El resultado de las PASO manifestó con toda crudeza algo que era evidente: la crisis socioeconómica es mucho más profunda en los barrios populares, y allí donde la presencia del Estado afloja, millones de personas sufren. Tiempo conversó con tres referentas territoriales que ponen el cuerpo a diario para paliar las falencias por la que atraviesan sus vecinos y vecinas, al tiempo que intentan cubrir las necesidades propias y las de sus hijos.

Lilian Rojas se levanta temprano cada mañana para llevarles un plato de comida a sus siete hijos. Cocina, además, para miles de personas, y gana 14.500 pesos mensuales. Vive en el Barrio Kilómetro 47, en Virrey del Pino, La Matanza, y es una de las tantas referentas territoriales que, a pesar de su situación económica, hace lo imposible para que no le falte nada a sus pares. “Hace siete años que trabajo en el comedor Kilómetro 47. La verdad es que nuestra vida no cambió en nada, no tenemos trabajo digno, y ningún gobierno se hace presente, ni nacional, provincial o local”, empieza Lilian. Cada semana cocina para alrededor de tres mil personas que reciben una vianda al mediodía y la merienda. “Lo ideal sería comer las cuatro comidas diarias, pero lo que nos mandan desde el municipio solo alcanza para tres días, y desde Provincia, para una semana más. Con Arroyo, los alimentos nos llegaban de manera ininterrumpida, pero desde hace dos meses no enviaron más”, agrega. En la zona hay alrededor de 65 comedores que están en una situación similar. “Es evidente que para nosotros no hay presupuesto mientras le siguen pagando al Fondo”.

Mónica Zárate vive en el Barrio Mugica, la Villa 31, y hace años trabaja como barrendera en la cooperativa “La Unión”, donde gana 15 mil pesos mensuales. Tiene cuatro hijos y es único sostén de familia. Luego de cumplir su jornada laboral de 8 a 12, cocina en el comedor “Poder Popular y Esperanza”, en la manzana 12 casa 88, y al mismo tiempo coordina la “Casa de las Brujas”, un espacio que contiene a mujeres que sufrieron violencia de género. “Mi situación y la de todo el barrio es muy precaria. Desde el gobierno de la Ciudad recibimos alimentos para 250 personas por día y a nuestro comedor vienen a diario más de 500, nunca alcanza”, detalla Mónica. “En la Casa también tenemos un espacio donde cuidamos a los pibes, mientras con las chicas hacemos diferentes actividades, como manualidades, para que tengan una salida laboral”, añade. Hace tres meses que la cooperativa no les paga su salario, pero ella y sus compañeras siguen trabajando. “El Estado está totalmente ausente. No alcanza con poner plata, planes o mandar alimento a los barrios, lo que necesitamos es trabajo digno y bien pago. Es la única manera que tenemos de darle una vida segura a nuestros hijos”.

Mariana Macacha es referenta territorial de la Villa 20, trabaja en una cooperativa de limpieza y vive con un salario mínimo que no alcanza para cubrir las necesidades de sus dos hijos. “Durante la pandemia tuve la suerte de seguir cobrando mi salario y mantener mi laburo, pero hay miles de vecinos y vecinas que sólo hacen changas. Más del 70% de los que viven en el barrio alquilan. La situación es muy preocupante porque los aumentos en alimentos y en los alquileres es cada vez mayor”, cuenta en diálogo con Tiempo. “Durante la pandemia hicimos ollas populares y repartimos cajas de alimentos. Hoy, si bien estamos más tranquilos por la vacuna, la falta de trabajo es total. En el comedor le damos de comer a muchísima gente por día, son casi 120 personas y cada vez vienen más”. Se refiere al comedor y merendero ubicado en la manzana 22 que lleva adelante Barrios de Pie, la organización en la que milita.