Adoctrinados sin doctrina, periodistas, políticos, señoras y señorones, buenas vecinas y honrados trabajadores, repiten la indignación de la hora por un video, uno más, lanzado a los chanchos por las redes y rebotados en medios de comunicación que no le hacen, como los chanchos, asco al lodo viscoso.

El video que muestra a una docente discutiendo acaloradamente con un estudiante atravesó un umbral que, tal vez, es el punto más importante de la discusión omitida por el enfado: cada vez más, una clase puede ser convertida en el escenario de una cámara oculta, desde el momento en que ese espacio en el que rigen contrato, confianza, atmósferas, códigos, ingresa como fetiche morboso por una de las terminales de la red de dispositivos virtuales y mediáticos. Es decir, no había nada oculto que debiera ser revelado, salvo la cámara –que, a estas alturas podemos suponer siempre encendida. ¡Miren cómo se ofusca! ¡Miren cómo grita desencajada la maestra! ¡Miren como le baja línea a la inocente palomita! Pero cuando se trata de operaciones como ésta, cada vez más habituales, no hay palomas y halcones, sólo chanchos, animales de una granja que alberga quejas y crispación, pero ninguna rebelión.

Es decir, primero lo primero: el video, no ha lugar. Y la reproducción editorializada reviste capas cuyas lógicas exceden el comentario de ocasión o incluso cualquier análisis del contenido concreto del video en cuestión. Luego, entre la torpeza oficialista y la carroña opositora completan un cuadro mucho más triste que la escena virtualizada y fetichizada.

 Los discursos indignados de periodistas y audiencias, de funcionarios y candidatos en pose de campaña condenaron a una docente por una escena en la que se reproduce algo muy similar a un panel televisivo. Una forma de discutir donde las cartas ya fueron echadas y nada va modificar las posturas de quienes discuten. La lógica de bandos cuyas frases de trinchera incluyen elementos certeros que dan fuerza a zonas más endebles constituye una forma de discutir, un reparto teatral predecible y un debate inmóvil. No hay doctrina, sino una matriz gastada de un gran género lingüístico y político como la polémica.

El formato está atravesado por condiciones históricas como las actuales, que van de la saturación de información a su distribución en burbujas no tan distintas de lo que se conoce como segmentos de mercado. Pero la política aporta lo que fue siempre obsesión de los demiurgos del marketing, la fidelidad. Segmentos fidelizados. Por supuesto, que esta caracterización define un nivel de la actuación y la experiencia, siempre conectada con vivencias históricas, reflexiones, humores, etc. Pero no se llama la atención sobre eso, sino sobre la vehemente toma de partido de la docente, que habría aprovechado su lugar para “adoctrinar” a un estudiante que “pensaba distinto”. En realidad, nadie estaba pensando demasiado…

 Es cierto que el lugar de la docencia supone, aun en el apasionamiento, la vocación por resguardar en los otros una zona de duda sobre lo que se enseña. Tal vez, la mayor pasión docente consista, no tanto en convencer –mucho menos imponer–, sino en ofrecer la virtud de una idea, un argumento, un problema, tanto como la posibilidad de su refutación, desviación o ampliación. En ese sentido, el momento que la docente dedicó a contestar al estudiante, mordiendo el anzuelo de la cámara oculta –que esos estudiantes no aprendieron, seguramente, en la escuela–, estuvo dominado por una pasión distinta a la de la docencia. Entonces, ¿el problema consistió en la contaminación del impoluto espacio del aula por una pasión más cercana a la discusión de café o, más cercana aun a los paneles televisivos, esos mismos que después se encargaron de pasar a degüello a la docente? ¿Se trató, en cambio, de abuso de poder? La forma en que las autoridades trataron a la docente muestra por sí misma cuán poca espalda tiene quien enseña. La asimetría entre docente y estudiante en un aula requiere un cuidado que forma parte de una tarea artesanal. Tal vez lo máximo que se podría decir de la docente, es que no fue la mejor artesana –con consciencia de la obscenidad de este comentario al aceptar referirse al contenido de un video que no debió circular. Pero si hablamos de asimetrías, ¿no fue el ministro Nicolás Trotta quien abusó de su poder al declarar que pediría la sanción de la docente?

La risa de algunos de los estudiantes, el desliz irónico de la docente en medio de la solemnidad de su propio discurso, el tono del estudiante interpelado, dejan percibir una atmósfera posible, tolerable, que puede despertar distintos pareceres, pero nunca una condena despiadada. En el terreno jurídico hay pruebas que a veces los jueces no toman en cuenta por haber sido obtenidas de manera ilícita. En este caso, no se trata de derecho, sino de ética, y es desde un punto de vista ético, es decir, interior a la situación que tuvo lugar (situación que incluye la circulación del video), que se percibe la asimetría que provocó la exposición del video a través de dispositivos de la opinión y el juicio ad hoc cuyos efectos son inmediatos. No se trata del debido proceso que tiene lugar cuando media el poder judicial, sino del procesamiento necesario a través del debate público y la reflexión situada para restituir, al menos, la escala de un hecho que podemos presumir cotidiano y que, en lugar de movilizar la doble moral que gobierna nuestros discursos y nuestro ánimo, podría sugerirnos un abordaje diferente, si encontráramos las mediaciones adecuadas.

Hubo quienes recordaron aquellos manuales escolares del último tramo del gobierno de Perón –por cierto, de relación ambigua con la Iglesia y la enseñanza religiosa (esa sí, una enseñanza doctrinaria). Tiempos en que la escuela tenía mayor incidencia en la formación subjetiva de prometedores ciudadanos, que encontrarías trabajo rápidamente o se desempeñarían en cargos institucionales sin importar su clase social de proveniencia. Pero no es lo que ocurre hoy, más bien, las escuelas, los colegios y hasta las universidades se esfuerzan en encontrar las estrategias para retener algo de la atención de estudiantados cada vez más dispersos y cuyas subjetividades se forman en otra parte.

Como respuesta a las acusaciones de adoctrinamiento, se sacó a relucir un video ya conocido –esta vez, no una cámara oculta– en el que Macri, siendo presidente (con un poco más de poder que una docente de secundario) arengaba en el Monumento a la Bandera en Rosario a estudiantes de 9 y 10 años con el eslogan de su campaña, “Sí se puede”. Pero tampoco se puede llamar adoctrinamiento al grotesco. O qué decir de una ministra de educación de la ciudad que se dedica a insultar públicamente la tarea docente, mientras no se sonrojó transitando su formación secundaria en el Instituto Primo Capraro, dependiente de la Asociación Cultural Germano Argentina de Bariloche, cuyo referente alemán en la comisión directiva fue el ex oficial nazi (de la Gestapo) Erich Priebke. Es bien interesante al respecto el documental “Pacto de silencio” de Carlos Echeverría, donde deja ver hasta qué punto Priebke fue una figura central de la institución y el negacionismo la materia prima de su naturalización.

 En todo caso, lo que merece un debate público a la altura de la complejidad de nuestra época es el modo en que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a partir de la gestión de Macri y luego con su ex jefe de gabinete Larreta como Jefe de Gobierno, implementó la reforma educativa iniciada en 2006. La Nueva Escuela Secundaria (NES) atravesada en todos sus niveles por una gramática empresarial. El emprendedurismo, según indica la propuesta curricular, propuesto como eje transversal y el reemplazo de un andamiaje terminológico que se refiere a derechos, a la comunidad o a lo social como estructurante de los vínculos y las acciones individuales, por neologismos no muy avezados, como “emprendizaje”, o llamamientos como “Aprender a emprender”. De ese modo, las necesarias incorporaciones de tecnología o renovaciones pedagógicas y edilicias son inmediatamente asociadas, tanto en el plano de la formación docente como en el de la enseñanza primaria y secundaria, a la adquisición de competencias, habilidades y, en el fondo, una actitud flexible y adaptativa para los negocios.

El problema no está, claro, en la oferta específica para quien quisiera dedicarse al universo del emprendedurismo y a la competencia como modo de vita (curiosamente fomentado por dueños de monopolios o viejos zorros de la patria contratista), sino en sustituir en el corazón del sistema educativo la matriz eminentemente política que lo coloca como herramienta de problematización de los asuntos comunes –o, al menos, como la posibilidad de una disputa y polémicas varias en su interior– por una orientación entre tecnocrática y mercadotécnica que no reconoce otro ámbito público que el mercado. Un mundo en que las doctrinas perecieron y, en ese sentido, es más probable el ridículo que el adoctrinamiento, nos encuentra ante un problema de comprensión o de lectura de la complejidad radical en la que nos toca vivir. La atrofia por delegación de funciones (como alerta Miguel Benasayag), la confusión por saturación, el vaciamiento por desinterés, la simplificación por conveniencia, son algunos de los síntomas que encubrimos cuando la polémica tiene la forma de un panel televisivo y la astucia o la rebeldía estudiantil solo juega el juego pernicioso de las redes a través de una cámara oculta.