El vocablo alemán sturm significa “tormenta”. Y Sturmabteilung, nada menos que “sección de tormentas”. Pues bien, así el Partido Nazi bautizó a su milicia de asalto, cuya abreviatura era “SA” y su signo distintivo, las camisas pardas. Creada en 1921 por una entusiasta muchachada, entre la que descollaban Ernst Röhm, Emil Maurice y Hermann Göring, esta organización –cuyas actividades incluían ataques callejeros a oponentes políticos y acciones vandálicas contra hogares y tiendas de la comunidad judía– tuvo un rol de máxima importancia en el ascenso del Führer al poder. Durante su etapa de esplendor llegó a tener unos tres millones de miembros.

Ya se sabe que la Historia suele repetirse en forma de farsa. Tanto es así que, en la Argentina del presente, La Libertad Avanza (LLA) posee su propia SA. Y con un nombre elocuente: “El Club del Falcon Verde”. Creado en 2020 por almas anónimas que añoran la última dictadura y el terrorismo de Estado, dicho grupo –cuya principal actividad es postear retazos de su cosmovisión en sitios como Tik Tok y Facebook– no fue ajeno al ascenso de Javier Milei en la escena política. Se estima que tienen unos 14 mil miembros.

La identidad de uno de ellos saltó a la luz de modo –diríase– voluntario, al subir un video en el que critica al candidato a vicepresidente de Unión por la Patria (UP), Agustín Rossi. Luciendo una campera de aviador militar y con expresión de suma gravedad, el tipo lo denuesta por la “humillación” de haber tenido que pilotear el helicóptero que lo trasladó alguna vez desde Campo de Mayo hasta el Ministerio de Defensa, cuando su indeseable pasajero era titular de aquella cartera. La cuestión es que, de inmediato, se viralizó otro posteo de su cuño en el cual exhibe un Falcon y la siguiente leyenda: “Siete… aunque un poco incómodos, entran en el baúl”. Una hermosura de persona.  

Se trata del capitán (r) del Ejército Iván Volante.

Mucho más no se sabe acerca de este individuo que, durante los años de plomo, era apenas un niño. Y ahora, aún relativamente joven y con grado de oficial subalterno, ha sido “jubilado” prematuramente del servicio activo por algún motivo que todavía no trascendió.

Lo cierto es que su desafortunada frase recibió un aluvión de elogios por parte de sus “camaradas” de Tik Tok; entre ellos, hay uno de la mismísima Victoria Villarruel con las siguientes palabras: “Mi apoyo al Capitán y a todos nuestros hombres de las FFAA, FFPP y FFSS que padecen la demonización y el maltrato del kirchnerismo”. Conmovedor.

De hecho, este asunto se desató inmediatamente después de concluir el debate televisivo entre Rossi y ella en el programa A dos voces.

Allí ella no ocultó su talante negacionista, pero en grado de omisión. Y eso resultó hasta más embarazoso que reconocer su reivindicación al régimen genocida y su gesta por los represores presos por delitos de lesa humanidad. Ante el primer asunto, en medio de un titubeo, dijo: “No hablaré del pasado”; un mutismo en el que a ojos vista palpita su admisión. Y ante el otro tema no se le ocurrió mejor idea que sacar de la galera la figura del esbirro Juan Daniel Amelong, al describirlo como una “víctima del terrorismo” (dado que –según ella– “su padre fue ejecutado en 1975 por los montoneros”). Esa sola frase bastó para que el prontuario del sujeto se viralizara: la “víctima” en cuestión cumple tres condenas a prisión perpetua por 16 casos de secuestros, torturas y asesinatos, además de haber convertido una casa-quinta de su propiedad en un centro clandestino de detención. Desde luego que, entre una y otra cosa, la candidata negó a los gritos que hubiera 30 mil desaparecidos.

Sin embargo, así fue como ella logró nuevamente poner en agenda esta polémica en particular, ya superada por la sociedad argentina. Un debate que, por su sola realización, pone en tela de juicio la ética de los organismos de Derechos Humanos. Así, al fin y al cabo, funcionan las leyes del negacionismo.

Ya se sabe que tal término se refiere a comportamientos y discursos que apuntan hacia la omisión deliberada de hechos históricos atravesados por un grado extremo de injusticia y crueldad. Claro que si bien esa palabra ha sido acuñada en referencia al Holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial, su concepto se extiende al acto de invisibilizar todo tipo de genocidios.

En el caso del terrorismo de Estado argentino, los negacionistas agitan la “teoría de las ocho mil víctimas”, un ocultamiento en grado de regateo que se basa en listas incompletas, cuando el único registro fehaciente está en poder de los asesinos. De modo que la estimación de 30 mil, convertida en consigna, no es arbitraria, dado que responde a diversas variables, como ser un paper de inteligencia enviado desde Buenos Aires el 4 de julio de 1978 por el Batallón 601 a la sede central de la DINA, la policía secreta de Pinochet, donde dice; “Se tienen computados 22.000 entre muertos y desaparecidos, desde 1975 a la fecha”. Faltaban cinco años y medio para el final del ciclo militar.

Hay muchos otros indicios que ahora no vienen al caso. Pero este sí, ya que dicha cifra fue mencionada por Rossi en el debate del jueves pasado, mientras Villarruel le tapaba la voz con sus alaridos.

Habría entonces que preguntarse si es útil enfrascarse en una polémica al respecto con un ser como ella. ¿Acaso no sería como discutir de astronomía con alguien convencido de que la luna es un pedazo de queso gruyere?

Pero el tema está otra vez en foco. Sin duda, un mérito suyo. Y por eso salen de sus madrigueras personajillos de la calaña del capitán Volante.

Es la hora de los monstruos. «