Diego Rubinzal cumplió un desafío difícil: contar de manera ágil, didáctica y comprensible los procesos políticos y económicos que forjaron esta Argentina trepidante y pendular.

Su versión de la Historia política y económica de la Argentina (Ed. Punto de Encuentro) se despliega en cuatro tomos, que abarcan desde el comienzo de la patria hasta la era K. Pero, economista al fin, en esta entrevista su mirada se posa también sobre el gobierno de Mauricio Macri y las «turbulencias» que hundieron la gestión de Cambiemos –y al país– en una nueva crisis. Para Rubinzal, es una consecuencia natural: «El plan económico de Macri retoma el legado de procesos que destruyeron el aparato productivo y, por lo tanto, provocaron un tendal social», resume el autor, santafecino, y docente de Economía Política en la Universidad del Litoral.

–El libro marca una fractura del proceso productivo en la dictadura, cuando se desmonta la industria nacional y se impone el modelo de valorización financiera. ¿Creés que el gobierno de Macri retomó ese legado?

–Macri plantea repetidamente que vivimos en crisis desde hace 70 años, que hace 70 años empezó la decadencia argentina. Creo que no es algo dicho al pasar, sino que realmente ellos plantean como el origen de la decadencia argentina el modelo industrial, con una idea mítica acerca de las ventajas de lo que fue el modelo agroexportador. Pero la verdad es que los datos duros no dicen eso, sino todo lo contrario. Si se toma el porcentaje de crecimiento del producto bruto durante todo el modelo industrial hasta la dictadura, con sus variaciones, si la Argentina hubiera seguido creciendo a ese mismo ritmo de incremento del producto bruto, hoy tendríamos un producto bruto interno per cápita similar al de España, por ejemplo. Si se miran los datos a largo plazo, se verifica que el verdadero quiebre económico y social se produce con la dictadura. El retroceso que se produce a partir del modelo de (José Alfredo) Martínez de Hoz generó algunos daños que nunca más se pudieron recuperar en el entramado industrial y social. Por ejemplo: el desarrollo de Argentina en electrónica era muy importante en la década de los ’70, y eso se perdió absolutamente, nunca se recuperó.

–¿El primer intento de imposición de ese modelo es en la dictadura de Juan Carlos Onganía?

–El modelo Krieger Vasena apuntaba a un proceso de industrialización liderado por el capital extranjero. Algunos autores dicen que fue el último intento de disciplinar a la burguesía agraria desde la élite. En ese sentido, el proyecto (Adalbert) Krieger Vasena realiza fuertes modificaciones a lo que era el modelo industrial del peronismo y el desarrollismo, pero no rompe con el esquema sustitutivo de importaciones industriales. Con el modelo de Martínez de Hoz, en cambio, el sector financiero pasa a tener preeminencia sobre otras facciones del capital.

–¿Por qué el gobierno fija el período de «decadencia» en «los últimos 70 años»?

–Me parece que eso tiene que ver con una mirada clasista, porque evidentemente, en el modelo agroexportador había una cúpula que vivía muy bien. O sea: cuando dicen que Argentina era la octava potencia del mundo en esa época es falso, porque en ese momento había muy pocos datos de los países. Más allá de que lo importante en economía no es solamente el producto bruto interno per cápita, sino también cómo está distribuido el fruto de ese crecimiento económico. Y la verdad es que el modelo agroexportador fue un modelo en el cual había una mayoría que quedaba afuera de los frutos del progreso. No hace falta ir a la prensa anarquista para verificarlo, basta ver un informe que nació de las mismas entrañas del régimen conservador dominante, como fue el informe de Bialet Massé, que retrata la situación miserable de la clase trabajadora argentina en todo el territorio nacional.

–La alusión a los 70 años permite inferir que Macri aspira a una restauración conservadora pre-peronista. ¿Su espejo deseado es la generación del ’80?

–Buscar parangones históricos es complejo, porque los contextos cambian. Creo que se pueden encontrar parangones con distintos momentos de la historia argentina. Se lo puede emparentar con cierto elitismo del régimen conservador del modelo agroexportador. Ese elitismo también está presente en el gobierno de Onganía, que busca imponer que los políticos no sirven para nada, que es necesaria una tecnocracia para hacer un «gobierno de los mejores». El gobierno de Onganía tiene muchos rasgos en común con la idea del gobierno de los CEO, porque ¿quiénes serían los mejores? Los que triunfaron en la vida, los que ganaron plata. Y si ganaron plata en su empresa puede hacer funcionar el país, sostienen, sin tomar en cuenta que la administración pública no tiene nada que ver con la administración privada. Obviamente también tiene nexos con la experiencia neoliberal de la dictadura y la década del ’90, en el sentido de que los mercados son los asignadores eficientes de los recursos económicos, la idea de que hay que liberalizar todo, que hay que rediseñar el rol estatal. En todos esos procesos hay un núcleo común, que es la pretensión de rediseñar la matriz distributiva. Y eso básicamente implica que los trabajadores deben ganar menos, que es necesario que en la distribución del ingreso los trabajadores tengan una posición subordinada en relación al capital. Si hacemos esa comparación a lo largo del tiempo, vamos a encontrar algunas continuidades.

–Después de la gran crisis de fin de siglo, Argentina y la región parecían haber enterrado el neoliberalismo y reiniciado el camino de la sustitución de importaciones. ¿Por qué volvimos a la senda neoliberal?

–Fundamentalmente porque hay un déficit en el armado de una coalición política y social que genere un apoyo a la industrialización, porque hay que tener en claro que a partir de la conformación del orden neoliberal a nivel global, eso de generar un proceso de reindustrialización desde la periferia requiere nadar contracorriente. El escritor coreano (Ha-Joon) Chan sostiene que los países desarrollados llegaron al techo usando la escalera, qué es el proteccionismo, las políticas estatales activas. Pero hoy la Organización Mundial de Comercio te impide hacer eso. O sea que los desarrollados te impiden usar la escalera para subir al desarrollo. No podés usar el mismo instrumento que usaron ellos en el pasado para poder pegar el salto. Por eso tenés que nadar contracorriente, constituir coaliciones políticas y sociales que sean lo suficientemente poderosos como para enfrentar a sectores que tienen mucho poder.

–Antes hacías referencia a la fractura que implicó la irrupción del modelo Martínez de Hoz. En el libro hacés referencia a otro episodio rupturista: la consolidación de los trabajadores como sujetos políticos. ¿Creés que la pelea de fondo del proceso macrista, como continuador de otros procesos conservadores, es reducir la gravitación de los trabajadores en la política nacional?

–Perón continuó muchas de las tendencias previas. El intervencionismo estatal y fomento industrialista venían de antes, aunque Perón le agrega un plus de planificación con el plan quinquenal, que potencia la decisión política de industrializar el país. Pero además les da un rol fundamental a los trabajadores, que en definitiva es la gran ruptura política del peronismo. En eso sí creo que la intención del macrismo es volver a un estado pre-peronista, un estado en donde los trabajadores se resignen a ganar «lo que cada uno merece», como dijo alguna vez Macri. Precisamente, Macri insiste mucho con eso de que «él no viene a liderar un cambio sino a liderar un cambio cultural». Evidentemente, la idea es doblegar los niveles de resistencia y que el sector obrero se acostumbre a ganar menos, a tener una menor participación en el ingreso. Creo que esa es una de las principales dificultades que tiene el modelo macrista, porque a diferencia de lo que ocurre en otros países, como Brasil o Chile, el nivel de sindicalización argentino es muy alto, y eso genera un freno a las posibilidades de avanzar sobre determinadas conquistas.

–Uno de los méritos del libro es el formato, donde se expresa de manera gráfica que lo procesos económicos y políticos son indivisibles. Sin embargo, los economistas del establishment se suelen exhibir como técnicos que «hacen lo que hay que hacer», como si no se tratara de decisiones políticas. ¿De dónde proviene ese equívoco?

–En la Argentina, cuando nació la carrera se llamaba «licenciatura de Economía Política», pero hoy se llama licenciatura en Economía. ¿Quién hizo el cambio? La dictadura militar. Amputarle la palabra «política» no fue un cambio semántico, fue un cambio central que se planificó como un modo de presentar a la economía como algo más cercano a una ciencia exacta, alejada de la política, para que desde ese supuesto lugar de saber termine dictando las reglas.