Para la Organización de las Naciones Unidas, la libertad de información puede definirse como el derecho a la información pública que se encuentra en manos de organismos gubernamentales. Es una parte integrante del derecho a la libertad de expresión, establecido por el Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ese derecho conlleva la obligación que la información sea veraz, para que el ciudadano pueda formar sus opiniones de manera certera y sin distorsiones dentro de un sistema democrático.

Desde días previos al aislamiento social obligatorio establecido por el gobierno, una serie de noticias falsas o “fake news” se viralizaron por redes sociales, sistemas de mensajería instantánea y sitios web sobre supuestas comunicaciones oficiales relacionadas con el virus COVID-19. Las mismas referían a las personas “beneficiadas” para realizar cuarentena, otorgamiento de subsidios varios, excepciones impositivas para sectores productivos y un supuesto colapso de Internet a nivel nacional, entre otros.

Hasta mediados de la década de 1990 cuando Internet no era pública, los medios masivos de comunicación monopolizaban no solo la producción de noticias sino también las comunicaciones oficiales. A diferencia de lo que sucedía en la era analógica donde las personas ocupaban el rol de consumidores pasivos -el lector para los periódicos, la audiencia para la radio y el espectador para el cine y la televisión–, la red dio la posibilidad a los usuarios, no sólo de recibir contenidos, sino también de producirlos y difundirlos públicamente.

Los nativos analógicos presuponen veraces ciertas informaciones que se “masifican”, justamente en base a este viejo esquema de comunicación. Los nativos digitales -los millenials y los centenials- pueden tener mayores capacidades para usar las tecnologías de la información y la comunicación digitales, pero pueden no tener la sofisticación necesaria para entenderlas. En ambos casos, ambos grupos parten de un mismo supuesto falaz: lo masivo como sinónimo de verdadero.

Un estudio realizado por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) en marzo de 2018 arrojó como resultado que las noticias falsas se distribuyen más rápidamente y tienen un mayor alcance que las verdaderas. Según la investigación, las fake news –término popularizado por Donald Trump para criticar a los medios de comunicación opositores estadounidenses- tienen un 70% más de probabilidades de ser reenviadas que las veraces.

Para los especialistas, el contenido falso apela a las emociones más inmediatas de las personas, confirmando una convicción ya existente en la persona. Sus objetivos son las de manipular a la opinión pública o perjudicar a una persona con intereses políticos y/o económicos. Básicamente las noticias falsas causan sorpresa y rechazo, mientras que las verídicas causan ansiedad y tristeza.

La seguridad informática no brinda herramientas eficaces en términos de contenidos. Las noticias falsas no se generan ni reproducen automáticamente, ya que se encuentran dentro de lo que se denomina en informática como “ingeniería social”. A diferencia de una ingeniería técnica que se nutre de todo tipo de programas informáticos, las fake news parten del proceso de la comunicación humana. La única solución parte de una cultura ciudadana responsable mediante el chequeo de las fuentes de información por las vías tradicionales. Los usuarios, además de consumidores, somos ciudadanos productores de información en la era digital.

* El autor es director del Programa de Actualización en Ciberseguridad y delitos informáticos de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.