El 30 de abril de 1977 se conmemoraban 32 años de otro 30 de abril. Según relata la historia, en un bunker de Berlín, acosados por las fuerzas soviéticas que ingresarían en la ciudad una semana después, se suicidaban Adolf Hitler y Eva Braun. El dictador nazi y su esposa se casaron 40 horas antes, corolario de un final. Él tenía 56. No soportaba el fracaso de su proyecto de imperio destinado a “perdurar 1000 años”. Se acababa la II Guerra Mundial, con un saldo de entre 50 y 70 millones de víctimas, el 2,5 % de la población mundial. El sábado pasado se recordaron los 75 años de la caída del fascismo: en Italia, entre miles de muertos por el coronavirus, miles de sobrevivientes adornaron los balcones con banderas y cantaron el partisano Bella Ciao. Hermosa imagen de vida entre tanto dolor pasado y presente.

El 30 de abril de 1977 se recordaba que sólo dos años antes otro imperio, el yanqui, abandonaba Saigón: fue la derrota de una incursión “restauradora” de tres décadas en la península de Indochina. Su fracaso más estridente. La lucha entre su aliado, Vietnam del Sur contra el del Norte, el FNL y el Ejercito de la República, respaldados por la URSS y China. En el camino, entre tres y cinco millones de muertos (soldados y civiles). Rebota en la memoria la imagen de esa niña desnuda (Phan Thj Lim Phuc) escapando de los napalm. Ella, 45 años después, activa por la verdad y la justicia.

El 30 de abril de 1977, en la Casa Rosada, otro dictador. Con impronta, modales y rictus contagiados, con manos y espíritu manchados de sangre, exudando atrocidad. Jorge Rafael Videla cumplía 403 días allí. La represión estaba en su momento más intenso, un proceso siniestro que acabaría con 30.000 desaparecidos. Miles de fotos golpean, todas tienen que ver con el horror. Las caras, recuadros en blanco y negro, una al lado de la otra, todas incrustadas en la memoria, son la imagen de ese vacío que se podrá disimular pero nunca evitar.

En realidad, el 30 de abril de 1977 se producía un episodio fundacional que se repetiría semana a semana, año tras año, baldosa a baldosa. La vida y la muerte otra vez en cada aliento.

Fueron 14 mujeres. Un sábado. Pedían por el vicario castrense, en la Curia. Pero Azucena Villaflor propuso: “De a una no conseguiremos nada. ¿Por qué no vamos todas a la Plaza de Mayo? Hablemos con Videla”. Estaban también Berta Braverman, Haydée García Buelas, las hermanas Gard (María Adela, Julia, María Mercedes, Cándida) Pepa García de Noia… Se pararon frente al ventanal de la presidencia. Pero llegó la policía blandiendo sus bastones y el Estado de sitio. Decidieron caminar, iban y venían alrededor de la Pirámide. Dos viernes después se sumó Hebe de Bonafini. Luego fueron los jueves. Todos los jueves. Llegaron los pañuelos blancos. En dictadura y en democracia. Con frío, lluvia o sol. Ellas solas o con multitudes. Ellas bailaron solas, luego pontificaría Sting.

Se puede entender que ese 30 de abril, ellas empezaron a recuperar la democracia. Y desde entonces, todas las luchas están teñidas por la lucha de las Madres. Sin ellas, sin sus rondas, no hubiera habido memoria.

Fueron cerca de 2200. Hasta que la pandemia pudo lo que no pudieron los fusiles ni las represiones. En este 2020, la Plaza de las Madres estuvo vacía por primera vez en 43 años. El 24 de marzo y este 30 de abril. La Marcha 2193 se programó este jueves 30 de manera virtual, modo acorde con estos tiempos.

Aquella imagen que ilustra estas reflexiones no se pudo reiterar, aunque el eco de Hebe repita en cada rincón: “Nos dura la alegría en el cuerpo, la cabeza y el alma”. Los diarios no reflejaron esa ronda que no fue sino la triste reacción de caceroleros que no se solidarizaron con los médicos o enfermeras, ni con los pobres de la villa 31 que no tienen agua, ni sonaron por el hambre, la pobreza. No caceroleaban cuando se rifaba el país, se dudaba de la cantidad de desaparecidos, se destruía el sistema de salud y el Estado todo. Los medios hegemónicos, las redes, las fake news lo lograron otra vez. La imagen de esos diarios, la que queda, esta vez, es la de esa gente haciendo ruido como zombie.

La Madres representan justamente lo contrario. Ellas aplauden a la vida, como todos aplaudimos a las 21 horas. Con indignación, dolor, furia y amor para pelearla. De esas “viejas locas” aprendimos multitudes. Tanto se escribió de ellas, pero esta crónica resultaba imprescindible. Es desordenada porque se trata de impulsos del alma. Tal vez sea la abstinencia, la imposibilidad de ir y abrazarla a Taty, a Hebe, a cada una de ellas. La imposibilidad de llorar, mientras ellas sonríen. La plaza hoy está vacía. Ese abrazo aguarda en cada pañuelo blanco.