En un año que seguramente será recordado por su ensañamiento con ídolos populares de distinto tipo y envergadura, se conoció hoy la noticia de la muerte de la actriz norteamericana Carrie Fisher, la princesa Leia de Star Wars. A los los 60 años y después de sufrir un infarto el viernes en un avión en el que viajaba desde Londres, Fisher murió en el centro médico de UCLA, Los Ángeles. El pesar de los fans no se hizo esperar: llenaron las redes sociales de recuerdos personales, citas, “secretos” que sólo ellos sabían sobre la Princesa Leia, todo vale para despedir a un personaje  fundamental en la liberación de la galaxia del dominio del Imperio.

Carrie Fisher nació el 21 de octubre en Beverly Hills, Estados Unidos, como hija del cantante Eddie Fisher y la actriz Debbie Reynolds. Como buena heredera de una familia del espectáculo, a los 15 años debutó en el cine y también ya había padecido los sinsabores de la farándula: apenas tenía dos años cuando su padre abandonó el hogar y se fue a vivir un romance con Elizabeth Taylor, por entonces una de las mejores amigas de su mamá.

Luego de ese debut a los 15 en Shampoo (1975), de inmediato vino Star Wars: Una nueva esperanza (1977), primera entrega de la saga en la George Lucas anunciaba un mundo nuevo. A los 17, Fisher conocía la gloria. Sin la gracia de las grandes bellezas de Hollywood, su cara no parecía que fuera a tener continuidad. Pero precisamente esa falta de atractivo, casi de carisma -que contrastaba con el de Harrison Ford, por ejemplo-, la convirtió en una heroína invencible. Con ese grupo de seres poco adaptados socialmente a bordo de una nave que a duras penas llegaba a destino, el film originario de la saga que cambió para siempre la historia del cine se convirtió en la razón de vivir de millones alrededor del mundo. Y Leia fue parte fundamental de ese triunfo. Su triangular historia de amor con el hermano que no sabía que era tal y Han Solo (Ford), hicieron a los sueños de millones de chicas y muchachos que veían con tristeza y poco optimismo su futuro como adultos en la sociedad que los había criado; para ellas, sobre todo, la belleza de Leia, de la que la valentía y la rebeldía eran parte constitutivas, abrían un mundo de esperanzas desconocido hasta el momento.

Ser centro de tamaña esperanza trae consecuencias inmanejables. La historia de la humanidad acredita infinidad de casos testigos. Fisher no fue la excepción. Y luego de los éxitos de El imperio contraataca (1980) y El regreso del jedi (1983), el vacío fue insoportable. La comodidad médica la diagnosticó maníaco depresiva, y los descreídos del sueño de Star Wars (un mundo en el que los distintos, uniéndose, podían tener lugar) hicieron el resto: pese a ser una actriz popular, sólo la convocaron para papeles menores.

En 1987 dio cuenta de su situación en el libro Postcards From the Edge, donde novelaba su historia de actriz y adicta a distintas sustancias. La novela fue llevada al cine por Mike Nichols en 1990 (Recuerdos de Hollywood), protagonizada por Meryl Streep y Shirley MacLaine.

Escribir también fue la posibilidad de encauzar su vida por otro camino. Le siguieron siete libros, la mayoría de ellos exitosos, en especial The Princess Diarist, en el que contaba, en perspectiva y con las licencias que ofrece la ficcón, sus años como estrella de Star Wars .

La escena final de Rogue One quedará en la memoria de millones de fans como la última en la que pudimos ver a Leia aún viva. La que veremos Star Wars: Episode VIII en el 2017 será parte de otra historia. Acaso otra nueva esperanza.