«La actual reacción ante los casos de acoso supone un desafío para la cultura imperante: la construcción de un nuevo paradigma que defina lo que en lo cotidiano se entiende como aceptable o inaceptable para los estándares de una sociedad. Eso es lo que está en cuestión y está cambiando», dice Natalia Gherardi, abogada, directora ejecutiva del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA). Si el hashtag #NiUnaMenos –y con él las miles de mujeres que enarbolaron el reclamo contra la violencia machista– instaló en la agenda política la tragedia colectiva de los femicidios, el #YoTambién disparó una ola de concientización global sobre el flagelo cotidiano del acoso.

Las víctimas de un célebre productor de Hollywood, famosas actrices que se animaron a romper el silencio, desataron un torrente de denuncias que pronto hallaron su capítulo local, en la figura del conductor radial Ari Paluch. El año pasado, Amnistía Internacional divulgó un «iceberg de la violencia de género», en cuya punta está el asesinato de mujeres. En la base, oculto, invisible, está el llamado «micromachismo», la trama cotidiana de actitudes y discursos sexistas, que dan paso a los chistes subidos de tono y a las manos largas y construyen, por fin, la realidad del acoso. Esa última frontera cultural de la violencia machista es la que se está resquebrajando.

«Creo que está empezando a gestarse un nuevo consenso social acerca de lo inaceptable de ciertas conductas en ámbitos públicos, que siempre habían sido absolutamente naturalizadas –continúa Gherardi–. Entonces, ante la pregunta de «por qué salen todas ahora», ¿es porque hay más acoso laboral que antes? No, sino que ahora empieza a manifestarse el malestar que las mujeres siempre sintieron respecto de esas formas inapropiadas, indeseadas, no solicitadas de interacción en el ámbito del empleo. Para muchos hombres y también para muchas mujeres, era parte de la vida cotidiana. Este cambio que transitamos ahora nos obliga a generar nuevas regulaciones que nos permitan de algún modo encauzar todas estas situaciones».

–El acoso no está tipificado como delito.

–No. Y este es un punto importante. Se puede regular jurídicamente desde muchas perspectivas, y el derecho penal es sólo una de ellas. La sociedad tiende a demandarle al Estado, como demostración de que se toma tal o cual problemática en serio, que la tipifique como delito. Creo que eso es incorrecto. Hay formas de agresión que no necesariamente deben ser abordadas desde el derecho penal, y creo que el acoso sexual en el ámbito del empleo es un buen ejemplo de esto. ¿Por qué? Porque supone traer a esta problemática los estándares de pruebas del Derecho Penal, que pueden ser muy difíciles de satisfacer en algunos tipos de conductas, y sobre todo porque esa tipificación no lograría capturar situaciones que son desagradables, inaceptables, pero que no son delitos: los comentarios inapropiados, las bromas sexistas, el acoso verbal, que pueden generar daño psicológico y afectar el bienestar de la persona. Desde luego, el andamiaje jurídico existente es bastante deficiente para la contención de estos casos.

–¿Suele resolverse en demandas civiles, por daños y perjuicios?

–Sí, pero esto hay que pensarlo en términos de reparación. ¿Qué quiere una mujer que sufre acoso en el trabajo? Antes que una indemnización por daño moral, lo que quiere es mantener su empleo, pero mantenerlo libre de violencia. La mejor reparación es generar los cambios en ese ámbito laboral para que la situación de acoso no vuelva a suceder.

–¿Se percibe, a partir de la difusión del caso Paluch en los medios, un clima social de tolerancia cero hacia los acosadores?

–Paluch no debe haber hecho cosas muy distintas de las que hacen miles de hombres en situación de poder en el ámbito laboral. ¿Qué pasó? Siempre había podido hacerlo sin problemas. Yo he escuchado en estos días a muchos comunicadores varones que reflexionan al aire y dicen: «Es cierto, hace 20 años esto seguramente yo también lo hacía, comentarios inapropiados sin comprender que lo eran, hoy no tengo dudas de que está mal, aprendí que esto no se hace, hoy no se me ocurriría». ¿Cuál es el paso que nos falta? El control social, preventivo, de compañeros y compañeras de trabajo, de no autorizar, no dejar pasar esas cosas.

–¿Y a nivel institucional?

–Hay diferentes niveles de responsabilidad. Hay una etapa de aprendizaje que es el control social entre pares. Después están las instituciones, los empleadores. Hay protocolos sobre acoso en ámbitos educativos y también existen en algunas empresas. Lo que las empresas ya no pueden decir es: «No sé qué hacer con esto, que actúe la justicia y después vemos». Eso es ignorar su responsabilidad en términos de garantizar un ambiente laboral seguro y libre de violencia, en particular para las mujeres, que tienen el derecho a denunciar estos hechos a la justicia pero no la obligación de hacerlo. Y las empresas sí tienen la obligación de actuar aunque no haya denuncia penal, civil o laboral: pueden aplicar sanciones, desde las más leves, como un apercibimiento, hasta la suspensión y eventualmente el despido del  acosador. Para acompañar este cambio cultural, las instituciones deben dar mensajes claros de qué conductas no pueden ser toleradas. Y en simultáneo, tenemos que educarnos para este nuevo clima social respecto de estas conductas «normalizadas» por hombres y también por mujeres durante tanto tiempo. Venir vestida así y bancarte los chistes sexistas, era parte de tu laburo. Lo mismo para el hombre: su comportamiento socialmente aceptado era mostrarse como el macho alfa que hace comentarios inapropiados. Para muchas personas este cambio de humor social es obvio, evidente, y a muchas otras hay que educarlas para vivir en una sociedad más igualitaria.

–Los apuntados por acosadores, básicamente los famosos, repiten que estas mujeres «hablan ahora» porque quieren «colgarse de su fama».

–Está claro que la suma de testimonios anima a otras mujeres a denunciar. Sí, hablan ahora, pero siempre estuvo mal. En todo caso, esa no valoración de la palabra de las mujeres es un problema más allá de esta problemática, responde a un estereotipo discriminatorio de género que aplica para todos los casos de violencia, montado en la concepción de que las mujeres son mendaces, fabuladoras, capaces de montar una historia para obtener un beneficio. Y esta concepción discriminatoria es un problema central en términos de acceso a la justicia, en una estructura como la del Poder Judicial que muchas veces –y cambiar esto este es el gran desafío– parte de la presunción de que la mujer miente. Y la verdad es que a las mujeres que se exponen no les va tan bien, no es gratuito emocionalmente.

–¿Qué se le dice al hombre que exclama: «Eh, ¿resulta que no se puede hacer nada»?

–Y… que aprenda que no. Es verdad, en el acoso hay matices, y es absolutamente subjetiva la percepción de cada mujer acerca de lo que es inaceptable. ¿No se puede hacer nada? Bueno, si es percibido como algo incómodo, como algo inapropiado, no se puede. Bancatelá. «

  • 6377 denuncias

La Oficina de Asesoramiento sobre Violencia Laboral (OAVL) recibe consultas y denuncias por casos de acosos y abusos en el ámbito del trabajo.

Entre enero y septiembre de 2017, esta dependencia del Ministerio de Trabajo de la Nación recibió 6377 denuncias de acoso laboral, de las cuales el 70% fueron hechas por mujeres. Unos 450 casos fueron por situaciones de acoso sexual.

Para denuncias, el 0800-666-4100 (opción 2) o por  email a [email protected]