Recientemente la emisión de la segunda temporada de American Crime Story: El asesinato de Gianni Versace (jueves a las 22 por la señal FX) generó en el mundo de las series la controversia que suele desatar la reconstrucción de la vida de los famosos.

Como su título lo indica, en nueve episodios la serie creada por Scott Alexander y Larry Karaszewski intentará dar cuenta de los motivos que hicieron del diseñador una figura de renombre mundial, y los que llevaron a que un sociópata lo matara la mañana del 15 de julio de 1997 en pleno Miami Beach. Como el público de la serie se acostumbró con la primera temporada con The People v. O. J. Simpson, es de esperar que, al finalizar, la serie permita entender mejor por qué el asesinato de Versace resultó tan importante para el mundo como lo fue el caso Simpson (pese a las numerosas y sustanciosas pruebas en su contra, fue declarado no culpable de haber matado a su mujer).

No es posible sostener eso luego del primer episodio. No porque resulte insuficiente, sino porque hay poco de aquella primera gran y espectacular temporada en esta primera entrega de la segunda. Lo que allí desde el arranque se entendía como un fenómeno social, dando a comprender desde el inicio que toda celebridad lo es precisamente por la representación que encarna de aspiraciones y sueños de una comunidad (y también de rencores y odios), aquí aparece circunscripto a individualidades desprovistas de los momentos históricos que las hicieron posibles, de las regiones y los climas que edificaron sus cualidades, de las circunstancias sociales que alimentaron sus sueños y talentos. Nada en este primer capítulo hace sospechar que Versace (protagonizado por Edgar Ramírez) nació en Reggio, Sicilia, Italia; que fue Milán la primera ciudad que conquistó con su moda; que apenas tenía 33 años cuando el mundo parecía rendirse a sus pies y más tarde fue asesinado. Mucho menos de cómo llevando el gusto popular de colores fuertes, combinados con cierta extravagancia y estridencia a confecciones de alta costura que realzaban las personalidades de famosos de su tiempo, sus diseños revolucionaron la moda. De cómo, en definitiva, materializó su máxima: «No tengo tiempo para la aburrida monotonía del buen gusto». 

Eso explica en buena parte por qué la crítica no resultó unánime como en la primera temporada. Y también que se haya manifestado negativamente el mundo de la moda.

De todas maneras hay que confiar en los antecedentes de los realizadores, y en especial que aún quedan ocho capítulos para revertir esta primera impresión. «