Daniel Feierstein es doctor en Ciencias Sociales, profesor en la UBA y en la Untref, y también investigador del Conicet especializado en temas de genocidio. Publicó Los dos demonios (recargados) (Marea, 2018), un libro que aborda el regreso de la teoría que igualaba a represores e insurgentes.

En diálogo con Tiempo analiza los motivos para el resurgimiento del negacionismo. Pide recuperar la “transversalidad” del proceso de lucha y la idea de que “las memorias se construyen de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo”.

-En el marco de los 40 años de democracia, la sociedad argentina construyó con avances y retrocesos políticas en torno a un consenso sobre lo que era necesario hacer con la dictadura. ¿Por qué ese consenso ahora está en tela de juicio?

-El 24 de marzo del ‘83 seguía habiendo desaparecidos todavía en campos de concentración y faltaban montones de cosas para el retorno del régimen institucional. Esta construcción de una narración colectiva sobre lo ocurrido durante el genocidio empieza directamente después del golpe. Esa lucha fue durante unos 30 años, siempre ascendente. Fue avanzando en la construcción de una memoria colectiva sobre lo ocurrido. En la propia dictadura lo primero que aparece es la denuncia de lo que se llamaban los excesos. De las acciones que se consideraban totalmente excesivas y exhibidas en relación a sus objetivos. Eso va a dar lugar hacia el final de la dictadura, y a partir de la lucha de la disputa por la memoria, a lo que se llamó la Teoría de los dos demonios, donde se plantea que no se trata solamente de excesos, sino esta idea de dos grupos que asumen la violencia y se enfrentan uno frente a otro o teniendo como víctima a la sociedad argentina. Hacia fines de los ‘80, comienzos de los ‘90, va a comenzar el cuestionamiento de esa igualación, la recuperación de la identidad de los desaparecidos y la recuperación de todo un proceso de lucha.

-¿Qué contenía esa relación ascendente de la que habla?

-Todo lo que va a ser ese proceso de los 20 años del golpe, en el ‘96, o de la recuperación de ciertas identidades políticas, el proceso de baldosas por la memoria, por ejemplo. Hay una construcción y una acumulación que tenía siempre una dirección ascendente. Los 30 años del golpe se cumplen en el 2006. Entre el 2006 y el 2012 aparece lo que llamo una versión recargada de los dos demonios, formas de legitimación del accionar represivo.

Daniel Feierstein
«Hay un objetivo de evangelización de las figuras vinculadas a la represión». Daniel Feierstein es autor de Los dos demonios (recargados) (Editorial Marea, 2018).
Foto: Mariano Espinosa

-¿Qué pasó para que surgieran estas cosas, la aparición de figuras como Cecilia Pando, por ejemplo?

-En 2007 las marchas en Plaza San Martín eran absolutamente marginales. Pero hacia 2013 cobran otro carácter. Con la asunción de Macri mucho más. Pasaron cosas en los dos campos. En 2006 y 2007 emerge un tipo de discurso, una construcción narrativa que es muy distinta a la que hacían los cómplices de los genocidas hasta ese momento. Antes había una estructura de legitimación directa, muy transparente de reivindicación de lo que ellos llamaban la lucha anti subversiva que nunca logró calar. Lo que ocurre con este discurso que emerge de la mano de Cecilia Pando, y poco después de Victoria Villarruel es una especie de construcción en espejo con lo que hizo el movimiento de DD HH. Hay una estructura de angelización de las figuras vinculadas a la represión en términos de construir una doble victimización.

-Una teoría de los dos demonios en clave victimizante.

-Esta idea de que las víctimas de la violencia represiva podían ser equiparadas con las víctimas de la violencia insurgente. En lugar de tomarse casos emblemáticos de responsabilidad en el accionar represivo, como podría ser el comisario Villar, se toman casos mucho más discutibles, con muy baja o nula inserción en la estructura represiva. Es un proceso parecido al que durante el fin de la dictadura llevan a cabo los organismos de DD HH. En el campo popular, lo que vamos a tener es el olvido o la negación de ese proceso de lucha a partir de su identificación con una fuerza política. Una característica de ese proceso de luchas es que había sido profundamente transversal, y había atravesado al conjunto de la estructura política argentina. A partir de determinado momento del kirchnerismo, sobre todo 2007, 2008 esa identificación va cobrando cada vez más fuerza. Esto le quita potencia porque parte de su fuerza tenía que ver con la transversalidad. Pero además, no solo fue identificado con una fuerza política, sino que, podríamos decir que niega o anula su propia historia. Debe reconocersele a Néstor Kirchner la capacidad de leer el nivel de producción y de consenso social de ese proceso de lucha y llevar a cabo algunas de sus reivindicaciones, lo cual es totalmente valorable. Pero se pudo llegar a ese momento gracias a un reclamo que atravesaba una parte muy significativa de la sociedad y se pudieron llevar adelante algunas de esas reivindicaciones -en particular el juicio a los responsables del genocidio-, y convertirse en acción estatal. Y el tercer elemento es que si había algo, además de la transversalidad, que le daba potencia a ese proceso de lucha de más de 30 años, tenía que ver con la comprensión de que las memorias colectivas se construyen de abajo hacia arriba. O sea, era un proceso muy de base que atravesaba infinidad de organizaciones barriales, vecinales, de desocupados, artísticas, de grupos de comedores populares, de sindicatos. Eso le daba una tremenda potencia. Cuando eso empieza a ser reemplazado por una especie de producción de memoria orgánica estatal que intenta ser transferida desde las instituciones estatales hacia la sociedad, pierde potencia.

-Qué pasa del otro lado del espejo?

-El otro campo logra comprender que la impunidad que se había intentado construir desde arriba, desde el aparato estatal, había fracasado. Entonces intenta construir esta versión recargada de los dos demonios y esta lógica negacionista más desde abajo hacia arriba. Interpela a sectores jóvenes, yendo a trabajar en escuelas, en asociaciones vecinales, en barrios. Esto es lo que había hecho el movimiento de DD HH a lo largo de toda su historia. Se invierten los roles y en esa inversión de roles se invierte la potencia. Empieza a ganar más consenso este cuestionamiento a estos acuerdos en la construcción de una representación colectiva del pasado genocida que se habían logrado en toda esa larguísima lucha.

-¿Qué otros factores contribuyen a ese debilitamiento?

-En esa lucha de tantos años de la que hablo, hubo problemas que se fueron acrecentando. Uno es que algunas cuestiones nunca fueron saldadas. Y muy en particular, la cuestión de la lucha armada. Quizá podríamos decir que era una especie de tabú donde la cuestión casi no aparecía. Y esto va a ser un problema que después se va a pagar caro, porque justamente uno de los bastiones que enarbola el discurso negacionista es “¿pero qué pasa con la militancia armada?”. Y el segundo es que se instalaron algunos términos y algunas visiones más a modo de consigna, sin poder explicar cómo fue el proceso por el que se llegó a ellas. Voy a dar ejemplos para que no quede tan abstracto: la cuestión de los 30 mil. Algo que fue una conquista histórica sumamente importante, es esta estimación de la cantidad de víctimas, pero que tenía una cantidad de elementos que se fueron perdiendo en ese quiebre de la propia historia de lucha. Primero que implica una estimación. Segundo, que siempre había incluido a los sobrevivientes del proceso genocida porque no había manera de saber a quién iban a matar y a quién no, entonces quedó la cifra de los 30.000, pero se fue perdiendo la historia de la construcción de esa estimación, que claro, es un problema cuando aparece el negacionismo y te plantea ese hashtag de «no fueron 30 mil». Y los otros dos me parecen más problemáticos porque fueron no solo consignas, sino errores conceptuales, creo yo, que dificultan mucho el debate por la memoria social. Uno es la utilización del concepto de terrorismo de Estado y el otro la utilización del concepto de dictadura cívico militar, dos de los más predominantes en el discurso de los últimos diez o 15 años.

-¿Puede explicarlo?

-Eduardo Luis Duhalde introdujo el concepto de Estado Terrorista. Se refería a un funcionamiento dual del Estado, tanto oficial como clandestino. Lo llama así para dar la disputa con la acusación de “terroristas” que hacía la dictadura contra los insurgentes. Es muy diferente a hablar de Terrorismo de Estado, sobre todo porque después de los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA y al 11 de septiembre, la palabra terrorismo asume otro carácter. Pero además utilizar Terrorismo de Estado lleva a pensar en que existió otro terrorismo. Si la insurgencia no fue terrorista porque utilizó una violencia discriminada, eso también aplica a la violencia estatal. Entonces, si ninguno fue terrorista, ¿para qué usamos terrorismo?

Daniel Feierstein
Daniel Feierstein: «Creo que las memorias se construyen de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo»
Foto: Mariano Espinoza

-También se refirió a la utilización del concepto de “dictadura cívico militar”.

-La intención detrás del concepto era muy loable, porque la idea era iluminar la responsabilidad de las grandes corporaciones en el diseño del proceso genocida. Pero al utilizarlo se perdió una conquista de todo ese proceso de lucha. Quienes estuvieron en los sótanos de los campos de concentración torturando, quienes diseñaron el proceso represivo, habían sido las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Seguridad. Por lo tanto, se trató indudablemente de una dictadura militar al servicio de ciertos intereses del poder corporativo. Hubo mucha gente con niveles de responsabilidad, pero todos esos niveles no son equivalentes. Es un concepto que utiliza mucho el negacionismo porque lo articula con la antipolítica.

-Hay un campo abierto en el mundo de los DD HH para dar esta discusión?

-Estas cosas no están teniendo discusión, siguen circulando como consignas, siguen planteándose en los sitios de memoria, siguen dándose en cada conmemoración del 24 de marzo y no dejan de abrir la puerta a sus propias contradicciones. Se creó un movimiento que a diferencia de lo que pasó en esos 30 años de lucha, se habla solamente a sí mismo, y se escucha a sí mismo y no se toma el trabajo de registrar el efecto de sus representaciones por fuera de su círculo más cercano. Y entonces abre la puerta a otro tipo de discursos.

-¿Y cuál sería la perspectiva futura?

-Hay que recuperar esa historia de lucha. Recuperar nuestra propia historia y las características de ese proceso de lucha, su transversalidad, su comprensión de que las memorias se construyen de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo. Y la recuperación de muchas de las conquistas de este proceso. Por ejemplo, la estimación de los 30 mil fue una estimación muy ajustada a la situación que vamos encontrando tantos años después. Pero porque estuvo muy bien hecha. Y por otro lado está la necesidad de revisar críticamente nuestros propios conceptos, porque hay otros conceptos producto de la lucha popular, como el de genocidio que fueron, que siguen resultando tremendamente potentes para enfrentar las ofensivas negacionistas. «