San Juan, aunque lo que no sea un triunfo acelerará cualquier proceso; dejará a Edgardo Bauza sentado sobre una base de gelatina. Porque los que ahora cocinan al técnico, y hasta filtran la supuesta orden oficial de salir a buscar a Jorge Sampaoli para reemplazarlo, son los mismos que eligieron a Bauza después de un casting que incluyó hasta una reunión con Ricardo Caruso Lombardi. Ayer Javier Medín, vicepresdiente de la Comisión Anormalizadora, tuvo que desmentir que viajara a Europa para contratar a Sampaoli, que tiene una cláusula de rescisión con el Sevilla de un millón de dólares. Aunque las desmentidas dirigenciales, se sabe, suelen transformarse en un boomerang.

Todo es parte de una autodestrucción que se aceleró de manera exponencial desde la noche en que Messi anunció su renuncia fallida. Esa autodestrucción se llevó todo por delante. El primer golpe llegó en pocos días. La ausencia de varios jugadores para los Juegos Olímpicos de Río y una insoportable serie de adversidades se convirtieron en el combustible de la renuncia de Gerardo Martino, que el 5 de julio, arrinconado, se corrió del conflicto. Vio lo que se venía. La Selección, se podría decir, había tenido un correcto primer semestre: en zona de clasificación directa al Mundial de Rusia, venía de ser finalista de la Copa América, con momentos de buen juego. El panorama podía preocupar, pero no era el de ahora.

Es cierto que la derrota en manos de Chile puso a Argentina en medio del conflicto, pero ni por cerca de lo que sucede ahora, donde el juego no aparece y los números, aunque por poco, la dejan transitoriamente afuera del lote de los equipos que irán a Rusia. Hasta mitad de año, con tres finales perdidas de manera consecutiva, se hablaba de la dificultad para conseguir un título. Ahora, en cambio, sobre la posibilidad de clasificarse para 2018. Con Martino, durante la primera parte del año, Argentina jugó dos partidos por Eliminatorias y ganó en ambas oportunidades. Primero se impuso 2 a 1 sobre Chile, en Santiago, y luego sobre Bolivia, 2 a 0, en Córdoba. Por la Copa América Centenario, la Selección ganó cinco de los seis partidos, cuatro de ellos por goleada. Los otros dos fueron ante Chile: en la zona de grupos le ganó 2 a 1, pero en la final igualó 0 a 0 y cayó por penales.

Bauza llegó con un supuesto mensaje modificador, de cambio de grupo, algo que no sucedió. Los mismos jugadores que habían estado con Martino, salvo excepciones, continuaron en las nóminas del exentrenador de San Lorenzo. La renovación esperada por muchos no llegó.

Luego del triunfo ante Uruguay, el primer partido del Patón, la Selección alcanzó la cima. Fue un espejismo. La fecha siguiente igualó con Venezuela, de visitante, pero estuvo muy cerca de perder. El empate llegó en el minuto 82, en un desesperado intento de Nicolás Otamendi. Un mes después, en Lima, fue 2 a 2 con Perú. El problema nació el 11 de octubre, cuando, de local, perdió con Paraguay por 1 a 0. En el medio, Chile y Perú, rivales directos, mejoraron su ubicación en la tabla debido a los puntos que sumaron luego de que Bolivia anotase mal a un jugador. La derrota con Brasil era una posibilidad, pero la débil imagen dejada sobre todo en el complemento sacudió el presente de la Selección.

El desgaste de Bauza fue en paralelo con el desgaste de Armando Pérez, una relación simbiótica. Desde que el empresario asumió en la AFA junto al resto de los anormalizadores, la crisis se profundizó de tal modo que hasta en la Casa Rosada comenzaron a verlo de costado. Mauricio Macri lo veía como su preferido, el hombre que podría conducir el fútbol hacia el lugar que el presidente quiere: con transmisiones privadas, apertura a las sociedades anónimas y buen clima de negocios para los empresarios. Pérez, en cambio, sigue trabado en el mismo lugar donde arrancó, con el Ascenso en pie de guerra y los presidentes de los clubes más poderosos dándole la espalda. Hasta le quitó la confianza Daniel Angelici, con el que tenía una relación fluida

La imagen de Pérez comenzó a esmerilarse apenas asumió, cuando a partir de la renuncia del Tata, empezó el casting de entrenadores, seguido de cerca por una extravagante búsqueda abierta de candidatos para que se hagan cargo de las juveniles, que terminó en manos de quienes no habían presentado proyecto. Bauza, que ocupaba un grupo de segundo orden, fue elegido como entrenador, pero con poco apoyo. Uno de esos apoyos fue el de Fernando Niembro, un habitué de la quinta presidencial de Olivos. Este diario contó el 24 de julio que Niembro fue el nexo para Bauza se reuniera con Pérez, el liquidador del Fútbol para Todos, Fernando Marín, el conductor Santo Biasatti, amigo de Pérez y asesor de comunicaciones de la AFA, y el gerente general Víctor Taboada. Un año después de haber renunciado a su candidatura a diputado por Cambiemos en la provincia de Buenos Aires debido a los contratos que mantenía con el gobierno de la Ciudad, y de haberse alejado de la pantalla de Fox Sports, Niembro volvió a la televisión nada menos que con una entrevista a Bauza, que no sólo se prestó a ese juego, sino que hasta se animó a decir que se imaginaba campeón en Rusia 2018.

Todavía faltaba el castigo de la FIFA a Bolivia, los puntos para Chile y la derrota con Brasil, un combo que ubicó a la Selección fuera de la zona de clasificación. Aun así, Argentina, de ganar el martes, podría –siempre y cuando lo favorezcan también resultados de otros partidos– recuperar el tercer escalón. Pero primero tiene que establecer una idea; modificar lo que Messi dijo con tanta sencillez: «No sabemos a qué jugamos.» Porque lo preocupante de estos tiempos no son sólo los resultados, o la ubicación en la tabla, que puede no ser todo lo terrible que se plantea. Lo preocupante es que se ve a un conjunto de jugadores perdidos y sin respuestas. Sin juego, y el juego es lo único que te saca de una crisis en el fútbol.