Ahora llegará el tiempo de las acusaciones cruzadas, de la caza de brujas y de la búsqueda de los responsables. Nada de eso matizará la realidad ni calmará la interna que se vive dentro de la CGT que luego del acto de ayer quedó al borde de una nueva fractura.

Enamorados de su propia jugada, casi como principiantes políticos, y con una miopía preocupante si se trata de disputar poder, los miembros del Triunvirato salieron responsabilizar al kirchnerismo por los incidentes. El ensordecedor reclamo por la fijación de una fecha para la el paro general y la silbatina ante las dilaciones discursivas exponen la debilidad del argumento.

En ese marco, ayer por la noche, los dirigentes de la CGT cruzaban llamados en los que tan sólo se barajaban dos opciones: apurar el paro o la inminente fractura.

Uno de los pilares sobre los que Sergio Massa construía su “ancha avenida del medio” se desplomó ayer también junto con los triunviros. La conjunción entre la tibieza propia del Massismo – representados por Héctor Daer y Carlos Acuña- y el actuar solo en defensa de los propios intereses del moyanismo hicieron detonar una bomba.

Las esquirlas hirieron al triunvirato que dejó escapar la oportunidad histórica que le otorgó el acto multitudinario para ser el espacio que agrupe a un gran sector de la oposición detrás del peronismo.

Otra esquirla cayó sobre el Gobierno que a partir de lo sucedido se quedó sin interlocutor válido en tiempos de crisis económica, suspensiones y despidos.

Por su parte, los movimientos sociales cercanos al gobierno que son conducidos por el Movimiento Evita bajo la máscara de la CTEP se quedaron sin el paraguas sindical que en determinadas circunstancias utilizaban para erigirse como módicos opositores.

Barrios de Píe, CCC, y el Movimiento Evitase subieron al escenario, convalidaron la jugada del Triunvirato que no dista demasiado a la pasividad con la que ellos aguardan la reglamentación de la Emergencia Social sancionada a fin del año pasado. A estos movimientos sociales y a la actual conducción de la central obrera no lo une sólo su tolerancia a las políticas del Gobierno nacional sino también el profundo deseo de que Cristina Fernández de Kirchner no sea candidata en las próximas elecciones.

La conducción de la CGT sobrestimó su poder y subestimó a sus pares. Por tercera vez en dos años anunció un paro general sin fecha. Los negocios, las obras sociales y las ambiciones personales primaron más que la política.
En definitiva, un juego de suma cero donde todos los actores que estaban expuestos perdieron algo. Los que quedaron abajo del escenario y los que no son eje de este conflicto pueden capitalizar.

El triunvirato parece tener los minutos contados. Algunos dirigentes ya sueñan con un nuevo confederal que le dé una nueva conducción a la CGT. Pero por ahora, y hasta que pase el temblor, será tiempo de las dos CTA, de la Corriente Federal de los Trabajadores, y del PJ que desde abajo y entre la multitud vieron como se desplomaba la unidad ficticia de la CGT.