Entre los múltiples libros sobre feminismo que se han publicado en los últimos tiempos desde el avance irrefrenable de las mujeres, sin duda Historia del Feminismo de Séverine Auffret (Editorial El Ateneo) está llamado a ocupar un lugar destacado. ¿Por qué? Las razones son varias.

En primer lugar su autora, nacida en Francia en 1942, se unió a la Universidad Popular de Caen que fue fundada por Michel Onfray en 2002. Es el propio Onfray, un filósofo polémico y de una escritura fascinante, quien escribe el prólogo. En esa universidad popular, que tiene, como su propio fundador, el impulso esencial de cuestionarlo todo, incluso aquello que parece incuestionable, Auffret dictó el seminario Ideas feministas durante cinco años. La historia del feminismo de que es autora se traduce por primera vez al castellano y con ella ganó el premio Simone Veil Coup de cour du Jury 2018.

Por su parte, Onfray es un interesante francotirador, un anarquista esencial, que con mayor o menor acierto ha disparado contra las ideas más arraigadas. El psicoanálisis como institución figura entre sus blancos y aunque no siempre se coincida con él, no puede dejar de apreciarse la vitalidad de sus ideas en las palpita su historia personal. Hijo de un trabajador de la tierra humillado siempre por el dueño de las vastas extensiones en las que su padre trabajaba, internado en un asilo de niños por razones familiares en las que la carencia tuvo un lugar decisivo, Onfray escribe siempre desde las tripas y su saber libresco, que es mucho, es procesado siempre desde esa experiencia de la pobreza y la carencia. 

En segundo lugar es un libro que remonta el feminismo o más precisamente las ideas feministas, a la Antigüedad y llega hasta hoy. Se trata de una obra de largo aliento de más de 600 páginas.

La diferenciación entre ideas feministas y feminismo es esencial en la concepción de Auffret. “Las ideas feministas –dice- no son el feminismo, un movimiento político que apareció en la escena social en una época concreta: el siglo XIX europeo, luego occidental y finalmente mundial. El concepto y la palabra se inventaron al mismo tiempo que el hecho, sin embargo, desde la más alta Antigüedad que podemos estudiar, un discurso acompañado por actos se opuso al discurso misógino y a sus prácticas para impugnarlas. Ese discurso poco frecuente que sufrió una mala conservación o agresiones intencionales, reducido a menudo al estado de fragmentos, impone un método arqueológico: exhumar, descifrar, interpretar.”

En tercer término, proponerse el rastreo de las ideas feministas a través de la historia es una empresa difícil que Auffret aborda con solvencia. Respecto de ellas aclara que no siempre fueron “un aporte exclusivo de sujetos-mujeres”. Según señala, por lo menos hasta el siglo XV, estas ideas y problemáticas fueron fruto de plumas masculinas debido al modo de instrucción antiguo. Durante el Renacimiento europeo, con la invención de la imprenta, las cosas cambiaron de manera radical. Muchas mujeres comenzaron a escribir y publicar.

Con las transformaciones sociales que produjeron las revoluciones industriales y/o políticas las ideas feministas dieron otro giro fundamental. Quienes las sostenían, ya sea hombres o mujeres, se reunieron alrededor de determinadas publicaciones: diarios, revistas, manifiestos y afiches. De esta forma, según Auffret, las ideas pasaron al acto, se pusieron en evidencia a través de manifestaciones y fueron resistidas y reprimidas. A partir de ese momento, estas ideas comienzan a extenderse más allá de Occidente para llegar a regiones de Medio Oriente, África y Asia.

Sobre este esquema histórico general, la autora emprende su labor “arqueológica” que comienza con Eurípides. “Los textos de Eurípides –dice- no solamente revelan estas primeras ideas feministas, sino que contienen también el germen de todos mis interrogantes: ¿esas ideas hicieron historia? ¿Es una génesis que sigue una línea, un hilo?”

Si bien en la Grecia antigua los varones eran quienes decidían todo, hubo dos ámbitos en que las mujeres pudieron expresarse: el mito y el teatro, sobre todo en el teatro trágico, ya en Esquilo y luego en Eurípides, “el más trágico de los trágicos”, de acuerdo con Aristóteles.

Aufrett se detiene en uno de los fragmentos de Eurípides que han llegado hasta nosotros, la pieza Melanipe, la filósofa. Su nombre significa “caballo negro” o “yegua negra”. “Eurípides –sostiene la autora- rompe el arquetipo que incluso llevó al excelente Demócrito, filósofo hedonista, a escribir ´Que la mujer no se ejercite en discurrir (o en razonar, porque eso es detestable.´ Pero Melanipe “no solamente discurre y razona, sino que es filósofa. Y precisamente en esa filosofía de una mujer se basa toda la tragedia.”

Aufrett señala también que Eurípides excusa de algún modo los crímenes de otra mujer, Medea, quien presa de la pasión amorosa mata a su rival, juntos con sus padres y sus propios hijos. Eurípides intenta que el público comprenda la naturaleza de sus crímenes. Dice Medea a través de la pluma de Eurípides: “De todas las especies que tienen vida y pensamiento, somos nosotras, las mujeres, las criaturas más miserables. En primer lugar, tenemos que comprar, a un precio mayor del que merece, un marido, para que se convierta en amo de nuestro cuerpo, siendo este último mal aún peor que el otro. Luego se plantea la gran pregunta: ¿La elección fue buena o mala? Porque siempre es un escándalo para las mujeres divorciarse y ellas no pueden repudiar a su marido (…) Cuando la vida doméstica le pesa a un marido, él sale a curar su corazón de su disgusto y recurre a un amigo o un camarada de su edad. Pero nosotras solo debemos tener ojos para un único ser. Y dicen de nosotras que corremos menos riesgos por vivir en casa, mientras que ellos combaten con la lanza. ¡Pésimo razonamiento! Yo querría ir tres veces a la batalla con un escudo que atravesar un solo parto.”

Resulta imposible consignar todos los personajes históricos que desfilan por Historia del feminismo en la primera parte del libro en la que se concentra una información que no es frecuente encontrar en otros libros. La segunda parte aborda el feminismo desde las revoluciones antimonárquicas hasta lo que la autora define como “feminismo histórico” cuyo punto de partida es el año 1968. Si bien sobre este período el material es más abundante, Auffret no se dedica a enumerar hechos históricos, sino que los analiza en profundidad bajo puntos de vista siempre originales.

En la conclusión la autora se manifiesta a favor de un “existencialismo culturalista de la diferencia sexuada: un feminismo afirmativo y hospitalario”. Describe, además, los dos polos entre los que se mueve el análisis de lo femenino para desechar cada uno de esos extremos y situarse en otra posición: “de un lado, el esencialismo, que genera la frase ´los hombres son de Marte, las mujeres de Venus´, que nos asestan los medios de comunicación dominantes y algunos libros modernos sobre la exquisita ´feminidad´; del otro, el culturalismo de ´género´, que pretende eliminar toda diferencia (´El uno es el otro´). La diferencia no sería otra cosa que desigualdad, violencia y brutalidad. No habría ni hombres ni mujeres, sino solamente individuos de diversos géneros, construidos por ellos mismos a voluntad. Eses flatus vocis niega la realidad más evidente: el hecho colosal de que la procreación humana pasa por el cuerpo, el sexo, el vientre, el útero de las mujeres. ¿Venimos de Marte o de Venus? Hay algo seguro: todos, hombres y mujeres, venimos de un útero.”

La autora propone un feminismo de la diferencia en la igualdad, un feminismo existencialista de la diferencia sexuada que lleve a una lucha contra toda dominación. “Para que surja por fin no ese fantoche fantasmático y fanfarrón que es ´el hombre´, sino el ´ser humano´ en su realidad múltiple y variada. “