Cuando desaparecieron a Santiago Maldonado en 2017 la reacción social fue inmediata: el reclamo por su aparición con vida recorrió el país, porque somos un pueblo en lucha.

Los organismos de Derechos Humanos volvieron a gritar esa consigna, pero en democracia. La misma. Porque Maldonado había sido visto con vida por última vez en una protesta reprimida por Gendarmería, fuerza bajo las órdenes del Ministerio de Seguridad de la Nación de Patricia Bullrich. La misma frase que se hace bandera y recorre barrios de la Argentina cuando faltan Miguel Brú, Luciano Arruga, Facundo Rivera Alegre, una piba o un pibe. La misma que se escucha cuando una mujer o diversidades son buscadas, como Marita Verón o Tehuel de la Torre.

Tenemos una democracia que está por alcanzar los 40 años. Una en la que, a fuerza de luchas por Memoria, Verdad y Justicia y luego con su reconocimiento en políticas de Estado, tiene más de 1100 genocidas condenados, 132 verdades encontradas por las Abuelas de Plaza de Mayo y la puesta en funcionamiento de espacios de memoria en distintos lugares del país que antes fueron centros clandestinos de secuestro, tortura, exterminio y en algunos casos también de robo de bebés. Logros históricos para construir memoria y evitar la repetición de los crímenes del Terrorismo de Estado.

Pero también tenemos una democracia que sigue sin resolver algunas de sus mayores deudas: la garantía de derechos a la alimentación, vivienda, salud, educación y trabajo. Una democracia que todavía no erradicó prácticas de violencia institucional y en la que incluso, a 40 años de su recuperación, distintos gobiernos compran armas taser, que no son más que picanas portátiles. Un país que vuelve a tener parte de sus derechos administrados por el FMI ante el endeudamiento del gobierno de Mauricio Macri; que tiene presas políticas y presos políticos que encerró la corporación judicial macrista, pero que hoy siguen sin libertad; que convive con discursos y prácticas negacionistas y de odio que no paran de aumentar, llegando incluso al intento de magnicidio de Cristina Fernández de Kirchner.

¿Qué país tendríamos sin las luchas que se organizaron para recuperar la democracia y las que se organizan para defenderla?

Desde que miles de familiares presentaban habeas corpus rechazados por una corporación judicial que era parte de los delitos de lesa humanidad, desde que las Madres y Padres empezaban a caminar al revés de las agujas del reloj en Plaza de Mayo y se iban uniendo en otros lugares del país, desde que le pusieron la mayúscula a la maternidad que pasó a ser política, desde que los testimonios de sobrevivientes se convirtieron en denuncias internacionales, desde que la sangre de las abuelas se volvió innovación científica a nivel mundial para encontrar a quienes nacieron en cautiverio, desde que el río y el mar se volvieron cementerios sin tumbas y con cuerpos que todavía siguen desaparecidos, desde la carta abierta de Walsh contra la pobreza planificada, desde las resistencias en los centros clandestinos y las cárceles de la dictadura, desde todo ese tiempo de fábricas militarizadas, comisiones internas perseguidas, desde la organización de los organismos de Derechos Humanos para luchar por Verdad y Justicia en pleno Terrorismo de Estado, se puede tirar del hilo que conecta al pañuelo verde, a la Ley de Matrimonio Igualitario, a la Ley de Identidad de Género, a las resistencias, a la rebelión popular de 2001 que fue masacrada por el gobierno de De la Rúa, a las asambleas, a las ollas en los barrios, a los piquetes, a las agrupaciones de familiares de víctimas de la violencia policial, a las familias organizadas contra la trata de personas, y otras tantas luchas que siempre tienen un pañuelo blanco a su lado.

La matriz de lucha de los organismos de Derechos Humanos es ya casi el borde de las letras de la palabra democracia. Y si bien estos 40 años que alcanzaremos el próximo diciembre llegan con la embestida de discursos y prácticas negacionistas y de odio, también tienen en su identidad un pueblo garante de la Memoria, la Verdad y la Justicia, porque resistió a las leyes de impunidad del gobierno de Alfonsín y los indultos de Menem, y cuando se imponía lo imposible, los escraches impulsados por H.I.J.O.S. se multiplicaron para construir condena social, y cuando intentaron demoler la ESMA en los años ’90 y madres y familiares lo impidieron. El mismo pueblo que dio vuelta el fallo de la Corte a favor del 2×1 para genocidas con un pañuelazo nacional. Hasta sus familiares se opusieron, porque ya consolidamos una sociedad que no tolera genocidas en las calles ni en sus casas.

Todavía queda mucha Memoria por construir, Verdad por encontrar y Justicia por alcanzar. Y esas luchas son colectivas, como cuando Azucena Villaflor les dijo a sus compañeras que debían estar juntas para conseguir algo y las convocó a Plaza de Mayo. Como ellas, como siempre, este 24 también vamos a la Plaza. «